¿Es posible que un jihadista pase por un proceso de desradicalización? ¿Se trata de un proceso real o de una fachada política para obtener concesiones? Estas preguntas circulan frecuentemente, no solo en los análisis y textos que surgen cada vez que el hoy presidente sirio adquiere prominencia por algún encuentro relevante —como sucedió la semana pasada en la Casa Blanca—, sino también entre la población siria. Más allá de que alguien como Al Sharaa, a quien antes conocíamos como Al Golani (su nombre de guerra), haya logrado mediante las armas lo que durante años buscó —la caída del presidente Assad—, hoy el potencial abandono del extremismo jihadista, tanto por parte de él como de su organización, podría ser clave para pensar realmente en la reconstrucción de Siria, tanto en lo material como en lo político. Aquí algunas notas sobre el contexto sirio y sobre lo que podría estar ocurriendo con ese personaje.

El contexto

1. Vale la pena recordar que hace poco menos de un año la organización Hayat Tahrir al Sham (HTS) logró derrocar al presidente sirio Bashar al-Assad en una ofensiva que duró solo unos días. Esta agrupación, junto con muchas otras, había librado durante años una guerra contra ese presidente y, sin embargo, nunca pudieron conseguir lo que HTS alcanzó en tan poco tiempo. Para entenderlo —como explicamos acá el año pasado— es necesario incorporar múltiples factores, entre ellos que los aliados de Assad estaban en una situación completamente distinta en 2024 a la que tenían entre 2011 y 2017. Por un lado, Rusia estaba bajo enorme presión por la guerra que libra en Ucrania. Por el otro, Irán y las milicias proiraníes, especialmente Hezbollah, profundamente debilitadas por su guerra contra Israel, fueron incapaces de reincorporarse al terreno sirio y reunir la fuerza necesaria para rescatar a su aliado. A ello se suma que el régimen nunca logró recuperarse del todo, ni territorial ni políticamente. Siria, hacia 2024, era un país carcomido por procesos estructurales como la corrupción y el crimen organizado, sin mencionar la fragmentación y la actividad de grupos como ISIS, que solo en ese año cometió prácticamente un atentado por día.

2. También vale la pena considerar que Al Golani —hoy conocido como Al Sharaa— fue un jihadista absolutamente convencido de su lucha. Para entenderlo, hay que tener claro que la Jihad no busca simplemente la caída de un líder, sino la expansión del islam como forma de vida y de gobierno, mediante las armas si es necesario, hasta instalar un califato que debe extenderse a escala global. Desde esa visión, Irak o Siria son solo pasos en el camino: medios para una lucha mayor. Así, tras haber pasado la mayor parte de su vida en Siria, Golani se incorpora a la rama de Al Qaeda en Irak (AQI) en 2005, y más adelante participa de la fundación de uno de los subgrupos de la organización, el que entonces se conocía como el “Estado Islámico de Irak” o ISI. Posteriormente y justo cuando AQI pasaba por su peor momento (2011-2013), Golani aprovecha el caos de la guerra siria y encuentra en ese país un terreno fértil para reclutar a más jihadistas como él e incluso atraer a miles de combatientes provenientes de decenas de países para sumarse a su causa. Insisto: no la causa de una “guerra civil” en Siria, sino la de la Jihad global. De ahí nace el Frente al-Nusra, la rama siria de Al Qaeda.

3. No obstante, se desata una disputa con el entonces líder de AQI, Abu Bakr al-Baghdadi. Según éste, fue él —y no Golani— quien fundó el Frente al-Nusra, por lo que dicha agrupación debía permanecer bajo su autoridad. Baghdadi anuncia la fusión del Frente al-Nusra con AQI, pero Golani rechaza dicha fusión. La disputa se eleva hasta Pakistán, donde se encontraba el liderazgo central de Al Qaeda, y Aymán al-Zawahiri —sucesor de Bin Laden— falla a favor de Golani, ordenando a Baghdadi regresar a Irak y limitar ahí sus operaciones. Baghdadi decide entonces desconocer a Al Qaeda, dando origen al ISIS que hoy conocemos: el Estado Islámico de Irak y Siria, ahora bajo su propio mando y jurisdicción.

4. Sobra decir que, a pesar de sus metas estratégicas de largo plazo, ISIS y el Frente al-Nusra se enfrentaron a muerte, compitiendo por territorio, combatientes y recursos. ISIS ganó aquella batalla inicial, sin duda alguna. Pero al-Nusra no desapareció; lejos de ello. Golani comprendió que tenía que reinventar su figura y su proyecto político-militar.

La mutación de Golani

1. Es aquí donde podemos comenzar a observar los rasgos pragmáticos de quien, a la larga, terminaría aspirando a convertirse en el líder sirio. Golani no capituló: mutó, porque entendió que eso era lo que convenía para la supervivencia de su organización en ese tiempo y lugar. Así, buscando moderarse ante EU y Occidente, se desvinculó de Al Qaeda y fundó primero Jabhat Fatah al-Sham y posteriormente Hayat Tahrir al-Sham (HTS), sin renunciar a sus metas islamistas, pero sí abandonando el jihadismo global de Al Qaeda.

2. Cabe preguntarse si Golani realmente renunció a Al Qaeda porque habían cambiado sus convicciones, o si, más bien, habían cambiado sus prioridades. Para entonces, Assad había recuperado buena parte del territorio perdido. La coalición internacional liderada por EU, apoyada en las fuerzas kurdas, arrebataba a ISIS parte del territorio que éste había conquistado, mientras Assad recuperaba el resto. Gracias al respaldo de Rusia, Irán y sus milicias aliadas, el régimen logró una recuperación relativa en la guerra civil. Las milicias rebeldes habían sido derrotadas, y lo que quedaba de la insurgencia terminó concentrándose en la provincia de Idlib, bajo control de HTS y bajo la dirección de Golani.

3. Posteriormente, Turquía —principal patrocinador de HTS— junto con Rusia e Irán —los principales aliados de Assad— negociaron varios ceses al fuego provisionales. La situación permaneció prácticamente congelada desde 2017 hasta 2024, cuando irrumpió la ofensiva relámpago de HTS. Durante esos años, Assad continuó gobernando. Rusia conservó sus posiciones clave en Siria, incluida su base naval, su base aérea y decenas de puestos militares a lo largo del país. Irán también consolidó posiciones, así como rutas de abastecimiento y armamento para sus múltiples milicias aliadas. Por su parte, Israel inició en 2017 una campaña de bombardeos sistemáticos contra posiciones de Irán y sus aliados, la cual continuó hasta el estallido de la guerra de ese país contra el eje proiraní librada en múltiples frentes desde 2023.

¿Desradicalización?

1. Pero lo que hemos visto en los últimos meses es muy notable. Golani comenzó por eliminar su nombre de guerra y adoptar su nombre de pila, Ahmed al-Sharaa. Se cambió la vestimenta: de uniforme de combate pasó a traje y corbata. Prometió democracia e inclusión, prometió reconstruir y unificar. Se comprometió a negociar con todos, incluidos países occidentales. Moderó su lenguaje. Internamente convocó a la unidad y buscó negociaciones con los múltiples grupos étnicos, religiosos y sociales que conforman la sociedad siria. Externamente, lanzó una diplomacia constante, buscando negociar con toda clase de actores.

2. Donald Trump fue persuadido por Arabia Saudita y Turquía —países con múltiples intereses en Siria— y, dados los procesos actuales en el Medio Oriente, Trump optó por colocar sus apuestas en Ahmed al-Sharaa y en las promesas que hace.

3. Internamente, sin embargo, hay muchos cuestionamientos. Primero, porque buena parte de la sociedad siria no puede simplemente olvidar los ataques suicidas contra civiles, los despliegues de fuerza de Golani y su organización, y las formas de gobierno que muchos consideran altamente excluyentes. Así, a pesar de todas las señales de moderación que Ahmed al-Sharaa está exhibiendo, la desconfianza es enorme. Esto ya se ha manifestado en episodios de alta violencia contra comunidades chiítas, drusas y kurdas en el país. Estas comunidades culpan a Al Sharaa ya sea de complicidad o, cuando menos, de indiferencia ante esa violencia.

¿Y sí? ¿Es posible la desradicalización?

1. Al final, de lo que estamos hablando es de la “escalinata de la radicalización” —el esquema desarrollado por Moghaddam para explicar los pasos del proceso psicológico que llevan a una persona a optar por la violencia, incluido el terrorismo—, pero invertida.

2. Esto implicaría asumir que la persona en cuestión, en este caso Al Sharaa, se ha convencido de que la violencia ya no es necesaria para alcanzar sus fines políticos. Bajo este esquema, Al Sharaa habría decidido que el diálogo, la negociación y la moderación política son hoy medios más eficaces para conseguir sus metas, que ahora, a diferencia del pasado, se limitarían al gobierno del territorio sirio. Siguiendo esta línea, Al Sharaa se habría persuadido de que Siria no necesita ser un país gobernado por la sharía —la ley islámica—, y mucho menos requeriría expandir el islam como forma de gobierno en su región o en el mundo.

3. También podría suceder que Al Sharaa mantenga intacta su ideología y, en el fondo, siga creyendo en lo que creyó toda su vida, pero que considere que, en este momento de su larga trayectoria, la mejor opción es exhibir moderación porque sinceramente cree que es, por ahora, la mejor vía para alcanzar sus metas o, al menos, algunas de ellas.

4. O bien, podría tratarse de una farsa: un periodo de moderación calculada para después retomar plenamente sus convicciones extremistas.

5. Por ahora es imposible saberlo. Lo único que podemos hacer es observar. Y esa observación nos arroja un panorama complejo y lleno de matices. Hay avances en el plano internacional. Trump, junto con socios clave de la región como Riad y Ankara, está decidido a apostar por que Siria se convierta en un aliado y, con ello, ganar posiciones importantes frente a rivales como Irán o Rusia, que en su visión podrían quedar definitivamente expulsados del territorio, al tiempo que se materializa su idea de estabilidad regional. Internamente, Al Sharaa ha logrado convencer a algunas milicias de unificarse con el ejército sirio y, aunque la desconfianza persiste, en la medida en que su moderación externa permita reducir sanciones y aumentar los flujos de capital al país, es posible que distintos sectores comiencen a depositar más confianza en él. Pero al mismo tiempo, ante las redes de corrupción, la delincuencia organizada y la fragmentación persistente, no es sencillo pensar que su recién estrenada moderación baste para reparar tantos tejidos rotos a lo largo de los años. El proceso restaurativo será largo y el mandatario tendrá que emprenderlo con mucho más que dólares en la mano.

La pregunta inicial, por tanto, sigue siendo pertinente: ¿estamos ante un genuino proceso de desradicalización, no solo de él sino del grupo que hoy gobierna Siria, que pueda ser el inicio real de una reconstrucción social, económica y política en el país? Tendremos que seguirlo paso a paso.

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