Tlazolteotl, diosa madre sanadora, con tu amor desenfrenado cómete nuestras violencias y nuestras desesperanzas y nuestras transgresiones y nuestras basuras y nuestros pecados ambientales

De cuerpo presente, desdoblados, juntos hasta el final. Séquitos lúgubres, gozosos. Los de siempre, nosotros, ustedes, vecinos, familias, niñez, juventud. La ancianidad jubilosa como epifanía.

¡Que nadie se raje! Ladran, maúllan, gimen, gritan, pían que la diosa Tlazolteotl –Madre Tierra, deidad de la transgresión, la comedora de inmundicias– barra con su escoba mágica a nuestro alrededor. Ella, la que pare con dolor, la que defeca, la que come suciedad, la que engulle nuestros pecados y nos hace libres. Mortal y divina. Aquella que nos acompaña cuando nacemos y en nuestro lecho de muerte.

En las ofrendas florales, en los desafectos, en el desamor, en los huesos ahuecados. Es el arquetipo de la Gran Madre que da vida y la quita, la que ama y perdona. Es aquella que para salvarnos se alimenta de nuestras inmundicias y para redimirnos las transforma. De mujeres y sus diosas, de diosas y sus mujeres. Echemos la suerte a la vida y a la muerte con granos de maíz, como mandaron las diosas y dioses en el amanecer de los tiempos.

Ñu Ñuhu, Tlazolteotl –diosa antigua mesoamericana, la del día Jaguar, del  Movimiento, de los partos, de la inmundicia, la tejedora de nuestros destinos. La que devora la suciedad para transformarla y fecundar la tierra, la que condena los excesos, la mentira, la violencia, los cuerpos desmembrados, las cabezas que ruedan cercenadas exhibidas en cualquier calle.

La que barre la suciedad que todo desequilibra. La patrona de las que mueren pariendo. La que gime por los huérfanos y sus madres que lloran en las calles a sus hijas e hijos desaparecidos; esas madres que escarban la tierra gimiendo de dolor, hurgando en sus corazones casi vacíos en busca de la resignación que esquiva no llega. Amores y dolores eternos. Madres que vivas se desgarran sin consuelo, olvidadas, abandonadas por gobiernos y políticos y merolicos en medio de la indiferencia de todos nosotros –los insensibles.

Ella, Tlazolteotl, la que se devora al mundo en una sentada, la del desollamiento y la del flechamiento, la que cuando barre se embaraza, la de la muerte en el primer parto. A esa desconocida diosa honramos hoy. A la mujer algodón, a la de la nariguera de luna, a la del lunar en la mejilla, a la del negro que rodea su boca comedora limpiando en el temazcal las inmundicias que entran y salen en vida y en muerte.

Ella, como la Gran Coatlicue, la de garras, serpientes, cráneos, caracoles, plumas, manos, corazones, miembros y órganos mutilados. La insaciable. En quien late la guerra, la maternidad, el sacrificio, la ofrenda, aquella que transforma la muerte en vida. Sus pies son garras, se alimenta de los cadáveres de los hombres para perdonar sus pecados. La comedora de inmundicias, la que nos limpia, la que nos sana, la que nos perdona, la que nos redime, la que nos ama incondicionalmente, la que da nueva vida.

A esa diosa rendimos homenaje hoy. A la heroína, arquetipo de mujer y antigua diosa madre mesoamericana y universal que hemos olvidado. A la mujer única, a la indivisible. A la de pechos exhaustos de tanto amamantar a dioses y hombres, porque todos somos sus hijos.

Tlazolteotl, diosa de la confesión, de la purificación en el temazcal, de la limpieza, del quehacer del hogar. La de la escoba, la que se queda en casa, la que barre sin parar para que sus hombres triunfen en la batalla. Hombres débiles, ilusos hombres y sus sueños condenados al fracaso si no contaran con la escoba diligente de sus diosas. Hombres frágiles, hombres que se rompen al primer escobazo.

El sacrificio con espinas de maguey que perforan lenguas, adoratorios, encrucijadas. La rendición y redención de sangres que salpican en contravía, al unísono, pobres sangres. La diosa dueña de vidas y destinos.

Inmundicia es querer comerse la tierra de un mordisco, de una bocanada, con gula y sin vergüenza frente a todos los hijos de la Tierra. Tlazolteotl, la Madre Tierra que limpia y sana selvas, mares y desiertos, mariposas, ríos y torrentes, cenotes y las iguanas sagradas que con la boca abierta tiradas al sol jadeantes observan con curiosidad. La diosa que sana del desaseo, la que libera de ignominia en la inmundicia de los peores temores. La que lava nuestros malos aires tlazol.

Tlazolteotl, diosa comedora de las inmundicias de nuestros siete pecados capitales ambientales, los de todos. La que se come la pérdida de hábitat (la soberbia), la sobreexplotación (la gula), la contaminación (la lujuria), el cambio climático (la pereza), la fragmentación del hábitat (la envidia), las enfermedades (la ira) y las especies invasoras (la avaricia).

Ella, Tlazolteotl, la Luna, nuestra redención, el amanecer, el desvelo esperanzador que renueva, que hace renacer. La femenina, madre diosa de la fertilidad, la más loca, la más cuerda, la que teje nuestros destinos en el hilar de ilusiones en donde ella todo lo ve y todo lo sabe. Lo que leímos, lo que somos, lo que escribimos, lo que soñamos.

Ella, Tlazolteotl, adorada por sanadoras, por su hijo el maíz y las sangrías. ¡Ah! Diosa protectora comedora del pecado, a ti hoy nos encomendamos. Tlazolteotl, diosa madre que sanas, que transformas, humildemente te suplicamos diosa vigilante que con tu amor desenfrenado te comas nuestras violencias y nuestras desesperanzas y nuestras transgresiones y nuestras basuras y nuestros pecados ambientales.

Omar Vidal y Patricia Ortega

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