Hace algunos días publicamos el informe “¿Derechos o privilegios? Una mirada a la ENIGH 2024 desde las desigualdades”, donde junto con investigadores del Instituto de Estudios sobre Desigualdad (INDESIG) y de Oxfam México analizamos los nuevos datos de la encuesta con énfasis en las inmensas brechas que aún nos separan en el país. Los hallazgos muestran avances en algunos aspectos, pero también datos profundamente preocupantes.
Uno de los resultados más reveladores es que el ingreso per cápita del decil X (es decir, del 10% de los hogares con más ingresos en el país) es 65 veces más alto que el de las personas del decil I (10% con menos ingresos). De hecho, el ingreso del 1% más rico dista ampliamente del resto del decil X, pues en promedio perciben $958,777 pesos mensuales por persona integrante del hogar. Esto equivale a que los ingresos del 1% más rico son 44 veces más altos que el promedio nacional y a 442 veces los ingresos del decil I.
¿Por qué las brechas de desigualdad que reportamos son más amplias que las que quizá han visto en la mayoría de los medios de comunicación durante las últimas semanas? La razón es que nuestro informe analiza las desigualdades a partir de un ajuste indispensable de los datos de ingreso, siguiendo la metodología desarrollada por el EVALÚA CDMX. Este procedimiento, que corrige la cifras de la ENIGH con base en las cuentas nacionales del INEGI, busca subsanar las limitaciones presentes en encuestas como la ENIGH, que dan como resultado una importante subestimación de los niveles reales de desigualdad.
La diferencia es muy amplia: sin el ajuste, la brecha de ingreso per cápita entre el decil X y el decil I sería de apenas 14 veces, como se ha compartido en los últimos días. Sin embargo, luego del ajuste, la brecha real aumenta a 65 veces (como ya se mencionaba antes). No se trata de un matiz menor: esta diferencia es clave para entender la extrema desigualdad que persiste en el país.
De hecho, los resultados muestran que los hogares pertenecientes al decil X acumulan 54% de los ingresos totales del país, mientras que el decil I apenas se queda con 2%. Incluso, tan sólo el 1% más rico se apropia de uno de cada tres pesos que perciben los hogares.
Al analizar la evolución reciente de la desigualdad, observamos que entre 2018 y 2024 el ingreso promedio per cápita en el país creció 19%. Al desagregar quiénes se beneficiaron más, encontramos contrastes importantes: los ingresos del decil I crecieron 29%, mientras que los del decil X aumentaron menos (19%). A primera vista, este resultado sugeriría una reducción en la desigualdad.
A pesar de eso, el panorama es distinto al mirar al 1% más rico. Sus ingresos también crecieron 29%, al mismo ritmo que los del decil I. La diferencia grave está en términos absolutos: mientras que los hogares del decil I ganaron en promedio casi $16 pesos más al día por persona (un avance relevante, pero que ni siquiera alcanza para un kilo de tortillas), el 1% más rico vio crecer sus ingresos en $7,123 pesos diarios más por persona. La brecha en términos absolutos es abismal.
Los cambios antes citados en los ingresos se deben, en términos generales, al aumento de los ingresos laborales (que benefició principalmente a los hogares más pobres) y una disminución importante en los ingresos por rentas de capital (que afectó mayoritariamente a los hogares con más ingresos). Según nuestro análisis, los ingresos por transferencias (incluidas las transferencias monetarias provenientes del gobierno como parte de programas sociales) distan de ser de las principales razones detrás del aumento de los ingresos en los hogares.
El informe también detalla conclusiones interesantes en términos de género y de cambios en el consumo de los hogares, que muestran las tremendas limitaciones de los resultados positivos observados, particularmente en el acceso a derechos sociales que deberían ser garantizados por el Estado para todas las personas en el país (como alimentación, salud y vivienda, entre otros). En otras entregas detallaré más al respecto.
En términos generales, los avances merecen cuestionamientos. Por un lado, es cierto que los hogares más pobres recibieron el mayor beneficio relativo en el crecimiento de ingresos, aunque también es cierto que los hogares del 1% más rico incrementaron sus ingresos a un ritmo similar. Además, las brechas de desigualdad se han reducido, aunque de manera tan lenta que apenas se percibe: entre 2018 y 2024, la brecha entre el 1% más rico y el 10% más pobre pasó de 445 a 442 veces.
La pregunta de fondo es entonces: ¿Cómo lograr reducir contundentemente la desigualdad en los próximos años? Y, más aún, ¿qué puede rescatar el gobierno actual de este diagnóstico para ajustar su estrategia? Veo al menos tres puntos clave.
Primero, se requiere garantizar la sostenibilidad en el tiempo del aumento de los ingresos laborales, sobre todo considerando que el PIB per cápita en realidad estuvo completamente estancado entre 2018 y 2024, según datos del Banco Mundial. Esto implica una política de desarrollo económico que comience quitando el freno del acelerador en la inversión pública, la cual durante el sexenio anterior alcanzó el punto más bajo de las últimas décadas.
Segundo: se ha desperdiciado la oportunidad de dirigir programas sociales de transferencias monetarias que eleven ampliamente el ingreso de los hogares más pobres. De hecho, su cobertura es considerablemente menor que en 2018: en el 5% más pobres pasó de 80% a 58%, como señalé en entregas anteriores. Esta reducción se debe tanto a problemas de diseño como a las claras restricciones presupuestarias de un espacio fiscal cada vez más estrecho.
Tercero, y más urgente, es necesaria una reforma fiscal que no solo garantice financiamiento suficiente para los programas sociales que realmente acaben con la pobreza extrema, sino que también contribuya a reducir la concentración de los ingresos entre los hogares más ricos. Si estos aspectos no se toman en cuenta, los tenues avances en la reducción de la desigualdad corren el riesgo de frenarse o incluso revertirse en los próximos años.