Hoy México se viste de ocre y morado, mientras la Huesuda, con aire enfadado, se alista para la fiesta, con rumbo despacio, buscando ansiosa a las almas que viven en el ocio.
La Catrina elegante, de seda y encaje, perfila su pluma, alista su ultraje, pues sabe que el cargo, por más que se jacte, termina en el hoyo, no hay enchueque que valga. Dice la Flaca, con voz de ultratumba: “No hay fuero que valga, ni pompa que esgrima. El dulce del poder, que hoy tantos saborean, mañana es cenizo, sus mieles se esfuman, sólo soledad queda”.
Con dedo huesudo señala a “servidores públicos” de alta jerarquía, que ayer y hoy dieron y dan órdenes con gran osadía, y ahora con piel de borrego lloriquean a las críticas, ocultando el rostro tras falsas sonrisas, y una sandía. ¡Qué pena, qué injuria! –dice el Esqueleto– ayer sentenciaron, sin dar un juicioso derecho de réplica, ni un mínimo de ruego, destruyendo honores y reputaciones en las llamas de fuegos quemadores. Se ve cómo llegan, con aires de noble, del pueblo buscan la fe, prometen servicio, virtud y decoro, y al mes, por la paga, se les olvida todo.
Porque, los que hoy se rasgan vestiduras y lloran quebrantos, olvidan que ejercer el poder no es de gratis ni de encanto. Tarde o temprano las mieles del mando se vuelven amargas, polvo y quebranto. Aquel que embriagado de fuerza camina, su gloria declina y olvidado en la tumba cansado termina. Las que firmaron leyes y palabras vanas, y los que en vida juraron servir al pueblo, hoy sólo sombra, silencio y olvido son. ¡Ni La Llorona los recordará! La Calaca risueña, burlona y severa, los mira y les dice: “Ya llegó su hora, vengan conmigo. De nada sirvieron discursos ni honores ni viajes ni joyas si su alma se vendió por falsos amores y ahora sólo cosecha sinsabores”.
Sexenio tras sexenio, el juego se repite, traicionan a la nación, la muerte se ríe, el pueblo se irrita. Eterno ciclo de egos, de tronos y tramas, de espectros que buscan perpetuar sus famas, y sus riquezas. En la ofrenda del pueblo descansan políticos jefes, senadores, ediles, reyezuelos y jueces. Todos iguales, sin rango ni fuero, sólo huesitos en polvo sincero.
En sus tumbas frías resuena la historia, los vientos arrastran su falsa victoria. El pueblo recuerda, el pueblo los nombra, no hay estatua eterna, ni oropel que asombra. La Catrina elegante levanta su copa, “brindemos”, les dice, “por tanta derrota. Por los que olvidaron su causa primera, por quienes vendieron su voz verdadera”. Salud, responden los muertos porque no les queda de otra.
El poder es un pulque, fermento embriagante, que aturde al más cuerdo, y lo vuelve petulante. No es mezcal que despierta y conecta sólo a las almas buenas, ni el guarapo y la chicha de mis juventudes moniquireñas. Se sienten eternos, inmunes al veredicto del pueblo, jefes de manzana o hasta de edificio. Pierden los sentidos, el piso se esfuma, la mente se nubla, creyendo que por siempre como traje a la medida el puesto les queda.
Mas la Dama Dientona, que no tiene prisa, les guarda una cama de salmuera y caliza. Se olvida el edil y el gobernador y el subsecretario y el secretario y el senador y el presidente que el cargo no es más que un arrebato, y que pronto la cruda les cobrará la cuenta. La fuerza perversa que al semejante transforma, lo vuelve un tirano de mínima forma, lo encierra en su ego, haciéndole perder el camino, la ley, el alma y la razón.
El ajuste de cuentas ya está en el buzón del TikTok, firmado y sellado por la tradición y los “likes”. La Calaca es ciega, no mira colores, ni partidos, ni frases, ni viejos albores. Igual da la insignia que dicen portar, el patrón es el mismo al ir a gobernar: se aferran al trono y a sus jugos, con endeble figura, creyendo en su eterna prepotencia inmunda. El noble servicio lo arrojan al caño mugriento de sargazo, y sirven al jefe con delirante brío. La misión, la vida, la patria se tornan banales en la búsqueda del sueño personal, porque es mío y me lo merezco.
El poder se les escurre, decantándose, gota a gota, como agua por las manos vacías, desnudos los deja, sin ropaje ni futuros. La Pelona de cerca los mira, les guiña el ojo izquierdo: “¡Vámonos, mis lindos, directo al despojo!” La Flaca los lleva a su altar de papel, donde el miedo y la farsa saben a hiel. “Tu ego y tu envidia –les dice la Huesuda– se pierden en vientos, tu obra es nula, ¡desnuda!” Son almas perdidas, que el viento de la historia pulveriza sin piedad, perdida su gloria.
Ilusiones de serpentinas y juegos pirotécnicos que al alba se rompen, y solo en las tumbas sus nombres se exponen en espera todos del juicio final.
La Dientona sonríe, al ver su osadía, de creer en el poder eterno nocturno y de día. La cruda es terrible, el dolor es bárbaro, les llegó la hora del ajuste de cuentas, ¡y alzamos la voz y la copa! La embriaguez del poder es su único legado, y ahora son esqueletos borrachos sin rumbo, de negro y callados, que miran las flores de cempasúchil arder, chillando por el día en que dejaron de ser. Demasiado tarde, les repite Pedro Páramo.
En la ofrenda macabra, con luz de velón, la Huesuda les puso, sin una objeción: un plato vacío, por tanta promesa, y una jarra de impunidad que ya no les pesa. El diputado ajeno que nunca dio la cara, su curul de terciopelo, que creyó suyo y sagrado, se vuelve madera con hongos de poder caduco. El senador ambulatorio, de saco de lana, sin gracia y con maña, hoy muerde su lengua, pues ya no le sirve su verbo mentiroso que nadie percibe. El director general, de fama muy dura, que acusó de corruptos y echó a sus empleados por orden suprema, se sienta en el panteón, sintiendo el escarnio, viendo cómo sus bonos son puro tizne de palo fierro. Y el comisionado que se la creyó, salvar a la Patria o perder la fama, hoy sufre las averías de agachar la mirada.
Y los aplausos serviles y lambiscones que ayer los cubrían, hoy sólo son polvo que el viento del Día de Muertos levanta, en burla y desprecio, su poder de antaño. ¡Que ganga a tan bajo precio!
El que condenó sin base ni prueba, hoy pide justicia, ¡qué gran cizaña, qué hueva! Se rasga vestiduras, con furia y lamento, olvidando que el mal siempre arrastra su cola de lagarto. El miedo y la culpa, pan de muerto, se comen sus entrañas dejando migajas. Su manto protector, de mentira bordado, se los quitan en la tumba, y queda humillado. La Catrina le ofrece un vaso de agua, pero no es para beber, es para su fogón. “Es el agua de críticas, de justa razón, la que has despreciado, ¡tómala, fanfarrón!” La nobleza de espíritu, el bien del país, los tiraron al fango, sin mirarlo, ¡ay de ti! Por eso la historia los barre y los quita, los quita y los barre, y la opinión pública hoy de ellos se desquita.
¡Que vengan las velas, que truene el mariachi, el corrido norteño, la tambora y hasta el vallenato, el merengue y la cumbia! Que el poder efímero se vaya a la tumba sin un solo apapache. Que la burla y la sátira los cubran de barro, y paguen sus culpas hasta la eternidad. Que sirva de ejemplo, para los nuevos “servidores públicos”, que el pueblo no olvide su infame entuerto. La borrachera pasa, la barra se cierra, se recogen las sillas, la luz se ha apagado, sólo los ceniceros y sus colillas se quedan, y el exfuncionario, solo y olvidado, termina repudiado sin pompa ni halago.
Ebrios de poder, pierden la conciencia, y ahora, arrollados por los vientos de la historia, sólo son su propia ilusión vana de trascendencia. Espejismos que despiertan y demonios que alborotan, esa sublime embriaguez del poder del escritor cubano Rodolfo Alpízar Castillo (La Habana, 1941), de la que pocos, poquísimos, pueden escapar.
Que aprendan los vivos la dura lección: el poder no es más que humo, no eterno bastión. Que sirva el recuerdo, que arda la ofrenda, traigan el pan de muerto y que el alma humilde jamás se venda. Porque al final, cuando el reloj se detiene, la Catrina llama, la Calaca brama, la Huesuda agarra, la Pelona muerde, la tierra retiene y nadie se salva.
Y aquel que creyó en su ilusión de mandar, descubre que no pudo escapar…porque, tarde o temprano, las mieles del poder son sólo un ente, y perdura sólo quien al pueblo ama verdaderamente. Los otros, los soberbios y los mentirosos se pierden, deshechos, ¡en la danza eterna de los muertos insatisfechos! ¡Feliz Día de Muertos!

