Hace un siglo, las autoridades del vieron cómo la mitad de su población se embriagaba con copas de vino, botellas de cerveza o tarros de pulque. El alcoholismo era un problema a punto de estallar en la capital.

El lanzamiento de un censo en 1925 arrojó números preocupantes sobre la dependencia al alcohol en el entonces DF, esperando que exhibir los alarmantes resultados ayudara a disminuir el consumo de las apodadas “bebidas espirituosas”.

“¡Números! En esas listas [del censo realizado por el Departamento de Estadística Nacional], cada quien reconocerá al amigo que dejó en la copa hasta la última chispa de su espíritu, al muchacho descarriado que infamó su nombre o a la víctima sin culpa que recibió la plaga [del alcoholismo] por herencia”, se leyó en EL UNIVERSAL en 1925.

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El alcohol impactó a los sectores más empobrecidos; a hombres y mujeres, obreros y jefes, adultos y menores. Y mientras el censo de hace 100 años se esforzaba por visibilizar las consecuencias de la embriaguez, los productores de bebidas alcohólicas se preocupaban más por decir que sus productos no eran los culpables.

Hombre alcoholizado, años 30. De acuerdo con DENUE 2025, para el segundo trimestre de 2024, en todo el país se registraron más de 31 mil centros nocturnos, bares y cantinas. En 2019, la CDMX acumuló mil establecimientos. Foto: Mediateca INAH
Hombre alcoholizado, años 30. De acuerdo con DENUE 2025, para el segundo trimestre de 2024, en todo el país se registraron más de 31 mil centros nocturnos, bares y cantinas. En 2019, la CDMX acumuló mil establecimientos. Foto: Mediateca INAH

La ciudad tenía a 500 mil bebedores y miles de cantinas

En un artículo para EL UNIVERSAL del 12 de marzo de 1925, el afamado reportero explicó a sus lectores los datos recién liberados del censo El Problema del Alcoholismo en la República Mexicana, realizado por el entonces Departamento de Estadística Nacional, lo que hoy es el INEGI para nosotros.

Este ejercicio estadístico ofreció una revisión nacional del impacto que tenían las bebidas embriagantes en los mexicanos. Según indicó el censo, “el alcohol es veneno […] y nuestras investigaciones mostraron la decadencia moral debida al alcoholismo”.

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“Las bebidas alcohólicas de cualquier clase deben ser absolutamente prohibidas a niños, adolescentes, mujeres embarazadas y las que crían, a los atacados de neurosis y sus descendentes, a alienados, y a los que padezcan alguna diátesis o enfermedad constitucional; en una palabra, a la mayoría de la gente”, sentenció el censo.

El censo de 1925 comparó la mortalidad nacional por alcoholismo y la de otros países. Inglaterra tuvo 108 fallecidos por alcohol por cada 100 mil muertes, Suecia tuvo 78 y Rusia 138, contra las 2 mil 770 de México. Foto: ESPECIAL.
El censo de 1925 comparó la mortalidad nacional por alcoholismo y la de otros países. Inglaterra tuvo 108 fallecidos por alcohol por cada 100 mil muertes, Suecia tuvo 78 y Rusia 138, contra las 2 mil 770 de México. Foto: ESPECIAL.

El muestreo se realizó en ciudadanos de entre 15 a 80 años y hubo un segundo grupo con personas mayores de 80. El primer dato de interés: para el último trimestre de 1924, se estimó que un 33% de la población nacional era alcohólica o dependiente a la bebida, con al menos 5 millones 200 mil bebedores.

Otro dato de importancia fue que el alcohol era responsable del 3% de muertes en México, sobre todo por cirrosis en el hígado; el sector poblacional más afectado por este padecimiento rondó los 40 a 60 años.

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La estadística de mortalidad se concentró sólo en afecciones médicas provocadas por el alcoholismo y excluyó accidentes, suicidios u homicidios ocurridos en estado de ebriedad, pues “la conexión causal entre alcohol y los mencionados casos de muerte no siempre puede determinarse”; de lo contrario, el índice sería mucho más elevado.

El censo arrojó que un mexicano bebía hasta 789 litros de licor al año, a comparación de Holanda o Noruega que consumían 620 y 231 litros. Un defeño superaba ese promedio por casi 100 litros más. Foto: Hemeroteca EL UNIVERSAL.
El censo arrojó que un mexicano bebía hasta 789 litros de licor al año, a comparación de Holanda o Noruega que consumían 620 y 231 litros. Un defeño superaba ese promedio por casi 100 litros más. Foto: Hemeroteca EL UNIVERSAL.

Concentrándose en la capital, Dalevuelta destacó que el entonces Distrito Federal albergaba a 500 mil consumidores de alcohol, lo que era casi la mitad de la población capitalina, e iban “desde borrachos profesionales a simples aficionados tequileros”.

Con un índice tan alto de bebedores, en todo 1924 la capital acumuló 2 mil 770 defunciones provocadas por el “nefasto resultado de la embriaguez”. Las causas de muerte relacionadas con el alcoholismo incluían el delirium tremens, congestión cerebral, enteritis por origen alcohólico y polioneuritis también de origen alcohólico.

Hablando del impacto de las “bebidas espirituosas” en el sector laboral, los trabajadores que más sufrían de alcoholismo eran los obreros, pues un alarmante 80% de los fallecidos por embriaguez pertenecía a este sector.

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Intentando disminuir tal índice, la Comisión Regional Obrera solicitó a las autoridades impedir la apertura de más “expendios de bebidas embriagantes cerca de fábricas y, en general, de los centros de trabajo”, pues aseguraron que el mismo gobierno autorizó y hasta protegió estos establecimientos, en un claro acto de corrupción.

Pulquería, siglo XX. La sexta demarcación de la Ciudad de México fue la zona con mayor concentración alcohólica de la capital. Foto: Tania Victoria/Secretaría de Cultura CDMX/Wikimedia Commons.
Pulquería, siglo XX. La sexta demarcación de la Ciudad de México fue la zona con mayor concentración alcohólica de la capital. Foto: Tania Victoria/Secretaría de Cultura CDMX/Wikimedia Commons.

El censo del Departamento de Estadística Nacional arrojó que, para comienzos de 1925, el Distrito Federal tenía 4 mil 93 “establecimientos de embriaguez” registrados. En comparación, hoy en día la capital no pasa de 2 mil negocios dedicados al alcohol.

En la primera demarcación se contabilizaron 50 cantinas por cada 100 mil pobladores, la tercera tuvo 65, la cuarta demarcación tuvo 89, la quinta tuvo 37 cantinas y la octava tuvo 72 cantinas por cada 100 mil habitantes.

Las demarcaciones con mayor concentración de alcohol fueron la sexta con un total de 763 cantinas en su territorio u 87 por cada 100 mil habitantes; y la segunda demarcación tuvo 712 establecimientos de este tipo o 63 por cada 100 mil pobladores. La séptima resultó ser “la más seca” con apenas 210 cantinas en su jurisdicción, traducido a apenas 33 por cada 100 mil habitantes.

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El censo de 1925 arrojó que un 70% de los hombres capitalinos entre 15 a 80 años bebían alcohol, al igual que un 50% de las mujeres en el mismo rango de edad. Para el grupo de mayores de 80 años, el índice disminuyó a 30% de hombres y 21% de mujeres como consumidores de “bebidas espirituosas”.

Cantidad de cantinas por cada 100 habitantes en el DF. La población más afectada por el alcoholismo en la capital eran los solteros. Foto: Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Cantidad de cantinas por cada 100 habitantes en el DF. La población más afectada por el alcoholismo en la capital eran los solteros. Foto: Hemeroteca EL UNIVERSAL.

Para los tiempos postrevolucionarios, el pulque era la bebida embriagante predilecta del mexicano y tan sólo en el DF tenía 367 mil consumidores, un 73% de los bebedores locales, quienes lograron beberse un estimado de 183 millones 479 mil litros de este producto fermentado en 1924.

El censo asumió que los capitalinos devotos al pulque también eran consumidores de bebidas como aguardiente o vino, por lo que se calculó que la población del DF se bebió otros 9 millones 997 mil litros de licores variados en el mismo periodo.

Por su cuenta, la cerveza embriagó a 37 mil personas en la capital, un 7% de los bebedores totales, y agotó 4 millones 774 mil litros en un año.

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El Departamento de Estadística Nacional indicó que un defeño pudo consumir 458 litros de pulque, 34.76 litros de licores variados y 91.67 litros de cerveza tan sólo en 1924. “Ya no nos extrañará desde ahora ver por las calles de aquí y de allá, a hombres y mujeres zigzagueantes”, concluyó Jacobo Dalevuelta ante tales resultados.

Persona alcoholizada en vía pública. En todo enero de 1925, el DF registró 46 muertes por el consumo de bebidas embriagantes. Foto: Mediateca INAH.
Persona alcoholizada en vía pública. En todo enero de 1925, el DF registró 46 muertes por el consumo de bebidas embriagantes. Foto: Mediateca INAH.

Medidas para contrarrestar los embates del alcoholismo

Los números y estadísticas lucen interesantes en papel, pero el impacto del alcoholismo en los capitalinos era todo menos pintoresco. EL UNIVERSAL informó en varias ocasiones sobre alguna persona alcoholizada que amanecía inconsciente en un parque o acera, a veces con golpes, sin pertenencias y casi al borde de la muerte.

También se informó de la localización de defeños que sucumbieron ante la congestión alcohólica, pasando varias horas en estado de descomposición dentro de sus domicilios o en plena vía pública.

Para ejemplo del infame efecto de las “bebidas espirituosas” está la cobertura del 25 de mayo de 1925, cuando esta casa editorial reportó otra “repugnante tragedia por alcoholismo”. En Tacubaya, las autoridades atendieron a una niña de 13 años que tenía casi dos años consumiendo altas cantidades de aguardiente y otros licores.

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Según la madre de la menor, su hija tenía un “amante” mucho mayor que ella, responsable de hundir a la infante en el vicio. Tan grave era su condición que a sus 13 años lucía “el rostro abotargado y párpados de los ojos hinchados, respiración dificultosa y la invade un temblorcillo que le da aspecto de pelele”.

Pareja compartiendo una jarra de pulque. La falta de recursos y vivir en sitios alejados orilló a algunas familias e infantes a beber pulque porque era más barato y sencillo de conseguir que la leche fresca. Foto: Mediateca INAH.
Pareja compartiendo una jarra de pulque. La falta de recursos y vivir en sitios alejados orilló a algunas familias e infantes a beber pulque porque era más barato y sencillo de conseguir que la leche fresca. Foto: Mediateca INAH.

Tanta era su dependencia a lo embriagante que, cuando la niña recobró la sobriedad, “pedía alcohol arrancándose los cabellos desesperadamente”, indicó este diario.

El Departamento de Salubridad del DF no esperó más y a mediados de marzo de 1925, inició una campaña contra el alcoholismo, con propaganda y restricciones para disminuir la venta de bebidas embriagantes.

Una de esas medidas fue detener la emisión de licencias para pulquerías y cantinas. Ya no se permitirían nuevos establecimientos y cualquier negocio previo que incumpliera algún reglamento perdería su permiso de operación de forma permanente.

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Se establecieron restricciones de horarios y se clausuró cualquier expendio que estuviera cerca de escuelas, iglesias, cuarteles y otros sitios de importancia, imponiendo una distancia mínima de 50 metros para instalarse. También se optó por cerrar la mayoría de las cantinas ubicadas en el primer cuadro de la ciudad, así como en barrios muy poblados y suburbios.

Personas tomando pulque. El plan del DF era reducir la cantidad de cantinas a mil y mantenerlas con horario estricto, cerrados a partir de las 8 de la noche entre semana y sin operar desde la tarde de cada sábado hasta lunes. Foto: Wikimedia Commons.
Personas tomando pulque. El plan del DF era reducir la cantidad de cantinas a mil y mantenerlas con horario estricto, cerrados a partir de las 8 de la noche entre semana y sin operar desde la tarde de cada sábado hasta lunes. Foto: Wikimedia Commons.

Ninguna bebida alcohólica daña al cuerpo si se toma con moderación

La situación del alcoholismo en México dio paso a más investigaciones y presunciones sobre cómo influían las bebidas embriagantes en la salud. EL UNIVERSAL citó en varias ocasiones los trabajos de la Dirección de Estudios Biológicos, organismo fundado en 1915 y antecesor del hoy Instituto de Biología de la UNAM.

En diciembre de hace 100 años, esta institución científica notificó que el alcoholismo afectaba el sistema reproductivo de la mujer, provocando “atrofia en los ovarios”. En el caso de los hombres, identificaron “lesiones en los testículos, con fuerte esclerosis y ausencia de espermatozoides en un 86%”.

En su edición del 13 de diciembre de 1925, EL UNIVERSAL informó sobre otro estudio para confirmar que la cerveza era “un veneno”. Para demostrarlo, se practicó con dos grupos de obreros: a unos se les dio a beber ese licor para mitigar la sed y terminaron con los “nervios entorpecidos”; a los otros se les dio agua y su productividad aumentó.

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Además, la Dirección de Estudios Biológicos aseguró que un “50% de la mortalidad en menores de 10 años” era por consumo directo o indirecto de pulque, ya fuera porque lo ingerían a temprana edad o porque madres y nodrizas tomaban esta bebida durante la lactancia. También se afirmó que era causante de roña y caída de cabello.

Cartel de campaña antialcoholismo en los años 30. El Departamento de Salubridad se inspiró en folletos y volantes que Estados Unidos aplicó para su estado seco. Foto: Mediateca INAH
Cartel de campaña antialcoholismo en los años 30. El Departamento de Salubridad se inspiró en folletos y volantes que Estados Unidos aplicó para su estado seco. Foto: Mediateca INAH

Advertencias, temores y más estudios dieron paso a un curioso debate con productores de bebidas alcohólicas, quienes quisieron comprobar que su producto no era dañino para los bebedores… Si se tomaba con moderación.

A lo largo de diciembre de 1925, este diario publicó las refutaciones que productores de pulque ejercieron contra la Dirección de Estudios Biológicos, acusando al organismo científico de atribuir a la “bebida de los dioses” muchas “calamidades” injustificadas y dar ventajas a otros licores con mayor concentración alcohólica.

Se afirmó que “los niños que se amamantan de mujeres que toman pulque no mueren por tal causa”, pues “de ninguna manera puede el alcohol llegar a las glándulas mamarias y alcoholizar la leche”, algo que ahora sabemos que sí ocurre y puede mermar la salud del bebé. También se sostuvo que el mínimo nivel de alcohol en el pulque no “hace alcohólico al niño, ni siquiera propenso al alcoholismo”.

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Los productores aseveraron que cualquier afección en la salud de los consumidores era por beber en exceso y que “el pulque tomado moderadamente y durante las comidas no causa ningún trastorno fisiológico”.

Anuncio de 1925 de Cerveza Carta Blanca, afirmando que su bebida era un “producto alimenticio para las madres que están criando”. Foto: Hemeroteca EL UNIVERSAL.
Anuncio de 1925 de Cerveza Carta Blanca, afirmando que su bebida era un “producto alimenticio para las madres que están criando”. Foto: Hemeroteca EL UNIVERSAL.

Otra bebida que buscó su exoneración fue la cerveza. El 23 de junio de 1925, la Convención de Obreros de Fábricas de Cerveza sostuvo que su producto era una “bebida refrescante y alimenticia, y más que tóxica es reconstructiva”.

Se aseguró que su nivel de alcohol “no daña en lo absoluto la salud del individuo que la ingiera; muy por el contrario, las propiedades alimenticias de la cebada y la malta hacen que fortalezca los tejidos y purifique la sangre del hombre”, además de tonificar el sistema nervioso con su concentración alcohólica del 9%.

Incluso se dijo que la cerveza era un alimento de gran valía nutricional, pues “tenía todos los elementos alimenticios de un caldo casero” y era “tan nutritiva como el pan”.

Parecía que ninguna bebida era dañina y que toda la culpa la tenía el consumidor por tomar más pulque o cerveza de la que debía.

Sin importar todos los discursos de que el pulque era la bebida menos embriagante o que la cerveza podía alimentar a cualquier persona, y a pesar de las advertencias que se emitieron frente a los efectos de las “bebidas espirituosas” en la salud, la Ciudad de México se mantuvo bajo el efecto de la embriaguez varios años más, pues ni todos los censos o medidas restrictivas impidieron que el alcoholismo siguiera cobrando vidas.

Bebedor en los años 20.  El censo del Departamento de Estadística indicó que un capitalino bebió en promedio 458 litros de pulque al año. Foto: Mediateca INAH.
Bebedor en los años 20. El censo del Departamento de Estadística indicó que un capitalino bebió en promedio 458 litros de pulque al año. Foto: Mediateca INAH.
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