Texto: Liza Luna
Con las fechas más aterradoras del año a la vuelta de la esquina, toca ponernos perversos y hablar de Satanás. Pero no del que se alimenta con la sangre de cabras y nos quema las plantas de los pies con su castigo eterno, sino del símbolo de rebeldía, ruptura de lo establecido y estrella del entretenimiento moderno.
Hay creyentes satanistas u ocultistas que adoran a un ente diabólico y creen en su existencia, conocidos por practicar sacrificios contra animales y otros actos que no hace falta mencionar. No hablaremos de ellos en este Mochilazo en el Tiempo, sólo del referente contracultural que sacudió al siglo XX.
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Entre los años 80 y 90 se estigmatizó todo el contenido que hiciera referencia a Lucifer y a quienes lo consumieran. Fue una caza de brujas moderna, con la sociedad denigrando y hasta criminalizando a artistas o fanáticos sólo por hablar del Diablo.

Se buscaba el individualismo, la rebeldía y el sentido común
Antes de pasar a la condenación de la humanidad, requerimos contexto satánico. Pero no hacen falta cubetas de sangre, ouijas ni nuestras peores predicciones sobre lo que es el infierno, porque el satanismo que nos atañe no va por esa dirección.
Anton LaVey fundó la Iglesia de Satán el 30 de abril de 1966, en California. Su único interés es “la verdadera naturaleza del Hombre: bestia carnal que vive en un cosmos indiferente a nuestra existencia. Somos ‘nuestros propios dioses’ [el humano] y podemos ofrecer nuestro amor a quienes lo merecen y descargar nuestra ira, dentro de límites razonables, sobre quienes buscan causarnos daño”, dicta su introducción.
De acuerdo con Aisha Stacey en su texto Satanismo, el modelo de pensamiento laveyano “no tiene nada que ver con el infierno, demonios, trinches, tortura sádica, comprar el alma de las personas, posesión demoníaca, sacrificios o hechos malvados”, sino con una vanguardia de individualismo, rebeldía y sentido común.
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El artículo Occult Revival: A Substitute Faith, para la revista TIME de 1972, afirmó que los satanistas laveyanos “invocan a Satanás no como un ser sobrenatural, sino como un símbolo del ego egoísta del hombre. Desprecian a quienes realmente creen en lo sobrenatural, ya sea maligno o no”.

Se persiguió todo lo relacionado con el Diablo
Pero, una cosa es lo que sostienen los laveyanos que es el satanismo y otra lo que asegura el resto del mundo.
La humanidad comenzó a temerle al diablo y a sus supuestos seguidores tras la publicación del Malleus Maleficarum o Martillo de las Brujas, un folleto religioso de 1487 que funcionó como guía para detectar y castigar la brujería, herejía y maldad.
Se inculpó a personas, en su mayoría mujeres, de ser adoradores de Satanás, sólo por tener conocimientos en ciencia, ejercer costumbres poco comunes, por no atender las tradiciones cristianas o incluso por atenderlas con demasiado fervor.
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Como dicta el mismo Martillo de las Brujas, “una mujer que apenas va a la iglesia es sospechosa [de ser bruja], pero más aún lo es la mujer que asiste regularmente a los oficios”, pues de seguro traía un asunto demoniaco entre manos. Esa fue la principal capacitación de la humanidad para perseguir a Lucifer.

En el siglo XIX, libros como Allá Lejos del escritor pesimista convertido en ferviente católico, Joris-Karl Huysmans o las farsantes Memorias de una Ex-Paladista de Léo Taxil, advertían de presuntos círculos adoradores de Lucifer, describiendo misas negras perversas y aumentando el temor frente a los satanistas.
Avanzando hacia la segunda mitad del siglo XX y con los laveyanos diciendo que seguir a Belcebú era ser único y diferente, muchos padres de familia y religiosos temieron que estos adoradores del diablo influyeran en los sectores más jóvenes.
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Entre 1980 y los años 2000, se fabricaron rumores sobre presuntos sacrificios de niños, orgías y blasfemias contra objetos religiosos cometidos por círculos satanistas, ocultos en vecindarios familiares, apoyados por el heavy metal, caricaturas con mensajes subliminales y películas de terror. Era el momento del pánico satánico.

Según apunta el sitio Vox, Estados Unidos y otros países experimentaron “uno de los sustos mediáticos más prolongados de la historia” con el pánico satánico. Este terror colectivo se encargó de estigmatizar a “adolescentes impíos, así como a la música y contenido ‘desviados’ que consumían”, como si fuera una nueva caza de brujas.
El detonante de este miedo ochentero fue el libro Michelle Remembers, primero en hablar de “abusos de ritos satánicos”. Su autor, Lawrence Pazder, aplicó terapias de recuperación de la memoria a su paciente Michelle Smith, una joven que aseguró pertenecer a un culto demoniaco durante su infancia, donde atestiguó sacrificios y perversiones sexuales de seres poseídos o inspirados por el demonio.
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Ahora podemos considerar ese libro como pseudociencia o farsa, pero en su momento desencadenó una avalancha de prejuicios y temores. El diablo estaba en todas partes y cualquier contenido o persona que tuviera inclinaciones satánicas fue considerado una amenaza para la sociedad y, en ocasiones, hasta criminal.

Lucifer representó conocimiento y modernidad
Según apuntó José Mariano Leyva en Viajes hacia la Literatura Satánica, desde finales del siglo XIX, “la literatura se volvió un refugio conveniente para el demonio y lo transformó. La imagen del diablo se despojó de sus vestimentas morales y adquirió novedosas ropas críticas”, con intelectuales posicionando a Lucifer como una representación del sentido común, conocimiento no dogmático y modernidad.
Tal resignificación de Satanás se extendió a otras expresiones artísticas para la segunda mitad del siglo XX, algo que alarmó a muchos.
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Según acusó Aisha Stacey en su investigación, “la adoración satánica suele ser etiquetada de forma engañosa o glamourosa en películas hollywoodenses. El satanismo es una guerra y Satanás está ganando porque nosotros, gente del siglo XXI, dejamos de creer en su existencia, al punto de usar su nombre para ganar notoriedad”.

Pero, ¿en serio se crearon libros o películas para que Belcebú nos posea? Según apuntó Ana Laura Bochicchio en su trabajo sobre contracultura satanista, lo que ocurrió fue que el arte posterior a la Segunda Guerra Mundial se rodeó de perspectivas neovanguardistas, “estableciéndose en contra de los principios comerciales o industriales para ejercer provocación social y política”.
Y mientras el pánico satánico acusaba a libros como El Señor de los Anillos o Harry Potter de promover la brujería y ser vehículos para la posesión infernal, la Iglesia de Satán ni siquiera los consideró obras del satanismo.
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En lugar de recomendar libros sobre encantamientos y demonios, los laveyanos enlistan La Guerra de los Mundos de H.G. Wells, los trabajos de Nietzsche y Foucault, El Príncipe de Maquiavelo y hasta Cumbres Borrascosas de Emily Brontë como textos que todo satanista debe leer, por ser libros adelantados a su tiempo, con principios de individualidad y conocimiento.

En el caso del cine, la iglesia de LaVey incluye en su selección a El Bebé de Rosemary, Ciudadano Kane, Metrópolis, Simón del Desierto, Soylent Green y hasta Fantasía de Walt Disney como películas obligadas, mientras las audiencias pensaban que El Exorcista o La Profecía eran las cintas responsables de liberar al demonio.
El temor a lo satánico también atacó a juegos de rol como Calabozos y Dragones, tildándolo de invocación al diablo y herejía, así como a caricaturas como Pokémon, acusándolo de alienar a infantes con su encantamiento de criaturas endemoniadas.
Hasta aquí dejamos la primera parte de dos sobre la incursión del satanismo en nuestro entretenimiento. En la próxima entrega veremos cómo la búsqueda de modernidad y rebeldía llevó a confundir y calificar a la música de servir a Lucifer, mientras la imagen del gobernante de las tinieblas conquistaba el mercado.

Las repercusiones más severas del pánico satánico fueron las denuncias contra inocentes de violentar a menores de edad con intereses ocultistas. El Caso McMartin de presunto abuso contra niños en una guardería por parte de un culto satánico resultó ser el juicio más caro y basado en falsedades en la historia de EU. Fuente: YouTube
- Fuentes:
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