El 12 de octubre, Día de la Resistencia Indígena, Negra y Popular, arrancó desde Coatepeque, Guatemala, la Caravana Mesoamericana por el Clima y la Vida: un recorrido de pueblos, organizaciones y defensores que atravesará siete países hasta llegar a Belém, Brasil, sede de la COP30 –la 30ª Conferencia de las Partes de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático–.
Son 34 representantes de las naciones y organizaciones por las que pasa la Caravana, desde la nación yaqui en Sonora hasta Panamá. Participan delegaciones de la Tribu Yaqui de Sonora, del Consejo Supremo Indígena de Michoacán, del pueblo maya de Quintana Roo, del pueblo binnizá de Oaxaca, del Colectivo Tz’unun Ya’ y Guardianas de la Tierra de San Pedro de la Laguna, Guatemala, y de la Asociación Grupo Integral de Mujeres Sanjuaneras de San Juan Sacatepéquez, entre otras colectivas y organizaciones solidarias son un total de 46 personas.
A las 21:00 horas del domingo 19 de octubre, la Caravana se encontraba en la frontera entre Honduras y Nicaragua. A pesar de cumplir con todos los requisitos migratorios, las autoridades nicaragüenses negaron su ingreso. Su paso tenía un único propósito: transitar hacia Costa Rica. Por ello, las y los participantes solicitaron el monitoreo de organismos nacionales e internacionales de derechos humanos, así como la cobertura de periodistas y medios, para garantizar su seguridad.
La Caravana se posiciona como un espacio de defensa de la vida y del territorio ante la creciente violencia militar que sufren las comunidades centroamericanas. No es un viaje simbólico, sino una misión civil de observación y documentación que entregará ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos un informe sobre las violaciones al derecho a la autodeterminación de los pueblos indígenas y a la vida de quienes defienden el territorio.
El punto de partida de esta Caravana no es casual. Mesoamérica, una de las regiones más biodiversas del planeta, es también una de las más peligrosas para quienes la defienden. En 2024, Guatemala y México ocuparon los primeros lugares en asesinatos y desapariciones de defensores ambientales. En México, la Caravana comenzó antes del cruce fronterizo. El Capítulo México, llamado Caravana de Pueblos en Resistencia, reunió a representantes de la Tribu Yaqui, pueblos purépechas, chontales y mazatecos, quienes entregaron una queja colectiva ante la CNDH y sostuvieron un diálogo con la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Mientras las negociaciones internacionales siguen atrapadas entre promesas, la Caravana recorre la otra cara de la gobernanza climática: la que se construye desde abajo, en movimiento, donde la defensa del agua, del bosque o del río se paga con la vida.
Que esta Caravana empiece en nuestra región tiene una carga histórica. Aquí, donde los pueblos han resistido siglos de despojo, se hace visible que no habrá justicia climática sin justicia territorial. La región que alimenta al mundo, pero sufre sequías, desplazamientos y violencia, levanta ahora una bandera compartida: defender la vida frente a la crisis climática.
La Caravana Mesoamericana no solo camina hacia Belém: camina hacia el reconocimiento de que ningún acuerdo climático será suficiente si sigue ignorando a quienes sostienen los territorios.
La COP30 será histórica: por primera vez se celebrará en la Amazonía, epicentro de la crisis climática y símbolo de resistencia. América Latina y el Caribe llegan con una fuerza social que no se rinde; México, con sus pueblos y juventudes organizadas, recuerda al mundo que la justicia climática nace desde el Sur. Sin embargo, muchas personas no podrán asistir por los altos costos de alojamiento y acreditación, lo que evidencia la desigualdad en la participación climática global.






