Por Manuel Macías Balda
El 13 de abril de 2025, el 55,63% de los votantes del Ecuador eligió a Daniel Noboa como presidente de la república para el periodo 2025-2029. Con aproximadamente 1.9 millones de votos de diferencia, el resultado fue sorprendente ya que la mayoría de encuestas daban un empate técnico en la intención de voto en relación con la candidata Luisa González. Sin embargo, Noboa ganó en 19 de las 24 provincias del Ecuador lo cual muestra una victoria incontestable, pese a que González no reconoció los resultados y denunció un fraude electoral. De esta manera, Daniel Noboa, un joven político millenial, nieto y heredero de uno de los empresarios bananeros con mayor patrimonio del Ecuador, asume un país con múltiples crisis que es un desafío muy complicado para cualquier mandatario.
En el ámbito político, al presidente Daniel Noboa le toca gobernar un país con un alto nivel de polarización afectiva entre el correísmo y anticorreísmo, los cuales son las identidades políticas integradoras que están en disputa desde hace un poco más de 15 años. Esta división se ha convertido en el principal conflicto político-ideológico que marca el ritmo de la coyuntura política actual pero que también tiene implicaciones a nivel más estructurales, en relación a la visión, políticas y rol del estado. En esta disyuntiva, se circunscribe una de las primeras decisiones importantes que tendrá que tomar Noboa: si convoca, o no, a una Asamblea Constituyente que cambie la constitución de la república por vigésima primera vez para renovar –o descorreizar– el modelo estatal actual.
En el ámbito social, el Ecuador enfrenta altos niveles de violencia e inseguridad ligados al narcotráfico y crimen organizado, lo cual está afectando profundamente las dinámicas de la población. Esta situación que tiene varias causas estructurales –su posición geográfica– y coyunturales –la división de los grupos de delincuencia organizada locales– no tiene una salida fácil al corto ni mediano plazo. A esto se suma una cíclica crisis de generación eléctrica durante el periodo de estiaje que durante el año pasado provocó cortes energéticos de hasta 14 horas diarias, lo cual impactó gravemente las actividades productivas. Y para este año se prevé que el estiaje genere condiciones de sequía parecidas sin que las capacidades de generación eléctrica hayan mejorado debido a los altos costos de inversión requeridos.
Por último, el presidente Daniel Noboa tiene la difícil tarea de reactivar la economía ecuatoriana que se mantiene con sus históricos problemas estructurales: bajo nivel de productividad e innovación, vulnerabilidad ante precios de los productos primarios en el mercado internacional y dependencia de préstamos de los organismos multilaterales para cubrir su déficit fiscal. En el nuevo periodo de gobierno, este panorama no cambiará mucho y más bien se complicará en el contexto de la crisis de seguridad y energética presente que hace que la inversión pública y privada se ralentice. Lo único con lo que contaría el gobierno de Noboa es con la cooperación internacional que pueda surtir a partir de las relaciones diplomáticas con el gobierno de Trump y sus aliados.
El gobierno de Noboa ha tratado de posicionar el mensaje de “el nuevo Ecuador” como su slogan político. Sin embargo, estos escenarios sombríos y complejos, así como la manera autoritaria en que Noboa ha ejercido el poder hacen pensar que estamos frente al mismo viejo Ecuador de siempre: caudillista, inestable, frágil.
Director de la carrera de Ciencias Políticas de la Universidad de Guayaquil.
Miembro del Observatorio de Reformas Políticas en América Latina