Para muchos, pensar en servilletas tortilleras nos recuerda a nuestra madre o abuela, ya sea viéndolas bordar sobre la blanca tela o recibiendo sus órdenes para ir a formarnos en la tortillería con el colorido paño en nuestras manos, y ¡ay de nosotros si la ensuciábamos o perdíamos!
Durante décadas, estos textiles bordados se hilvanaron con fuerza a la percepción de la maternidad mexicana y a los roles que se esperaban de ellas. Para muestra, EL UNIVERSAL ILUSTRADO publicó el 21 de agosto de 1930 un sencillo ejercicio para que las madres “continuaran educando a su niña en la práctica de obras bonitas y útiles al hogar, y así preparar a la pequeña de hoy en la hacendosa mujer del mañana”.
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Se trató de un dibujo de una pastorcilla y corderitos, ideal para un primer acercamiento al bordado de servilletas. Nuestro semanario cultural recomendó a la “madre diligente y cariñosa [tener] mucha paciencia y su mejor voluntad” para que su hija no descubriera que su aprendizaje era para “convertirse en mujer”, sino que lo viera como un pasatiempo entretenido y no le costara ejercerlo en su futuro como ama de casa.
Hoy en día, es raro que una madre intente transmitirle esta habilidad a sus hijos y aquellas personas que quieran aprender a bordar optan por videos en redes sociales o cursos especializados. El bordado de servilletas ya no transmite las mismas cosas que años atrás, ahora funge también como vía de expresión y denuncia.
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En Guerrero representan tradición y agradecimiento
En nuestra búsqueda de experiencias con las servilletas tortilleras platicamos con la señora Carolina Damaso Jiménez, originaria del estado de Guerrero y madre de tres hijos. Entre los cajones de su cocina resguarda cuatro decenas de bordados para tortillas y recuerda haber bordado 70 más.
Su primera experiencia con estos aditamentos caseros fue en 1979, cuando tenía 10 años y asistía a una primaria de Ciudad Altamirano, en el municipio Pungarabato. Su entonces profesora encargó a todo el grupo realizar una servilleta tortillera bordada como regalo del Día de las Madres.
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“Nos ponían a bordar servilletas porque no había dinero para comprar un buen regalo para las mamás, entonces era algo hecho por ti. Nos enseñaban los maestros, ellos pintaban cualquier diseño y lo bordamos”, afirmó.

La madre de Carolina nunca bordó, ocupándose de la crianza de ganado y producción de quesos; “a ella nunca le gustó bordar, pero después nos compraba tela y pedía que la bordáramos, para no gastar en una [servilleta] decorada”, afirmó Damaso Jiménez.
Con el paso de los años, nuestra entrevistada perfeccionó y encontró más gusto por decorar servilletas. Por su cuenta aprendió puntadas más elaboradas, ya fuera en catálogos de costura o viendo los diseños de otras personas.
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Casi cuatro décadas después, este pasatiempo le permitió colaborar en el velatorio de sus padres. En Ciudad Altamirano y en varios sitios de México es tradición dar recuerdos bordados a los invitados de una boda o XV años, pero también suelen darse por el novenario de un recién fallecido.

“Si te casas, [das un] recuerdo; si te mueres, [das un] recuerdo”, afirmó nuestra entrevistada. “Es para agradecer a los que fueron al rezo de nueve días, en especial a las mujeres que rezaron. A ellas debes darles una bandeja llena de comida y todo lo tapas con una servilleta tortillera bordada por ti, para que no se vea”.
No existe un diseño específico para los tortilleros de un novenario, pero todos los asistentes deben recibir uno. “Las mías sólo llevaron una sencilla figura en la esquina, sin mucho detalle para no tardar tanto”, nos comentó Damaso Jiménez.
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Para los funerales de sus padres, uno en 2008 y otro en 2012, nuestra entrevistada bordó más de 40 servilletas. “Fue cuando más bordé en mi vida; es mucho gasto y pasas tus días de luto bordando, pero es una tradición que te hacen seguir”, compartió.
Hoy en día y tras 45 años bordando, Carolina ya perdió el interés. Con sus cajones rebosantes de tela y colores, no necesita más servilletas y nunca quiso convertir su pasatiempo en un negocio.
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Una de sus hermanas reside en Estados Unidos y le propuso bordar servilletas para venderlas en el país vecino. “Me dijo que muchos paisanos las comprarían, pero no quiero, porque tendría que mandar cosas muy bien hechas para que valga la pena”.

Madre de dos mujeres y un hombre, nuestra entrevistada no tuvo intención de enseñarles a bordar “y tampoco espero que ellos me hagan servilletas como mi mamá me pedía. Yo preferí exigirles que aprendieran otras cosas”, sostuvo.
Como muchos jóvenes en la actualidad, los hijos de Carolina recurren a tutoriales en línea o redes sociales para aprender ciertas habilidades como el bordado o costura.
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Su hija mayor, Elizabeth, pasó parte de la cuarentena por COVID-19 aprendiendo puntadas con videos de Facebook. “Me gustó, porque mientras hacías el bordado, [la creadora de contenido] daba reflexiones o ejercicios de respiración; cuando terminaba la lección te sentías relajada”, compartió.

Denuncias bordadas, el tema incómodo sobre la mesa
Tal pareciera que aquellas experiencias de madres enseñando a bordar a sus hijas para “convertirlas en mujeres” ya es cosa del pasado; lo de hoy es usar el bordado como forma de expresión o denuncia, aprendiendo puntadas y técnicas por medios digitales.
Mochilazo en el Tiempo entrevistó a Ariadna Zantiago y Silvana Flores, fundadoras de Pongamos el Tema sobre la Mesa, un “proyecto colaborativo de servilletas de tela intervenidas” con más de mil seguidores en Instagram.
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Esta iniciativa surgió en 2021 durante la pandemia de COVID-19, cuando ellas y otros miles de jóvenes recurrían a pasatiempos como el bordado para evitar el aburrimiento o para proteger su salud mental durante el confinamiento.

Ambas aprendieron bordar de forma “moderna”; Ari asistió a un curso de la bordadora Silvia Peligro a petición de su madre, “porque quería que yo le bordara cosas”. Silvana recurrió a videos tipo Hazlo Tú Mismo; “yo no tengo alguna figura femenina que borde, en mi casa soy la primera generación que lo hace”, comentó.
El precepto de Pongamos el Tema sobre la Mesa es contundente: todos tenemos algo que decir. Silvana y Ariadna invitan a cualquier interesado en bordar una servilleta con la reflexión que deseen compartir, sin importar tema, edad, género o nacionalidad.
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Según compartió Silvana, “siempre nos dicen ‘de política no se habla en la mesa, de menstruación o de religión’ y por eso usamos el nombre Poniendo el Tema sobre la Mesa, porque las tortillas son el cotidiano de las mesas mexicanas y eso nos dio la idea de bordar sobre temas que no se tratan a la hora de la comida o que son tabú”.

Por irónico que parezca, Ari y Silvana no se conocen en persona; una vive en Culiacán, Sinaloa, y la otra en Ciudad de México, respectivamente, pero eso no les impide gestionar su proyecto colaborativo.
Entre los temas que sus participantes aportan están problemas ambientales, aborto, menstruación, personas desaparecidas o corporalidad. Su invitación ya obtuvo respuestas desde España y Latinoamérica, siendo en su mayoría de mujeres que expresaron su opinión o denuncia a través de aguja e hilo.
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Ambas fundadoras participaron en Desde Casa Yo Bordo, proyecto de la asociación Bordeamos por la Paz de Ciudad Juárez. Con sus servilletas y las de otras participantes se creó una manta para recordar a mujeres asesinadas en la urbe fronteriza, siendo otro ejemplo actual del bordado como vía de denuncia.

Esta experiencia fue difícil para Ari y Silvana, debido a la carga emocional de conocer las historias de víctimas de feminicidio. “A mí me tocó una mujer que era más joven que yo y estaba la descripción de lo que le sucedió. Ya no pude hacer otra [servilleta para Bordeamos por la Paz] porque me generó mucha tristeza”, compartió Silvana.
Bordar para expresar quejas o preocupaciones no es algo único de las generaciones recientes, según nos compartió Ariadna. “Siempre ha habido alguien que utiliza el bordado o cualquier textil para expresarse, pero antes no era bien visto; ahora, como cambia la sociedad, ya no es tan señalado, pero seguirá habiendo gente que no quiera ver un mensaje [de protesta u opinión] en una servilleta”, compartió.
Para ambas fundadoras, sus servilletas se convirtieron en su forma de “soltar” y un lienzo para sus pensamientos. Como residente de Culiacán, Ariadna tiene un bordado sobre cuántos días ya pasaron desde el Culiacanazo, junto a otros trabajos que evidencian la falta de claridad en la información reportada por medios nacionales.

Según nos compartió, el ambiente alrededor del Día de las Madres en Culiacán “se siente extraño, porque se fomentan eventos masivos, pero la gente prefiere resguardarse porque vemos y escuchamos lo que pasa. Va a ser un 10 de mayo muy familiar, celebrándose en las casas y resguardados”, afirmó.
En el caso de Silvana, cuya formación profesional fue Ciencias de la Tierra, sus bordados abordan temáticas ambientales. Entre sus servilletas para Pongamos el Tema sobre la Mesa están “No es sequía, es saqueo”, sobre la concesión y consumo desmedido de agua en plantas embotelladoras, o “El asesino silencioso” con el impacto de la contaminación atmosférica en la salud.
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Sobre si consideran que el bordado tradicional se está perdiendo, ambas dijeron que sólo evoluciona y se adapta al cambio generacional. “No creo que desaparezca, pero sí hay una transformación en su significado; ya no es sólo para que [una servilleta] se vea bonita, se pone a estos lienzos como forma de expresión”, concluyó Silvana.

Las servilletas como expresión emocional, artística o política
Mochilazo en el Tiempo también platicó con Lorena Flores, historiadora y emprendedora enfocada en la reutilización creativa de ropa o upcycling. Al igual que muchos jóvenes en tiempo reciente, aprendió a bordar por videos en redes sociales.
Tanto para su marca, Punto Lore, y sus talleres en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco, Lorena recurre al bordado como una forma de decoración textil y una vía de “hacer algo diferente”. Algunos de sus productos muestran mensajes sobre aborto, feminicidios o violencia generalizada, entre otros.
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En entrevista para este diario nos compartió la experiencia que tuvo con un familiar cercano, quien rebasa los 70 años de edad y también tiene el hábito de bordar.

“Me acuerdo una vez que estaba en su casa y yo bordaba una patrulla incendiándose; cuando me vio bordando eso me dijo ‘¿por qué bordas esas cosas?’ a forma de regaño. Estuvo raro, porque algo que nos pudo unir no se dio y, al contrario, me regañó”.
Lorena es consciente de las enseñanzas violentas que muchas personas como su familiar pudieron experimentar al aprender a bordar, por ello sus talleres en el CCU se enfocan en acompañar y mediar entre sus estudiantes y el bordado.
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“Algunas de mis alumnas son adultas mayores y cuentan que se alejaron del bordado por esas enseñanzas violentas y también por el contexto de ‘la mujer debe ser…’. Asociaron el bordado como femenino y ellas no querían verse débiles”, nos comentó.
“Ahora se reencontraron con el bordado y yo les enseño desde un acompañamiento empático. A algunas les tocó el ‘si te equivocas, deshaces todo el bordado y vuelve a hacerlo’, es algo que evitamos en clase”, sostuvo Lorena.
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Al preguntar sobre si está próxima la meta de resignificar al bordado para que no se vea como una obligación impuesta o esperada de las madres, Lorena nos dio una importante reflexión.
“Todos tenemos relación con el bordado, ya sea en ropa o servilletas en casa de nuestras abuelas, pero ahora también está en las calles. El bordado se convirtió en una herramienta valiosa, en la creación de memoria y expresión política, se coló en un montón de protestas de diferentes movimientos sociales”, afirmó.
“Las mujeres ya hicieron tantas cosas que no les reconocen. Muchas ya no ven al bordado como una estrategia que solía ser de control, sumisión o el ‘deber ser de una madre’, ahora lo resignifican como una herramienta de expresión política, artística, emocional”, concluyó.

- Fuentes:
- Hemeroteca EL UNIVERSAL
- Entrevista con Carolina Damaso Jiménez
- Entrevista con Ari Zantiago y Silvana Flores, de Poniendo el Tema sobre la Mesa
- Entrevista con Lorena Flores, de Punto Lore