Los bosques no sólo son sumideros de carbono que ayudan a regular el clima mundial o una fuente de madera y vivienda. Sustentan la mayor parte de la biodiversidad terrestre y son recursos naturales esenciales para el bienestar social, económico y espiritual del ser humano. Por eso, la pregunta que muchos nos hacemos hoy es: ¿Por qué los estamos perdiendo a este ritmo tan acelerado?
Sabemos, por ejemplo, que la deforestación y la modificación de hábitats para la producción de alimentos es la principal causa de destrucción de los ecosistemas terrestres, promoviendo la pérdida de biodiversidad y las emisiones de gases de efecto invernadero. Alrededor del 90% de la deforestación se debe a la transformación de bosques en tierras de cultivo –sobre todo en el trópico y subtrópico– y corremos el riesgo que estos dos factores socaven la producción de alimentos a largo plazo.
No exagero. Según el Fondo Mundial para la Naturaleza, la deforestación en el Amazonas –principalmente para la cría de ganado– causaría condiciones considerablemente más secas, y las consiguientes olas de calor y falta de agua comprometerían gravemente la producción agrícola. Dado que Brasil es el mayor exportador neto de productos agrícolas del mundo, la disminución de su productividad podría alterar las cadenas de suministro de alimentos en todo el planeta.
Por “Sur Global” me refiero a aquellas regiones tradicionalmente infrarrepresentadas en los debates científicos y la toma de decisiones a escala mundial —principalmente África, América Latina y la mayor parte de Asia. Esto sorprende, por decir lo menos, porque estas regiones albergan los ecosistemas biológicamente más ricos y sus bosques son vitales para sustentar la vida en la Tierra. Además, en el Sur Global en particular, los bosques y selvas desempeñan un papel primordial para el bienestar humano y la equidad y la justicia ambiental.
Según el World Resources Institute (WRI), en 2020 el mundo tenía unos 4 mil millones de hectáreas de cubierta forestal, de las que los bosques tropicales y subtropicales eran el 61%. Los bosques primarios representan la mitad de todos los bosques tropicales (mil millones de hectáreas) y albergan la mitad de las especies del mundo. Brasil, la República Democrática del Congo e Indonesia son los países con más bosques primarios en términos absolutos y también albergan las mayores extensiones de bosques tropicales.
Utilizaré a estas tres naciones, y a México –cuatro de los países con mayor biodiversidad del planeta– para argumentar que las razones subyacentes por las que hemos perdido, y seguimos perdiendo, bosques tropicales son el colonialismo, la inestabilidad política, la codicia, la corrupción, la ignorancia y la pobreza.
Según el WRI, entre 2000 y 2023 se perdieron más de 100 millones de hectáreas de cubierta forestal y, de los 10 países con mayor pérdida, Brasil ocupó el segundo lugar, Indonesia el quinto y la República Democrática del Congo el sexto. Estos países también ocupan los tres primeros lugares con mayor superficie de pérdida de bosques primarios tropicales húmedos.
Sabemos también que alrededor del 70% de la biodiversidad de la Tierra está en 17 países: 15 en el Sur Global o mundo en desarrollo (ocho en Asia, seis en América Latina y tres en África) y sólo dos en el mundo desarrollado (Estados Unidos y Australia).
No me voy a obcecar en culpar al colonialismo –principalmente por parte de los europeos, pero también más recientemente por China, Estados Unidos y Rusia– y a la geopolítica como causas principales de la deforestación. No obstante, debemos reconocer el importante papel que desempeñaron en la destrucción de los bosques en muchas partes del mundo.
Por ejemplo, durante 350 años el gobierno colonial holandés de Indonesia dominó la gestión de los recursos naturales de ese país. Administraron los bosques para satisfacer sus propias necesidades de madera para barcos, edificios y fuertes holandeses, y los transformaron en plantaciones de caña de azúcar, café y caucho.
La República Democrática del Congo también sufrió durante siglos la intervención de las potencias europeas, principalmente Bélgica, así como de sus vecinos africanos. Más recientemente, la codicia por sus abundantes recursos naturales, especialmente minerales preciosos, ha globalizado un conflicto extremadamente violento. Hoy las empresas chinas controlan la mayoría de las minas de cobalto, uranio y cobre de propiedad extranjera en esta nación, y China está implicada en el conflicto interno, así como en la economía de este país.
Los factores directamente responsables de la deforestación en Indonesia, la República Democrática del Congo, Brasil y México ilustran las amenazas que enfrentan los bosques en el Sur Global. En primer lugar, el cambio de uso del suelo a causa de la explotación forestal no sustentable, la agricultura, la expansión de zonas para alimentar ganado y los proyectos de infraestructura como carreteras, presas y desarrollos urbanos y turísticos mal planeados.
En segundo lugar, una gobernanza débil, ya que los gobiernos carecen de capacidad o voluntad para hacer cumplir la normativa ambiental, lo que permite que prosperen la tala ilegal, el acaparamiento de tierras y la caza furtiva. En tercer lugar, el cambio climático, un factor de estrés debido al aumento de la temperatura, la alteración del régimen de lluvias y el aumento de la frecuencia e intensidad de los incendios forestales.
Los bosques y selvas que antaño actuaban como refugios estables para la biodiversidad y las comunidades humanas están hoy siendo llevados al límite de sus capacidades.
En 50 años (1950-2000), Indonesia perdió 40% de sus bosques –la cobertura forestal se redujo de 170 millones a 100 millones de hectáreas. Las concesiones madereras que abarcaban más de la mitad de los bosques del país fueron regaladas por el expresidente Suharto entre 1967 y 1998, muchas de ellas a sus familiares y aliados políticos. Esto dio vía libre a las empresas madereras para operar sin control y muchas compañías grandes talaron inmensas extensiones de bosque y las sustituyeron por plantaciones. Otra fuente importante de deforestación es la industria maderera, impulsada por la demanda de China y Japón.
Por otro lado, la República Democrática del Congo tiene 160 millones de hectáreas de cobertura forestal, pero pierde casi medio millón de hectáreas cada año –entre 2001 y 2023, perdió 19.7 millones de hectáreas. Muchas de las plantaciones de palma aceitera que ahora son propiedad de empresas multinacionales se construyeron en tierras arrebatadas a las comunidades locales, y los efectos son evidentes en la rápida deforestación donde las multinacionales de la industria alimenticia construyeron sus imperios de aceite de palma. Hoy estas plantaciones son focos de pobreza, conflicto y violencia. Las élites nacionales corruptas, las empresas occidentales y los gobiernos extranjeros son cómplices del saqueo de los ricos recursos de esta nación y de la grave situación en la que se encuentra hoy su población.
En Brasil y México, dos presidentes –uno de extrema derecha política, Jair Bolsonaro; el otro de extrema izquierda, Andrés Manuel López Obrador– embistieron el medio ambiente, en particular los bosques, como probablemente ningún otro presidente en la historia de esos países. Ambos hostigaron a las organizaciones ambientalistas y a los científicos, y recortaron los fondos y desmantelaron muchas de las instituciones ambientales gubernamentales. Los dos también menospreciaron los derechos de las comunidades indígenas y locales en nombre de proyectos faraónicos mal planeados.
Bastante similar a lo que ocurrió hace ocho años y está ocurriendo de nuevo hoy –pero a una escala mayor– en Estados Unidos.
En 2023, Brasil eligió un nuevo presidente, Luiz Inácio Lula da Silva, que ha intentado frenar la deforestación en la Amazonia. En 2024, México eligió a la primera presidenta en su historia, Claudia Sheinbaum, aunque está por verse si su desempeño en el cuidado ambiental es mejor que el de su predecesor.
La Amazonia abarca 6.7 millones de kilómetros cuadrados de Sudamérica. Casi el 60% de la selva está en Brasil, mientras que el resto se comparte entre otros ocho países: Bolivia, Colombia, Ecuador, Guyana, Perú, Surinam, Venezuela y la Guayana Francesa. Se calcula que 17% de los bosques amazónicos se han perdido para convertirlos a otros usos y que otro 17% están degradados. Allí viven 47 millones de personas, entre ellas más de dos millones de indígenas.
Bajo el mandato del presidente Bolsonaro (2019-2022), la Amazonía brasileña perdió 45, 586 km² de bosques, un aumento del 53% en comparación con los cuatro años anteriores. Antes de 2019, hubo un período de 10 años en el que la tasa de deforestación disminuyó. Decenas de miles de kilómetros cuadrados de selvas también fueron destruidas por incendios provocados con el fin de cambiar el uso del suelo para ganadería, agricultura y proyectos de infraestructura.
Bajo el mandato del presidente López Obrador (2018-2024), el proyecto ferroviario “Tren Maya” atravesó más de 1,500 km de algunas de las selvas más diversas de México, incluyendo sitios declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y Reservas de la Biosfera. A pesar de la promesa de que no se talaría “ni un solo árbol”, según Fonatur entre 2019 y 2023 más de 7.2 millones de árboles fueron “removidos y/o afectados” en la construcción de este proyecto, para el que también se expropiaron tierras de comunidades indígenas y se destruyeron decenas de cavernas, cenotes y vestigios arqueológicos mayas según lo documentaron varios investigadores.
Los pueblos indígenas y las comunidades locales pueden ser los mejores administradores de los bosques, pero deben darse las condiciones propicias. El apoyo formal y el reconocimiento de sus derechos y territorios son unas de las formas más eficaces para conservar los bosques y la biodiversidad del planeta.
Unas 2,500 millones de personas de pueblos indígenas, comunidades locales y pueblos afrodescendientes poseen y utilizan consuetudinariamente el 50% de las tierras del mundo, y se calcula que entre una quinta y una tercera parte de los paisajes forestales intactos que quedan en el mundo se encuentran en tierras indígenas. Sin embargo, en 58 países que abarcan el 92% de la superficie forestal mundial se reconoce que los pueblos indígenas y las comunidades locales sólo poseen legalmente 14% de la superficie forestal mundial.
Los bosques son un recurso global y protegerlos es una responsabilidad compartida. El Sur Global se encuentra atrapado en la tensión entre las aspiraciones de desarrollo y la necesidad urgente de conservación de la naturaleza, con pocas soluciones que satisfagan ambos objetivos de forma equitativa. El Norte Global debe desempeñar su papel apoyando el comercio justo, reduciendo el consumo de productos forestales y apoyando financiera y técnicamente los esfuerzos de conservación.
A fin de cuentas, el destino de los bosques en el Sur Global está íntimamente ligado al destino de nuestro planeta. Si escuchamos a los más afectados y colaboramos con ellos, podremos forjar caminos hacia soluciones que apoyen tanto a las comunidades humanas como a la naturaleza.
“No basta con confiar únicamente en el Estado de Derecho en nuestros esfuerzos por preservar la naturaleza. Hay que hacer hincapié en la espiritualidad. Es imperativo que mantengamos una relación armoniosa con la naturaleza, valoremos la vida y apreciemos plenamente el esplendor y la diversidad existentes. Una buena gestión forestal requiere comprensión y compromiso espirituales”. –El Estado de los Bosques de Indonesia 2024 (Nurbaya & Efransjah, 2024).
*Presentado en la reunión anual del American Association for the Advancement of Sciences (AAAS), Boston, Estados Unidos, 15 de febrero de 2025, con el título de “A Perspective from the Global South: Forests as Living Refuges of Biodiversity”.