Tristemente, el pasado lunes se anunció que murió el papa Francisco, a los 88 años. En un mundo donde lo individual es prioridad y donde los líderes políticos de la mayoría de los países de occidente suelen ser tibios ante temas sociales, resonaba fuertemente la voz de Jorge Mario Bergoglio (su nombre secular) apelando a la prioridad de lo comunitario, de la vida austera y a criticar la acumulación, la riqueza y la desigualdad, siempre con un enfoque decidido en acabar con la pobreza.

Como cualquier papa, líder religioso o alguna personalidad poderosa a nivel mundial, seguramente Francisco no fue perfecto, y podrían acumularse distintas críticas a su persona, tanto previas como durante su mandato. Incluso, tal vez desearíamos que los cambios fuesen más rápidos, más aún en una institución con tantos rezagos y tanta influencia mundial como la Iglesia católica.

A pesar de lo anterior, múltiples de las opiniones concuerdan en que su legado como pontífice fue disruptivo tanto en lo simbólico como en lo material. Y aclaro que mis comentarios siguientes vienen de una persona atea y no experta en sociología de las religiones, pero sí interesada en las confluencias entre los análisis y críticas a la desigualdad a los que me he dedicado durante los últimos años y los distintos aportes de Francisco, como en la famosa encíclica Laudato si', entre otros.

Desde el inicio de su pontificado, Francisco rechazó muchos de los lujos que rodean a la institución, y trató de alejarse de la vida de reyes que tuvieron sus antecesores. Hasta el último de sus días, el papa denunció el genocidio y llamó al cese al fuego en Gaza. Incomodó a los sectores más conservadores del catolicismo, como cuando denunciaba la hipocresía detrás de que nadie se escandalizaba si él daba su bendición a un empresario explotador (lo cual es un “”, decía), pero sí se escandalizaban por las “bendiciones a parejas homosexuales” que se permitieron durante su mandato.

Pero dentro de sus múltiples posiciones progresistas, me parece importante destacar los claros posicionamientos y las denuncias de Francisco en contra de la desigualdad. En su en el Encuentro Mundial de Movimientos Populares (EMMP), durante 2024, el papa aseveró que “la inequidad es raíz de los males sociales”, que “los frutos del desarrollo económico no se distribuyen bien” y que “el sistema que les permitió amasar fortunas a las personas ricas es inmoral, que debe ser modificado”. Incluso, llegó a mencionar algo que pocos líderes mundiales se atreven a mencionar: “Que debe haber más impuestos a los billonarios” y cuestionó parcialmente la propiedad privada al decir que su fin último es el de “compartir bienes que tienen un destino universal”.

Y es que, al parecer, no se trataba sólo de criticar la pobreza, o incluso la desigualdad, sino que identificaba que la pobreza de la mayoría proviene de la riqueza y acumulación de unos cuantos: “Acumular no es virtuoso, no es virtuoso, distribuir sí lo es”, mencionaba. Incluso, abogaba por un “salario básico universal para que, en tiempos de automatización e inteligencia artificial, en tiempos de informalidad y precarización laboral, nadie esté excluido de los bienes básicos necesarios para la subsistencia”. Esa perspectiva de universalidad de la protección social es, por decir poco, ampliamente más progresista que la de muchos de quienes nos gobiernan y se nombran de izquierda.

Incluso Francisco llegó a hablar de meritocracia: “Es paradójico que muchas veces las grandes fortunas poco tienen que ver con el mérito: son rentas, son herencias, son fruto de la explotación de personas y expoliación de la naturaleza, son producto de la especulación financiera o la evasión impositiva”.

En su segunda encíclica, (de 2015), Francisco hace potentes críticas a la crisis ambiental, mostrándolas realmente como una crisis del capitalismo del libre mercado, de la especulación, de la acumulación sin fin y de la explotación. “Los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre”, se menciona en la encíclica. Esa perspectiva ambientalista, pero con conciencia de clase y/o de inequidades, también va más allá de lo que nos tienen acostumbrados los líderes políticos.

En definitiva, ante la orfandad de referentes globales y con amplio poder dentro de la izquierda en la actualidad, la partida de Francisco deja un legado innegable y claros avances en la Iglesia católica. De ahí el temor de muchas personas sobre la ruta que esta institución elegirá para su futuro, más aún en un contexto de regresión conservadora a nivel mundial. Cierro con una última cita de Francisco en el EMMP: “Los pobres no pueden esperar. Si los movimientos populares no reclaman, si ustedes no gritan, si ustedes no luchan, si ustedes no despiertan conciencias, las cosas van a ser más difíciles”. Habrá que seguir luchando.

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