Dientes, dentaduras completas, dedos extraviados entre cenizas. Centenares de fragmentos de huesos calcinados de jóvenes enterrados para que nunca los encuentren sus madres que los buscan. Camisetas, chamarras, cachuchas, carteras, mochilas, maletas, credenciales y otros artículos personales de hombres y mujeres tirados en el piso.
Doscientos pares de zapatos, tenis, sandalias y botas. La desgarradora carta de despedida de Eduardo, un joven de 20 años.
Libretas con nombres de jóvenes reclutados, listas de víveres para el mercado. Jóvenes engañados con falsas promesas de empleo y después “obligados a matar, a hacer hoyos, ponerles piedras y prenderles fuego para cremar los cuerpos”, según la activista Indira Navarro de Guerreros Buscadores de Jalisco, un colectivo creado para la localización de fosas clandestinas, la identificación forense y la búsqueda en vida de los desaparecidos.
Casquillos de bala asesinos, cargadores para armas de fuego, esposas de seguridad. Campo de exterminio y reclutamiento forzado desde hace años. Un altar con imágenes de todos los tamaños de la Santa Muerte entre veladoras. La barbarie en México que encontraron las madres buscadoras, pero que no lo hicieron las autoridades anteriores, ni las actuales porque “son bastantes hectáreas”.
Miércoles de Ceniza (día santo cristiano de oración y ayuno), 5 de marzo, tres hornos crematorios y fosas clandestinas descubiertas por el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco. La barbarie en Teuchitlán, Jalisco, un estado mexicano emblema mundial del mariachi y el tequila. También el estado con el mayor número de personas desaparecidas del país: más de 15,000.
Domingo, 9 de marzo, sólo cuatro días después, día de festival en un Zócalo de la Ciudad de México que retumba al ritmo del mariachi, lleno hasta reventar con miles de mexicanos acarreados para apapachar el ego de la clase política en turno. Fotografías grupales para el recuerdo, selfies para compartir en redes sociales, pancartas, vítores y alabanzas para celebrar el triunfo sobre Donald Trump.
Pero, el enemigo no es Trump, el verdadero enemigo vive entre nosotros. Son autoridades y políticos en connivencia con el crimen organizado. Es la negligencia que insulta, la impunidad que lacera, la indiferencia cómplice, el olvido pues no son los primeros ni serán los últimos sitios de exterminio que las madres buscadoras encuentren en México.
¿Cómo no estremecerse? ¿Cómo no avergonzarnos, cómo mirarnos a los ojos? ¿Cómo no llorar de rabia e indignación ante este terrible espejo de nuestro día a día?
“Abriremos una carpeta de investigación, no habrá impunidad, castigaremos a los culpables, atraeremos el caso, haremos justicia”, dicen las fiscalías y otras autoridades estatales y federales. Lo mismo que han dicho durante muchos años, sin importar el partido político que gobierne. Palabras vacías que se lleva el aire, mientras los cuerpos y las cenizas y los sueños de miles y miles de jóvenes desaparecidos y asesinados se evaporan. Mientras que sus madres que los buscan no pierden la esperanza de que los análisis forenses demuestren que alguno de esos dientes, dedos o zapatos sea de sus hijos —y así ellas puedan, por lo menos, llorarlos sabiendo que están muertos.
¿Cómo no pensar en las tantas veces que se llenó el Zócalo para buscar el voto, para alimentar el ego del gobernante en turno, para polarizar, para celebrar bailando que vivimos en el mejor país del mundo? ¿Cómo no dejar perdidos los huesos de los miles de desaparecidos que yacen en fosas clandestinas implorando que no los olviden? ¿Cómo no abandonar a las madres buscadoras que el expresidente ninguneó y que durante seis años no quiso ver ni oír?
Lo que pasó en Jalisco debe convertirse en una emergencia nacional. Llenemos el Zócalo, metafóricamente, cada día, hagámoslo por los jóvenes desaparecidos, en solidaridad con sus madres que los buscan, por la justicia. Llenémoslo contra la impunidad, el olvido y la complicidad entre criminales, autoridades y políticos. Que cada uno vaya en representación de cada uno de los centenares de miles de compatriotas desaparecidos.
¿Cómo no alzar la voz y la pluma cuando México se ha convertido en un camposanto?
@ovidalp