Se llenarán nuevas páginas, se encenderán polémicas, se ofrecerán pésames y el recorrido de la vida literaria de Mario Vargas Llosa ocupará los días como ha sucedido desde su muerte el pasado 13 de abril. El escritor peruano, uno de los pilares del Boom latinoamericano en los años 60, autor cosmopolita Premio Nobel 2010, el sexto para un escritor de América Latina, el primero para un peruano, con una fecundidad literaria arriesgando temas, formas, narrador de enorme potencia, con una disciplina incansable, ha sido un referente literario en el siglo XX y el XXI. Sobrevivió a sus compañeros de generación, aquellos por los que Carmen Balcells con agudeza excepcional apostó como fenómeno de identidad, renovación y alcance universal en la América de habla hispana. Algunos tuvimos el privilegio de haber leído los libros casi cuando se estrenaban en el mundo.

Lo leí por primera vez con Conversación en la catedral. Mi padre lo acababa de leer y le había parecido espléndido, a mí me dio una conversación con mi padre en la adolescencia. Una conversación en exclusiva. Mi padre admiró su inteligencia y su talento, seguramente también su porte elegante. A las mujeres nos parecía guapo. Pero de eso me di cuenta después, fueron sus libros los que me cautivaron, y una vez vuelta escritora, sus reflexiones acerca del arte de la escritura. Le dedicó libros y artículos a desentrañar el artificio que nació con el Quijote y que desde entonces nos permite observar y relacionarnos con la realidad de una particular manera. Vargas Llosa, como nadie, nos reveló el gran aporte de Flaubert a la narrativa a través de Madame Bovary. A partir de entonces el lugar del narrador, ese ente de palabras, fue otro. Mostrar no juzgar, no aparecer, no transparentar al autor que mueve la pluma. Leyendo La orgía perpetua uno comprende que Madame Bovary no sólo es la historia de una mujer enferma de lecturas románticas que le hacen idealizar la realidad hasta el rompimiento con ella, la desilusión y la muerte, sino que venimos del manejo que Flaubert hizo de ese punto de vista que es el narrador. La fiesta del chivo es brillante en la lección flaubertiana del manejo de los puntos de vista. El lector no tiene porque detenerse en esto ya que construir novelas no es su preocupación, sin embargo es interesante entender qué hay detrás del poder de persuasión de la novela, cómo se logra involucrar al lector en una trama, en un espacio, en una visión de lo que aqueja a los personajes en un mundo de palabras para que salga de él transformado y, si se puede, trastornado.

Cartas a un joven novelista es una guía clara e iluminadora para entender el proceso de escritura por medio de un ingenioso vehículo epistolar. Entender La verdad de las mentiras (ese análisis que hace de novelas que le resultaron imprescinidbles), esa manera en que un mundo que no está sucediendo nos revele una verdad de la condición humana y de nuestro proceder, permite seguir atizando la fascinación por el aparato novelesco que con tanto tino cultivó Vargas Llosa para quedarse entre nosotros. Más libro que persona.

Tuve el privilegio de conocerlo en persona en el Festival de Letras Hispanoamericanas en La Palma de Canarias y en una de las emisiones de la Cátedra Vargas Llosa en Guadalajara, donde lo vi asistir a cada una de las mesas temáticas sin chistar, mañana y tarde, hasta que se anunció el ganador del premio que lleva su nombre a la novela ganadora: el escritor colombiano Gabriel Vásquez. Antes de moderar la conversación entre Sergio Ramírez y Mario Vargas Llosa, me mostró mi novela Yo, la peor; acababa de comprarla en la librería Carlos Fuentes. No olvidaré ese gesto de mirarme como escritora, que haya tenido la intención de leerme. Esa cortesía todavía me hace sonreír.

Eterna vida a su obra.

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