Hay días en que defender la legalidad parece una batalla perdida. En que el ruido político nubla todo y en que los ataques no vienen solo de fuera, sino también desde dentro del propio sistema. En esos días, ustedes —las personas juzgadoras— siguen llegando puntualmente a su juzgado, revisando expedientes, redactando sentencias, resolviendo con profesionalismo los asuntos de quienes exigen justicia.

Gracias por no rendirse.

Gracias por sostener, cada día, un proyecto de país en el que el derecho puede ser un límite frente al poder y una esperanza frente al abuso. Gracias por seguir creyendo en la Constitución incluso cuando quienes deberían protegerla la desdibujan. Gracias por seguir trabajando aunque hoy la incertidumbre les nuble el futuro.

El Poder Judicial Federal no era perfecto. Nos quedó mucho a deber. Yo misma he escrito sobre eso muchas veces. He criticado sus resistencias, sus omisiones, sus silencios. Pero hoy quiero detenerme a observar lo bueno. Lo que se construyó a pesar de todo. Lo que funcionó gracias a algunos de ustedes.

A veces parecería que nadie se da cuenta. Que no importa que estén resolviendo miles de amparos, que estén impidiendo detenciones arbitrarias, garantizando el acceso a medicamentos, u ordenando se entreguen implantes cocleares a niñas y niños que los necesitan y el Estado se los negaba. Pero sí importa. Importa más que nunca.

Gracias a la ministra Margarita Ríos Farjat, cuyas sentencias buscan abrir caminos para que las víctimas de feminicidio accedan a justicia real, no simbólica. Gracias al ministro Juan Luis González Alcántara Carrancá, que ordenó al estado de Aguascalientes derogar el delito de aborto y recordó que el derecho también es una herramienta para la libertad. Gracias al ministro Javier Laynez Potisek, que ha alzado la voz para defender a la judicatura federal en momentos en que el silencio parecía más cómodo.

Hoy se habla de “democratizar” la justicia. Pero ustedes saben que la justicia no se vota, no se promete: se trabaja, se estudia, se escribe. Y eso es lo que han hecho muchos de ustedes durante años, incluso cuando les han quitado recursos, e incluso cuando sus resoluciones no han sido populares.

Por eso esta columna es un acto de gratitud. Pero también de advertencia. Porque lo que está en juego no es solo la carrera judicial o la permanencia en el cargo. Es la idea misma de justicia como principio, como contrapeso, como ideal democrático. La idea de que la ley puede proteger al débil del poderoso. Y esa idea necesita personas comprometidas, preparadas, valientes. Como ustedes.

A las y los jueces federales de México: gracias por su labor. Gracias por su dignidad. Gracias por su resistencia.

Y, sobre todo, gracias por recordarnos que, aún en medio de la tormenta, hay quienes no olvidan para qué sirve el derecho.

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