Miguel Sandoval Lara Para Jasmín; Jimena y Ma Elena
Fui a La Villa después de como treinta años de no ir. Quedé muy impresionado, no sólo por la historia de cinco siglos, y la riqueza arquitectónica, sino por la amplitud de todo lo que hay que ver ahí. Es un conjunto religioso y cultural con muchas cosas que ver. A algunas de mis impresiones de la visita, agregué una recopilación de datos para ilustrar la riqueza que ofrece nuestra histórica ciudad.
Empiezo con las escaleras para subir al Cerro del Tepeyac, que estaban llenas de gente, algunos en sillas de ruedas (hay una rampa), como lo estaba la entrada a la Capilla del Cerrito. La vista de la CDMX desde arriba es muy buena. A un costado de esta capilla hay un antiguo cementerio, con entierros desde el S. XVIII, no abierto al público. Incluye la tumba de Antonio López de Santa Anna (sorpresa para mi), del Gral. porfirista Bernardo Reyes y del pintor José María Velasco.
La iglesia original en el cerro es de 1740, pero ha tenido numerosas restauraciones y cambios. Las puertas muestran los símbolos del Vaticano. En los muros del interior hay unas pinturas del muralista Fernando Leal protegidas con cristales, de tanta gente que entra ahí. En el atrio hay cuatro ángeles de piedra blanca que miran hacia la ciudad, del escultor Ernesto Tamariz, también autor de una escultura de Juan Pablo II que está en la Plaza acá abajo.
En los descansos de las escaleras están los tradicionales fotógrafos con sus caballos de madera para los niños, rodeados de familias enteras que se toman la foto. Esos fotógrafos y las gorditas de maíz son tal vez los principales recuerdos que tengo de cuando niño me llevaban a La Villa.
A la bajada del cerro, pasando una caída de agua entre las piedras, en medio de un jardín muy buen cuidado, hay una representación con estatuas tamaño natural (o un poco más grandes) que representan la aparición de la Virgen rodeada principalmente de indígenas, una especie de gigantesco nacimiento, que parece ser el lugar favorito en que las familias se toman fotos y selfies.
De ahí bajamos a la Capilla del Pocito, tal vez de lo mejor de todo el espacio de la Villa en el sentido arquitectónico y artístico, construido con tezontle, cantera y azulejos blancos y azules. Una joya del arte barroco, según Héctor de Mauleón. Es una pequeña iglesia, redonda, con mucha ornamentación y un excelente retablo cubierto de oro con una reproducción tamaño natural de la Virgen. El autor fue el arquitecto Francisco de Guerrero y Torres (1727-1792).
Se dice que ni él, ni los albañiles ni los artesanos que construyeron este edifico cobraron nada por su trabajo, y que todo el material de la construcción provino de donaciones. Al lado, debajo de una pequeña cúpula está también el pozo original, ya clausurado, que en su tiempo fue considerado como proveedor de aguas curativas.
En la entrada de la Capilla hay una placa que narra que en 1815, cuando llevaban preso al gran líder insurgente José María Morelos. en una carroza custodiada por soldados para fusilarlo en Ecatepec, al pasar por la Basílica de Guadalupe, le permitieron bajar a despedirse de la Virgen en la Capilla del Pocito.
Afuera, rodeando la Capilla, se ve el piso roto por todas partes, lo que muestra claramente el hundimiento de la construcción. Hay que recordar que en el Siglo XVI los lagos del Valle de México llegaban hasta el borde de lo que ahora es la Plaza Mariana, por lo que el suelo es blando, arcilloso.
Entre las construcciones recientes está el Carrillón Guadalupano, diseñado por Pedro Ramírez Vázquez, y construido en Holanda, que está en un costado de la plaza, con distintos tipos de relojes y calendarios. La amplia Plaza Mariana fue rediseñada por el grupo CARSO. La remodelación incluyó la construcción de un Centro de Evangelización, un auditorio, un mercado y un comedor para peregrinos, atendido por voluntarios.
La Basílica original, del Siglo XVII, fue inaugurada en 1709. A pesar de los recientes trabajos de restauración, que duraron 24 años, está claramente inclinada hacia adelante. Su piso interior también tiene una clara pendiente. El arquitecto fue Pedro de Arrieta (1660-1738) y el edificio primero se llamó La Colegiata, para luego ser elevada a basílica. Por cierto, Arrieta diseñó también el antiguo Palacio de la Inquisición de la Plaza de Santo Domingo en el Centro Histórico.
En un video, Ángeles González Gamio dice que en una remodelación de esta Basílica en el S. XIX se destruyeron todos los altares barrocos. Su altar es moderno, de 1895. Desde el año 2000 se llama el “Templo Expiatorio de Cristo Rey”.
A su lado Oeste está una construcción del S. XIX, el Museo de la Basílica, muy bien puesto, que antes fue la sacristía del templo, de dos pisos, con esculturas de mármol y marfil, pinturas, textiles, muebles, y una colección de más de dos mil exvotos. Algunos muy antiguos, donados por peregrinos y personas que recibieron favores, curaciones o salvamentos de accidentes diversos, por parte de la Virgen. Muchos de los escritos tienen fallas de ortografía. Hay también exvotos de figuras de metal o de madera. Incluye una sala de obispos, muy elegante, y una colección de pinturas de uno de los más destacados pintores de la Colonia, Cristóbal de Villalpando (1649-1714). Sus obras están en la Catedral Metropolitana y en las principales iglesias de la CDMX, de Puebla y Jalisco, así como el Tepotzotlán. El museo fue inaugurado en 1941 y muy dignamente restaurado en 2002 por el INBA.
Finalmente entramos a la Basílica moderna, inaugurada en 1976. Supuestamente el techo de la construcción circular significa el manto de la Virgen. Dirigió la construcción Pedro Ramírez Vázquez, y participaron el Arq. Javier García Lascuráin y el Arq. Fray Gabriel Chávez de la Mora (1929-2021), benedictino, que fue también canónigo de la Basílica. El edificio se hizo para que la imagen pudiera
verse desde cualquier ángulo también desde la plaza, en el caso de que no se pudiera entrar. Pasamos junto a los confesionarios del lado derecho para ir hacia las bandas mecánicas que permiten ver a la imagen de la Virgen de cerca pero sin detenerse. El Papa Juan Pablo II la visitó en 1979 y en 1990 para la beatificación de San Juan Diego. El Papa Francisco dio misa ahí en 2016.
Vimos también la Parroquia de indios, del Siglo XVII. Al lado derecho del altar hay una excavación que muestra el piso de la primera capilla, tal vez del Siglo XVI, que habría sido la primera ermita que ocupó la imagen de la Guadalupe. Según la tradición, Juan Diego vivió ahí al final de su vida.
Mi amiga María Elena, que la hacía de guía de nuestro pequeño grupo, sabía que al salir del edificio moderno hacia la derecha, llegando hasta el borde de la plaza, hay una instalación con un barandal, en la que un padre de cierta edad lanza agua bendita con un ramo de flores a la gente que ahí se forma, Nos pusimos ahí y recibimos una buena salpicada acuífera.
Conviene recordar lo que todo mundo sabe: que a La Villa llegan unos 20 millones de visitantes al año y 2,600 peregrinaciones al año, registradas.
Más allá del legítimo interés religioso que tiene la visita, recomiendo consultar la larga historia del lugar. Las leyendas se funden con los datos. Un aspecto central que uno aprende al visitar las iglesias, catedrales y construcciones coloniales de la ciudad y luego investigar su historia: en todos los casos, lo que vemos son construcciones que fueron edificadas y destruidas, luego reedificadas o restauradas varias veces. Como dijo el historiador Guillermo Tovar de Teresa: en la CDMX no hay ya construcciones del S. XVI, o están debajo de los edificios que tomaron su lugar. Esto es particularmente cierto del conjunto urbano-religioso de La Villa, alterado, ampliado y reconstruido sin parar durante cinco siglos por virreyes, arzobispos, autoridades eclesiásticas, dictadores, presidentes, arquitectos, artistas y regentes.
Recomiendo ver en You Tube: “La Villa de Guadalupe por Ángeles González Gamio”, de donde tomé algunos datos. También la serie de “El Foco” de Héctor de Mauleón y Cynthia Francesconi, que visitaron detenidamente la Capilla del Pocito. Este video dura 55 minutos.