La icónica revista New Yorker cumplió en febrero de este año cien años de vida. Un maravilloso documental, dirigido por Marshall Curry, da cuenta de su historia y de la forma en que se trabaja en una revista que ha apostado por un periodismo creativo, de fondo, así como por vincularse con la ciudad a la que da voz (The talk of the town) y que este año estrena alcalde demócrata de origen musulmán, y por incluir siempre una pieza de ficción y un poema. Su actual editor, David Remnick (los editores de la revista han permanecido más de dos décadas al frente) nunca ha dudado en quitar estas piezas que han pavimentado la trayectoria de los escritores estadounidenses, efectivamente desde hace un siglo. Comenta que algunos leen la revista y se saltan el cuento y el poema y, en cambio, otros buscan la revista sólo para leer el cuento y el poema. Desde siempre, los descansos humorísticos han formado parte de su anatomía. Algo que resulta singular es la importancia de la unidad de verificación de datos. Semana a semana se analiza cada pieza y se contacta al autor o autora o a otras fuentes para estar seguros de que aquello que quedará en el impreso es fidedigno. Toda una apuesta que se ha sostenido en el tiempo y que subraya la seriedad y el compromiso con los puntos de vista y la verdad, muy relevante en tiempos de Fake News, de Inteligencia Artificial que puede estar montada sobre datos erróneos, información rápida e irresponsable en las redes. Da gusto saber que una revista en estos tiempos no sólo ha durado sino que tiene una visión de futuro, que va a quedarse y va a ser necesaria como plataforma para la conversación, el intercambio de ideas, de aquí en adelante. Sus diferentes directores han renovado las propuestas sobre una base muy tradicional y se han extendido a otros medios. Les recomiendo particularmente escuchar el podcast New Yorker Fiction. La editora de la sección, Deborah Treisman, invita a un autor que ha publicado en la revista para que escoja alguno de los cuentos aparecidos en el New Yorker a lo largo del tiempo y lo grabe con su voz, siempre precedido de una razón de la elección y un posterior análisis en diálogo con la editora. Un verdadero placer.
En 1925 hubo estrenos literarios. Entre ellos dos novelas ahora imprescindibles: La señora Dalloway de Virginia Woolf, El gran Gatsby de Scott Fitzgerald. La revista nacía al tiempo que la narrativa experimentaba con el tiempo y el punto de vista para subrayar la importancia de la percepción de los personajes, de la nuestra. Una revista nacida entreguerras que ha roto el silencio en repetidas ocasiones. El artículo sobre Hiroshima fue un hito y desató la conciencia sobre el genocidio provocado por la bomba atómica. Truman Capote publicó por entregas su novela de no ficción, como él mismo la llamó, A sangre fría. En mi novela más reciente La ausencia, los personajes son escritoras, Carson McCullers, Eudora Welty, Katherine Anne Porter, cuyos cuentos fueron publicados en varias revistas, ese camino natural a los escritores estadounidenses, y desde luego en el New Yorker.
Un querido amigo, nos decimos familia, cumple 100 años. Perfectamente lúcido, con humor y ánimo para celebrar la alegría de vivir, Augusto Elías compartió las razones de esa longevidad: los genes, la pasión por la publicidad y los afectos de familia y amigos. No sé si hay una fórmula que pueda aplicar para todos pero sin duda dedicarse con pasión a lo que a uno le gusta es por lo menos un cheque para la felicidad. El New Yorker y mi amigo comparten esa convicción de que las cosas que valen la pena requieren talento, imaginación, rigor, asombro y mucho amor. Sobre todo en tiempos difíciles. Enhorabuena por la centena.

