Estamos de ferias, me refiero a los muchos esfuerzos a lo largo del país por enlazar al libro —editores y autores— con los lectores. En días pasados fui invitada tanto a la Feria Internacional de la Lectura Yucatán (FILEY) como a la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Baja California en su 25 edición, donde tuve el honor de ser distinguida con un homenaje por trayectoria (Gracias, FILUABC, editores y lectores).
En FILEY celebré con el escritor y amigo Carlos Martín Briceño la publicación de un proyecto sobre el que charlamos en sobremesas desde hacía un tiempo: Cocina yucateca. Crónicas de infancia y recetas de mi madre. Bellamente editado por Ficticia y los saberes de Marcial Fernández en coedición con el Gobierno del Estado y la Secretaría de Cultura y las Artes de Yucatán, este recetario organizado por apartados que van desde “Para abrir boca”, pasando por “Del diario” y otros y rematando con “Para celebrar” recrea la vida de una familia alrededor de los platillos cotidianos y celebratorios, al tiempo que nos refiere a una Mérida más secreta donde mercados, expendios, casas, traslados, carreteras van construyendo un mapa de recuerdos y cambios, de una comida íntima y natural para los locales a una comida que los fuereños elogiamos, aplaudimos por extraordinaria y única. Fui invitada a hacer el prólogo para el ejemplar que engalanó la presentación en FILEY del cual comparto algunos fragmentos, porque Carlos ha añadido a su potencia como narrador estas crónicas donde la memoria y el presente se dan la mano en el corazón de una casa, la cocina, donde la madre y la tía (a quienes está dedicado) son las voces con que se teje la precisión del recetario (Carlos dice que garantiza que si las seguimos, nos quedan como en su casa) y el paraíso solar de los años niños.
… Salpicado de anécdotas históricas y familiares, este libro no es sólo un recetario posible de emular en nuestra mesa, sino un paladeo de memorias de cocina y bodega —parafraseando a Alfonso Reyes— con ecos proustianos donde Carlos Martín Briceño nos comparte sus magdalenas. El autor, que con la palabra asienta y comparte, coloca a la gastronomía en ese peldaño de arte efímero, de asidero sentimental, legado de boca en boca, corazón de las reuniones en familia y se suma a los escritores y artistas con una devoción gastronómica cristalizada en publicaciones como lo han hecho Fernando y Socorro del Paso, Rubén Darío, Elva Macías y Claudia Hernández de Valle Arizpe, Julian Barnes o el propio Monet que cocinaba mientras pintaba sus nenúfares en los jardines de Giverny.
Me declaro, como Rosario Castellanos, una devota de los papadzules… La mesa está servida. Buen provecho, lectores.>