Invadidos como estamos por el cine norteamericano, resulta alentador y refrescante ver una buena película italiana. Parténope (2024) es una coproducción italiana y francesa, escrita y dirigida por Paolo Sorrentino, nacido en Nápoles en 1970. Menciono algunas de sus películas: en 2008 filmó “Il divo” sobre la vida del político Giulio Andreotti, jefe histórico de la Democracia Cristiana (hasta que se le acusó de colaborar con la mafia italiana). En 2015 estrenó “Youth” (Juventud) con Michael Caine, Rachel Weisz y Harvey Keitel, sobre la estancia de un director de orquesta retirado y su amigo desempleado en un balneario-hospital, una reflexión sobre la vejez. En 2021 “È stata la mano di Dio” sobre la vida de un joven napolitano durante los años ochenta, cuando Diego Maradona jugaba en el Nápoles F. C, y se había convertido en el héroe absoluto de la ciudad.
Destaca especialmente “La grande belleza”, de 2013, (ganadora al Oscar a la mejor película extranjera). En parte, es un homenaje a Roma y también a La Dolce Vita de Federico Fellini (1960). Toni Servillo es el periodista Jep Gambardella, que cumple 65 años: elegante, sofisticado, un poco cínico y perezoso, inteligente y melancólico, que parece vivir en una fiesta permanente. Sería lo que Walter Benjamin llamó un flaneur, un testigo ilustrado de su tiempo y de su ciudad. Vive en un departamento cuya terraza da al Coliseo y no necesita trabajar para mantenerse.
La película se estructura a través de episodios no vinculados entre sí (como también ocurrirá con Parténope), y muestra la vida en Roma de sus habitantes modernos, con medios económicos, artistas, escritores, intelectuales desempleados. Roma, cuna de la civilización occidental, plena de monumentos culturales, iglesias, museos, paseos, aparece en todo su esplendor. No tiene la industria ni la modernidad de las regiones norteñas de Italia, pero tiene otras cualidades imposibles de imitar, derivadas de su ilustre pasado histórico y artístico.
En un episodio relevante para la película, una monja, similar a la Madre Teresa, que ha hecho votos de pobreza y se alimenta sólo de raíces, visita la ciudad y es recibida por Jep y sus amigos, no todos creyentes. Pero no quiere ser entrevistada. En una especie de trance milagroso, una bandada de flamencos desciende al balcón de la casa de Jeb para rodear a la monja, como protegiéndola. Ella le pregunta a Jep porque nunca escribió otro libro. Jep contesta que se debe a que ha buscado, sin encontrarla, “la gran belleza” en la imperfecta vida.
La Grande Belleza es sin duda una obra maestra del cine europeo. La menciono como antecedente de Parténope, que narra la vida de una joven particularmente bella, nacida en Nápoles en 1950. La película es esta vez un homenaje a Nápoles, otra ciudad con una larga historia, aunque con una personalidad (y una geografía)
muy distinta de la de Roma, y que además ha tenido una cierta mala fama por sus barrios pobres y su delincuencia.
Un dato relevante: en la mitología griega, Parténope es una sirena que fue arrastrada por la corriente hacia las playas de lo que actualmente es Nápoles. Más aún: la sirena se fundió con el lugar, de tal forma que su cuerpo tomó la forma de la ciudad: su cabeza es la colina de Capodimonte, la más elevada de la ciudad (y ubicación del Museo Nacional de Capodimonte), y su cola la colina de Posillipo, en el otro extremo de la bahía de Nápoles, donde hay un parque arqueológico.
El filme se rodó en Nápoles y en Capri, con un reparto privilegiado: Parténope es la joven Celeste Dalla Porta, que debuta en el cine; la ya no tan joven Stefania Sandrelli (Divorcio a la italiana 1961, y Seducida y abandonada, de 1964, El Conformista de Bertolucci, 1970), como la Parténope madura. Gary Oldman aparece en un episodio como el escritor John Cleever, una especie de Malcolm Lowry también deprimido y alcoholizado.
Algo sobre la trama. Parténope es una mujer inteligente y autónoma. Vive su juventud feliz y sin cuidados en la bahía de Nápoles, uno de los sitios más bellos de Europa. Su casa mira al mar. Después de un largo verano perfecto, a través de una serie de episodios (y una desgracia) en los que vive intensamente su ciudad, irá adquiriendo sin prisa una identidad propia.
Los episodios reflejan la vida y lugares de Nápoles. Los napolitanos son alegres, excéntricos, religiosos, informales. Un millonario corteja a Parténope desde un helicóptero, una actriz retirada que lleva siempre una máscara le propone ser actriz. Parténope acepta la compañía de un mafioso que viaja de noche en una motocicleta a través de los barrios más antiguos de la ciudad, donde todos lo conocen, y se deja cortejar por un peculiar y un poco siniestro obispo que guarda la catedral de San Genaro, mártir del lejano Siglo IV y patrón de la ciudad, y que preside el milagro anual de la licuefacción de la sagrada sangre guardada en un frasco de vidrio. Esto sucede (a veces no), por cierto, frente a una urna que contiene la cabeza del santo.
Parténope vive todo esto con una cierta distancia. Se deja cortejar sin involucrarse mucho en las relaciones, lo cual se explica por una frase de la película: “los enamorados son de dos clases: los que aman demasiado o los que aman demasiado poco”.
El filme ha sido descrito más como una alegoría de la ciudad que como una historia bien armada. Estoy de acuerdo. The Guardian de Londres la llamó una “autoparodia” por la (inevitable) semejanza a las otras películas de Sorrentino, y la califica negativamente como “un ejercicio de estilo”. En efecto es así, pero no es un defecto, sino la virtud de un director con profundas raíces en el cine italiano, que no sólo ha creado un estilo propio, sino que tiene mucho que decir.
Hasta la banda sonora es extraordinaria: el Vals Triste del compositor finlandés Jean Sibelius, de 1903, le aporta al filme una atmósfera emotiva y melancólica,
donde cada nota parece susurrar una historia de misterio y desolación. Las partes amorosas tienen como fondo una canción italiana “Che cosa c'è” cantada por Gino Paoli. “Che cosa c'è, che mi sono innamorato di te, che ora non m'importa niente di tutta l'altra gente”. (Después de ver la película, vale la pena bajar las dos piezas en cualquier plataforma de música, Spotify, Itunes, You Tube.)
Tal vez --sólo tal vez-- el episodio final, muchos años después, es menos bueno que la mayor parte del filme. Recomiendo verla de todas formas.
Al escribir esta reseña y volver a ver partes de las dos películas, redescubro algo obvio: la imposibilidad de transmitir por escrito la experiencia del cine de Sorrentino, como ocurre con los grandes directores. Las tomas perfectas, las historias expresivas pero complejas, las sensaciones que generarán en los distintos espectadores. Como escribió François Truffaut, “El cine es más que la vida”.