Por Yoeli Ramírez
Más allá de la guerra interminable de bots, marchas y plantones —unos oficialistas, otros opositores— existe un país real que exige ser escuchado. Un país que sangra. Un país que ya no aguanta pretextos.
Todos los partidos que hoy gobiernan, legislan o administran recursos públicos deben asumir una verdad incómoda: la violencia en México no es un invento de adversarios ni una narrativa fabricada; es una tragedia diaria. Y como tal, están obligados a enfrentarla con responsabilidad, construir puentes y buscar soluciones conjuntas.
¿Dónde están las iniciativas para promover un diálogo serio entre fuerzas políticas y niveles de gobierno? ¿Quién está dispuesto a dejar la campaña permanente para ponerse a gobernar?
La impunidad y la corrupción tampoco son propaganda: son heridas abiertas que supuran porque prefieren llenar plazas con militantes antes que escuchar el clamor urgente de las víctimas.¿Cuántas personas más tienen que morir para que la atención deje de ser selectiva?
La crisis de desaparecidos es inocultable. Sin embargo, no hay gobernador que asuma el costo político de la omisión ni de la falta de resultados. Todos culpan al pasado, como si ellos no fueran parte del mismo ciclo de gobiernos que han administrado la tragedia durante décadas. Todos tienen responsabilidad, todos tienen cuentas pendientes.
Es ruin dividir al país entre “pueblo bueno” y “pueblo malo”. México es plural, diverso, complejo… y merece ser gobernado sin distinciones partidistas ni prejuicios ideológicos.
De poco sirve reunirse sólo con gobernadores aliados para presumir avances en salud si millones siguen esperando medicinas, doctores y servicios básicos.¿O acaso la vida de un ciudadano vale menos por no coincidir políticamente con quien está en el poder?
Es hora de abrir las puertas al diálogo y cerrar las de la confrontación. Si hay cabeza fría para los asuntos internacionales, también debe haberla para gobernar hacia adentro: con pragmatismo, con sensatez, con auténtico espíritu democrático.
La gobernabilidad no se construye con represión, polarización ni mítines. Se construye escuchando, debatiendo y acordando incluso con quienes no se coincide. Ese es el verdadero acto de madurez política.
Las demandas que hoy llenan las plazas y las calles son legítimas, aunque incomoden.Los jóvenes que marchan porque tienen miedo; los agricultores que exigen apoyos; los transportistas que piden mejoras; los militares que buscan certezas; cualquier ciudadano que alza la voz… no son enemigos del Estado.Es el colmo que se ataque y se desacredite a quienes deberían ser defendidos y atendidos.
Mientras tanto, el crimen organizado opera con disciplina militar: extorsiona, secuestra, desplaza y somete comunidades enteras. Y los meses —y los años— siguen pasando sin que los gobiernos den resultados.¿Hasta cuándo restablecerán el orden en Sinaloa?¿Hasta cuándo encubrirán a los criminales que salieron de sus propios partidos políticos?
Es criminal enviar ciervos del bienestar a Michoacán a levantar censos con fines electorales, en vez de atender la ola de violencia y narcotráfico, cuando el plan de seguridad no tiene recursos, estrategia, ni resultados contundentes.
Hay una deuda enorme con la gente. Una deuda que no se salda con discursos ni espectáculos políticos.
Gobiernen por el bien común. Gobiernen para todos. El país no puede esperar más.

