Por: Julieta Suárez-Cao

En medio del debate global sobre la fragmentación política y el auge de los personalismos, el caso chileno ofrece una advertencia relevante: el número de partidos no siempre depende del tamaño de los distritos, sino de cómo se vota. Chile ha experimentado un aumento del número de partidos y, más importante aún, una creciente dificultad para alcanzar acuerdos políticos. Pero detrás de esta fragmentación, hay un diseño electoral que lo incentiva.

Chile combina dos características que, juntas, funcionan como una verdadera muñeca rusa electoral: la posibilidad de pactos entre partidos y un sistema de listas abiertas que fomenta la competencia interna dentro de las coaliciones. Los votos no solo se distribuyen entre partidos, sino también entre personas que compiten dentro del mismo partido. El resultado: micropartidos, transfuguismo y candidaturas personalistas que buscan diferenciarse a cualquier costo.

Esta arquitectura electoral genera efectos acumulativos: más partidos compitiendo bajo un mismo paraguas, más incentivos a la diferenciación individual, y una representación parlamentaria más personalista y menos programática. No sorprende, entonces, que en tiempos de desconfianza ciudadana hacia los partidos, muchas candidaturas opten por convertirse en su propia marca. Y una vez en el Congreso, las diferencias personales pesen más que las lealtades partidarias.

El sistema se fragmenta entonces de forma doble. Primero, en la propia elección. El tamaño de los distritos —que varía entre pequeños y medianos— influye en el número de escaños que obtiene cada pacto. Pero luego esos escaños deben asignarse a los partidos dentro de la coalición, y finalmente a las candidaturas. Esto se refleja claramente al analizar el número efectivo de coaliciones que obtuvieron escaños en las elecciones para la Cámara en 2021: 4,1 coaliciones, una cifra que sugiere baja fragmentación. Sin embargo, tras la asignación interna, ese número se multiplica hasta llegar a un número efectivo de 11,6 partidos.

Segundo, el sistema se fragmenta ex post: una vez electos, congresistas que llegaron con el respaldo de un partido lo abandonan para formar nuevas organizaciones o declararse independientes, aumentando así la fragmentación parlamentaria.

A esto se suma un fenómeno clave: la polarización. La lista abierta no solo promueve estrategias de diferenciación, sino que premia a quienes logran mayor visibilidad mediática y viralización en redes. Así, las posturas más radicales o altisonantes resultan electoralmente más rentables. El diseño institucional no solo fragmenta, sino que exacerba los incentivos a polarizar el debate público. La polarización, entonces, se vuelve una estrategia para destacarse dentro de una oferta electoral saturada de candidaturas. Esta trampa es demoledora para la democracia: la estrategia que ayuda a ganar la elección, es la que luego impide gobernar.

Lecciones como esta son cruciales para países que discuten reformas. Reducir el tamaño de los distritos o establecer umbrales son estrategias que no tendrían un impacto directo en esta dinámica, y podrían incluso agravar la baja representatividad. La experiencia chilena muestra que los problemas de gobernabilidad no se explican solo por el número de partidos, sino por el tipo de competencia que el sistema fomenta.

Académica del Instituto de Ciencia Política de la Pontificia Universidad Católica de Chile

Miembro del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina

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