Organizar un evento deportivo de alto nivel en México nunca ha sido tarea sencilla. Requiere visión, contactos, capacidad de gestión y, sobre todo, una gran inversión económica que casi siempre se convierte en un riesgo.

La Copa Internacional de Natación que se lleva a cabo en Querétaro, que reúne a más de mil atletas y tiene como figura estelar al francés León Marchand, es un ejemplo perfecto de lo que significa apostar por traer al país un espectáculo de talla mundial.

Detrás de la impecable logística que hoy se presume, instalaciones de última generación, carriles antiturbulencia, 20 bancos de salida de primer nivel, un área VIP y una organización que no envidia nada a torneos internacionales, hay empresarios y patrocinadores que ponen dinero sobre la mesa sin la certeza de recuperarlo.

El propio organizador, Raimundo Trujillo, reconoce que el esfuerzo económico es tan grande que, con suerte, “puede salir tablas o ganar un poco”. Y ese es el gran dilema: ¿vale la pena arriesgar tanto capital en un país donde el deporte, salvo el futbol, no siempre genera retornos inmediatos?

Lo que ocurre en Querétaro refleja una realidad: el deporte de alto rendimiento necesita de empresarios valientes que apuesten más allá de los números. La llegada de Marchand, hoy considerado el mejor nadador del mundo, no es un capricho, sino una inversión para elevar el nivel de la natación mexicana y ofrecer a las nuevas generaciones la posibilidad de medirse contra referentes internacionales. El valor no se mide solo en boletaje o patrocinios, sino en inspiración y en la posibilidad de “darle vuelta a México” con eventos que eleven la vara de lo posible.

Es justo reconocer que en este caso ha habido un apoyo institucional clave. La directora del Deporte en Querétaro, Iridia Salazar, medallista olímpica en taekwondo en Atenas 2004, ha trabajado para que el evento sea un éxito. Su gestión ha permitido asegurar infraestructura de última generación y generar confianza en los organizadores. También hay que mencionar a empresarios locales, como el doctor Manuel Borbolla, propietario de los hospitales San José, que han respaldado la justa con patrocinios concretos. Sin embargo, el riesgo sigue recayendo en quienes apuestan su capital privado.

El gran reto es lograr que estos esfuerzos no se queden como islas de excelencia. Porque mientras en otros países los atletas pueden crecer compitiendo cada fin de semana contra lo mejor del mundo, en México dependemos de iniciativas puntuales como esta. Y si los números no cuadran, si la taquilla no responde o si los patrocinadores se cansan, el peligro de que estos eventos desaparezcan es real.

Por eso, cada vez que un empresario decide organizar un torneo de esta magnitud, deberíamos reconocerlo como lo que es: un acto de fe en el deporte mexicano. No se trata solo de traer estrellas internacionales como Marchand, sino de sembrar futuro. Tal vez el balance económico no siempre sea favorable, pero el legado que deja en los jóvenes nadadores y en la comunidad acuática vale mucho más que cualquier cifra.

En un país donde el futbol acapara reflectores y presupuestos, estos esfuerzos son un recordatorio de que el deporte necesita aliados que miren más allá del negocio inmediato. Los empresarios que arriesgan en eventos como la Copa Internacional de Natación nos demuestran que sí se puede, aunque el costo sea alto y el riesgo nunca desaparezca.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.