Por Pamela Cerdeira

Queridos maestros: ustedes que enseñan a sumar a estudiantes con estómagos vacíos, que nombran ríos y lagos en escuelas sin acceso al agua, que conocen de guerras y batallas porque terminan casi siempre en medio de conflictos que no son los suyos, y los mandan al campo con una pluma en la mano —una que quizá algunos de ustedes tuvieron que adquirir con recursos propios—: los necesitamos.

Si bien la docencia es una de las profesiones más nobles, también es una de las más castigadas. Las deficiencias en la infraestructura educativa son una de las principales causas de deserción escolar. Los maestros mexicanos deben enfrentar situaciones como la falta de materiales básicos, incluso contra pupitres rotos.

El magisterio ha experimentado todo tipo de adversidades, principalmente la lucha social y política expresada en marchas incansables, tomas de instalaciones, divisiones entre grupos disidentes, persecuciones, asesinatos.

A esto debemos sumarle el hecho de haber sido utilizados políticamente durante décadas: sindicatos que solo enriquecen a sus líderes, plazas a la venta, movimientos a capricho de las luchas de poder en turno… peones de un sistema educativo corrupto en el que no pudieron ejercer su labor… dar clases.

Y pese a todo, ahí siguen. Siguen porque saben el poder que tienen: el de transformar para siempre la vida de un ser humano, de marcarla. Eufrosina Cruz, quien ha sido clave en la lucha por los derechos de las comunidades indígenas, relata cómo fue un maestro quien le permitió ver más allá de las montañas en donde nació. Voluntaria o involuntariamente, todos pudimos ver a través de una ventana nueva un mundo más grande que el nuestro. Esa ventana la abrió un maestro.

Este llamado es también a reconocerlos. La doctora Leticia Bonifaz se ha dedicado a rescatar del olvido la historia de mujeres destacadas. Su insaciable curiosidad la llevó hasta la tumba de una maestra: Elena Torres Cuéllar, feminista, educadora y artífice de los desayunos escolares, entre otras iniciativas. Tras diversas búsquedas infructuosas para encontrar sus restos, descubrió que esta increíble mujer no tenía ni una lápida. Con un lugar merecido en la historia, pero sin un espacio digno en la tierra.

Elena murió en el olvido en 1970 y, tras 55 años de permanecer en el anonimato, su tumba en el panteón de Xoco, en la Ciudad de México, será honrada con una lápida este Día del Maestro. Un pequeño reconocimiento a la gran mujer que fue. Que su memoria permanezca en la nuestra y que ella, como todos los grandes maestros y maestras, no sea olvidada ni en vida, ni tras la muerte.

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