La COP30 empieza en unos días en Belém, Brasil, y si aún no sabes qué es, aquí va lo esencial: es la conferencia anual donde casi 200 países se sientan a negociar cómo cumplir el Acuerdo de París (tratado internacional por el cual los países se comprometen a reducir emisiones y a colaborar en la adaptación a los impactos climáticos). Es el espacio donde se decide, palabra por palabra, el futuro climático del planeta. Seguir sus discusiones puede ser complejo —hay tecnicismos, siglas, “textos entre corchetes”—, pero también es un escenario de protesta, arte y acción colectiva. Este año será histórico: por primera vez, la cumbre llega al corazón de la Amazonia y marcará 10 años desde la adopción del Acuerdo de París.

Brasil, como presidencia anfitriona, busca convertir esta COP en un punto de inflexión: pasar de la negociación a la implementación. Propone un “Círculo de Presidencias” que dé continuidad entre cumbres y un “Círculo de Liderazgos Indígenas” que incorpore el conocimiento tradicional a las decisiones globales. Además, impulsará el “Balance Ético Global”, una reflexión moral que complemente la revisión técnica de los compromisos. Su meta es clara: movilizar 1.3 billones de dólares anuales para 2035 y elevar la adaptación al mismo nivel que la mitigación.

En la práctica, ¿qué deberíamos observar? Cada COP tiene su drama textual: si se elimina o no la mención del abandono de los combustibles fósiles; si se adopta una decisión ambiciosa; si los fondos para pérdidas y daños finalmente se operacionalizan. Habrá atención especial al nuevo compromiso de Belém sobre combustibles sostenibles, al mecanismo “Bosques Tropicales para Siempre” y a la forma en que los actores no estatales —ciudades, empresas, sociedad civil— logren ser reconocidos en la arquitectura oficial del Acuerdo.

Pero más allá del lenguaje diplomático, la COP30 también será un espejo político. ¿Qué tan inclusiva será? ¿Habrá espacio para las juventudes, los pueblos indígenas y las comunidades del Sur Global? ¿Veremos avances concretos o más promesas en diferido? El termómetro no solo está en los documentos, sino en la calle, en los pabellones y en las historias de quienes defienden el clima desde otras trincheras.

México llega con una nueva Contribución Determinada a Nivel Nacional (NDC 3.0) para el periodo 2030-2035, aprobada por la Comisión Intersecretarial de Cambio Climático. La meta: reducir las emisiones netas a un rango entre 364 y 404 MtCO₂e, camino hacia el cero neto a mediados de siglo. En adaptación, se refuerzan los cinco ejes anteriores —comunidades, sistemas productivos, ecosistemas, agua e infraestructura— y se suma uno nuevo: cambio climático y seguridad. Es un avance que refleja meses de trabajo participativo, con diecinueve talleres en todo el país, donde la sociedad civil —de la que me enorgullece formar parte— fue protagonista.

La lucha climática se libra desde muchas trincheras. Desde las negociaciones de alto nivel hasta las caravanas que cruzan Mesoamérica para exigir justicia ambiental. Desde jóvenes líderes que impulsan programas como Camino a la democratización del Sur, de Fundación Pachamama, hasta quienes defienden el bosque amazónico con sus propios cuerpos.

Esta COP será el recordatorio de que el clima no se salva en un documento, sino en la acción colectiva. Lo técnico sin lo humano se vuelve estéril; lo humano sin lo político, insuficiente. En Belém, el mundo volverá a discutir sobre el futuro, pero el reto será —esta vez— comenzar a cumplirlo.

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