Cuando un periodista le preguntó al primer ministro británico Harold Macmillan qué podría descarrilar su naciente gobierno, se dice que respondió “events, dear boy, ¡events!” Tenía razón. Los presidentes recién electos llegan al poder cargados de planes y promesas, pero lo usual es que su agenda se desvíe al tener que responder a eventos que nadie había anticipado. Donald Trump y su gobierno no son inmunes a esta tendencia.
Es probable que una variedad de crisis, tanto internas como internacionales, sacudirán a la nación y requerirán del gobierno respuestas y reacciones que no estaban en sus planes. La más obvia es la emergencia climática. Ya es normal que los medios reporten de alguna parte del mundo —de Siberia a Nueva York— acerca de los catastróficos efectos de incendios incontenibles y huracanes cada vez más poderosos. La incompetencia gubernamental en este ámbito es un fenómeno global. Además, la respuesta gubernamental se complica debido a la polarización del debate acerca del cambio climático. Según Donald Trump, por ejemplo, la alarma por el calentamiento global y sus efectos son fraudes inventados por China para quitarle competitividad a las empresas estadounidenses.
Las investigaciones sobre el calentamiento global concuerdan en que la frecuencia, ferocidad y costos de estos eventos irá en aumento.
Otra distracción para la administración Trump podría ser una pandemia del mismo calibre que la que produjo el Covid-19. La Próxima Pandemia: No sí, sino cuándo es el titular de portada de una reciente publicación de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard. La postulación de Robert F. Kennedy Jr. como secretario de Salud de la administración Trump es muy reveladora: es conocido por sus denuncias contra las vacunas y su promoción de medicinas sin respaldo científico. Que sea él quien quizás dirija los esfuerzos del gobierno en caso de que ocurra una pandemia sería una letal distracción.
La economía también puede sorprender al mundo y al gobierno de Trump. Las vulnerabilidades económicas preexistentes como los enormes y crecientes déficits fiscales, las frágiles redes de suministro, la azarosa economía china o los anémicos mercados europeos y los costos de las guerras entre Ucrania y Rusia, así como las de Medio Oriente, señalan algunas de las principales fuentes de inestabilidad. A estas amenazas hay que añadir la guerra comercial entre EU y China, el recorte de los impuestos que pagan los más ricos, la drástica reducción del tamaño del gobierno y la eliminación de ciertas regulaciones al sector privado. Todos estos cambios crean un ambiente lleno de consecuencias no anticipadas que limitan la acción gubernamental.
Trump también podría ser sorprendido por la capacidad de sus adversarios para usar el sistema judicial para atrasar o hasta bloquear algunas de sus iniciativas. Si bien el éxito electoral que tuvo Trump le abre posibilidades que sus predecesores recientes no tuvieron, cabe recordar que el sistema judicial estadounidense es altamente descentralizado y que los jueces gozan de gran autonomía. Algunos de ellos podrían sorprender al presidente con decisiones que afectan negativamente la agenda del mandatario.
Y finalmente está la geopolítica: desde un Medio Oriente ya en ebullición hasta un estrecho de Taiwán cada vez más estrecho, la seguridad del planeta es precaria. Trump cree que desestimar a la OTAN y alardear de su admiración por Putin es un pasatiempo sin consecuencias. Pero ¿y si no lo es? Los entusiastas admiradores de Donald Trump quieren creer que su líder es inmune a los vaivenes de la política y de la historia. Esa ilusión les durará poco. Los eventos se encargarán de ello.
Miembro distinguido del Carnegie Endowment for International PeaceX: @moisesnaim