Cuántas cosas podríamos decir sobre la voz; nada más escribir la palabra me viene la canción de Celia Cruz: tu voz es susurro de palmas, ternura de brisa... Ahora que nos hemos vuelto tan de mensaje electrónico, la voz en el escenario del intercambio cotidiano ha palidecido. Somos menos voz y más texto silencioso. Es como si la vía telegráfica hubiera vuelto y desbancado a la inmediatez telefónica. Pocas veces nos hablamos; nos mandamos un mensaje hasta para saber si nos podemos hablar. A veces resulta prudente, a veces imprudente porque dejamos de tener ese contacto espontáneo cuando una voz urge la presencia de otra voz.

Desde las estructuras orgánicas cuerpo adentro donde el aire hace vibrar las cuerdas y los movimientos de la boca y nuestra lengua producen efectos sonoros distintos, la verdad es que la voz siempre delata nuestro estado de ánimo. Con sus inflexiones podemos persuadir, con sus titubeos podemos preocupar, con su volumen podemos revelar. Una voz siempre remite al cuerpo y siempre nos recuerda la presencia y cómo está ligada a ademanes y miradas. La voz tiene matices, texturas; hay voces dulces, otras que taladran. Hay tonos demandantes, tonos cómplices, bruscos, inciertos, amenazantes. Asépticos, fríos e indiferentes.

Tan necesaria y asombrosa la voz y sus posibilidades como las que pude disfrutar en el espectáculo reciente de Tom Thum, un beatboxer australiano. Confieso que yo desconocía el término beatbox y su significado en la escena musical, de la misma manera que me asombró como aquellos DJ que amenizaban algunas fiestas deteniendo velocidades y mezclando vinilos con las manos, se volvieron espectáculo. Es cierto que Bobby McFerrin había hecho alarde de las posibilidades percutivas de la voz, antecedente del beatboxing contemporáneo. Tom Thum todo lo hace con la voz o con los ruidos que desde su cuerpo salen a través de la boca o incluso se coloca un micrófono muy cerca de la garganta mientras emite algún tipo de sonido. Al mismo tiempo graba los sonidos y ritmos para sobreponer capas de diferentes emisiones percutivas, susurros, frases, en una mezcladora a la que añade una voz adicional, ya sea muy aguda o grave o tal vez su voz normal, para hacernos viajar entre texturas y frecuencias y tonos y longitudes. Me hace pensar en esa canción de Pedro Infante del chisguete de voz. Este joven australiano, simpático y juguetón es lo opuesto al chisguete de voz. En concierto con la orquesta imposible en el Festival Paax GNP en Xcaret reprodujo sonidos de trompeta, de fagot, de violín, de arpa, tambor, además de animales, de viento, de agua con su espectáculo Thum Prints (con el compositor Gordon Hamilton), para el deleite también de los músicos. Un hombre espectáculo, un hombre que experimenta con todas las posibilidades que surgen de su caja torácica, de su garganta, de la cavidad bucal y los labios a los que añade trozos de lírica suya. Tan pronto jazz o balada pop, como un rap vigoroso, insinuando muchísimas posibilidades futuras, entre ellas la primera biblioteca de muestras de percusión vocal humana. Por algo The Guardian en el Reino Unido afirmó que Tom Thum parecía haberse tragado una orquesta entera y varios coristas. Habilidades y destrezas en un constante experimentar para alguien que se presenta diciendo yo no sé leer música, yo no sé tocar ningún instrumento. Pero Tom Thum es el instrumento, él es la música.

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