Geert Wilders, quien acaba de ganar las elecciones en los Países Bajos, dice que busca colocar a su país primero que nadie; "devolver los Países Bajos a los neerlandeses". Esto, por supuesto, se asemeja al “Make America Great Again” o MAGA de Trump. Pero Katya Adler nos recuerda que esto también se relaciona, de manera directa, con el grito de la primera ministra italiana Giorgia Meloni de "¡Italia y los italianos primero!", reflejando políticas similares en torno a las políticas de migración y asilo de la UE. Con el tema migratorio en el centro de su agenda, Wilders habla de un "tsunami" en ese rubro.
No obstante, “sería demasiado simplista concluir que el éxito electoral de Geert Wilders muestra que los partidos de extrema derecha… nacionalistas y populistas… están ‘tomando el control de Europa’, como sugieren algunos comentaristas”, indica Adler. “El partido Ley y Justicia de Polonia acaba de perder unas elecciones generales. El partido Vox de España no tuvo el rendimiento que se predijo en las elecciones de verano de España”. Incluso en los Países Bajos, una alianza entre el Partido Laborista y los Verdes tuvo buen desempeño… Aún así, en Francia, el partido Reagrupamiento Nacional de Marine Le Pen tuvo un desempeño sólido en las elecciones parlamentarias. El partido de extrema derecha AfD de Alemania está consistentemente en segundo lugar y a veces en primer lugar en las encuestas de opinión. El Partido de la Libertad de Austria también está nuevamente en alza”.
Al final, e independientemente de las muchas diferencias entre cada uno de los casos, lo que tenemos que considerar es que sí estamos ante patrones que nos recuerdan no solo lo que pasa en Europa, sino también en nuestro propio continente. Es por ello que vale la pena revisitar algunas de las ideas que tenemos compartiendo desde al menos la década pasada.
“Hombres, blancos, no-educados (o poco educados). Misóginos, racistas, antiinmigrantes, homófobos”, escribíamos en este espacio en 2016. “Tenemos ya listas nuestras etiquetas, nuestros paquetes, nuestras explicaciones para ‘entender’ la victoria de Trump, o el ascenso de los movimientos populistas, nacionalistas, de extrema derecha o izquierda, que a veces son también anti-políticos-tradicionales, anti-libre-comercio, globalifóbicos, anti-europeístas, y todas las otras categorías en las que se les enmarca”. El gran problema es que esas categorías se quedan demasiado cortas. Se quedan cortas para explicar, por ejemplo, en EU, el voto de mujeres-sí-educadas-no-ubicadas-en-el-Rust-Belt, el voto de personas de ascendencia de inmigrantes, o el voto de tanta gente que no cae en ninguna de las etiquetas de los “antis” arriba mencionados, que solo desea el bien a su prójimo y lo mejor para sí, sus familias y su país. A veces pareciera que se mira hacia abajo a quienes han elegido opciones que se salen de la política tradicional, o que proponen discursos alternativos. Quizás va siendo hora de escuchar y empezar a complejizar un poco más nuestro entendimiento de los fenómenos que estamos viviendo. Complejizar, como nos explica Edgar Morin, supone entender lo que se encuentra tejido junto (COM-junto, PLEXUS-tejido), o sea los múltiples niveles, las múltiples dimensiones, vectores entretejidos, de que se componen nuestras problemáticas sociales. No pretendo, por supuesto, elaborar un tratado de algo de lo que, sin duda, mucho se está hablando y escribiendo y de lo que sin duda se escribirá en los próximos años, sino simplemente, a partir de lo que hasta hoy se ha estado analizando en distintos espacios, sintetizar y aportar unas pocas ideas, pensando desde lo global, conectando hilos desde tres vertientes distintas, pero íntimamente relacionadas.
Primero, la vertiente económica. No se necesita conocer demasiado para detectar que, a medida que la crisis del 2008 fue golpeando el empleo y el bienestar de las clases medias en países como España, Italia o Grecia, el sentimiento anti-europeísta fue aumentando y con ello, el respaldo a movimientos que proponían la salida de sus países de la UE. Pero hay que ir más allá puesto que el tema no se limita a Europa. Desde la desocupación juvenil en el mundo árabe—que, junto con otros factores, en 2011 termina por producir una ola de manifestaciones y revueltas en 18 países de la región—hasta el desencanto de los trabajadores en estados como Ohio o Michigan, estamos y seguimos ante una crisis honda y de largo plazo en el sistema capitalista financiero global. Un sistema que ha sido incapaz de incluir a determinados sectores golpeados por la segmentación transnacional de los procesos productivos—que ocasiona que las fases de producción se trasladen de país a país, a conveniencia—o afectados por los avances tecnológicos que reducen la necesidad de mano de obra. Esto no explica la totalidad del aumento del respaldo hacia movimientos populistas, pero sí una parte, sobre todo si consideramos la capacidad de determinados líderes para canalizar el descontento que las circunstancias económicas generan y elaborar un discurso convincente de mensajes y “soluciones” simples para resolver ese abandono percibido por parte de ciertos estratos de la población.
Segundo, la vertiente del miedo y la seguridad. No es casual que, ante el aumento del terrorismo en la década pasada, de acuerdo con encuestas del 2016, entre los republicanos había un número mucho más amplio de gente ansiosa por la posibilidad de ataques terroristas que entre demócratas. Y de todas esas personas, quienes más se sentían vulnerables eran quienes decían que votarían por Trump; 96% de esos electores consideraba que era probable (algo o mucho) que próximamente ocurriría un atentado terrorista, comparado con un 64% de quienes indicaban que votarían por Clinton (Quinnipiac U., 2016). Pero esto, nuevamente, es más profundo. De acuerdo con el Índice Global de Terrorismo (2016), uno de los motores fundamentales del crecimiento de esta clase de violencia en el mundo era la inestabilidad en sitios como Siria, Irak o Afganistán. Esos tres países son, y tampoco es casual, los primeros expulsores de refugiados que intentaban llegar a Europa en los últimos años. Así que, sumando piezas, otra parte del aumento del apoyo a movimientos nacionalistas o populistas, se relaciona no solo con el ascenso del sentimiento de vulnerabilidad de las fronteras y de la seguridad individual o familiar, sino, una vez más, con discursos de mensajes sencillos, que proponen respuestas rápidas y poco complejas pero atractivas para atender ese miedo y esa percepción de fragilidad: “bombardear a ISIS hasta el infierno”, “cerrar las fronteras ante los riesgos”, “construir el muro”. Si además de ello conectamos estas nociones con el tema económico arriba señalado, tenemos entonces un discurso doblemente seductor: los extranjeros no solo vulneran nuestra seguridad, también se roban nuestros puestos de trabajo; por tanto, basta solo cerrarles el paso, y se resuelven ambos problemas de un solo golpe.
Tercero, la vertiente política, ampliamente vinculada con las otras dos: el desprestigio, la falta de credibilidad en las clases políticas tradicionales en todo tipo de países, ya sea por la percepción de que son corruptas, o francamente ineficaces para resolver los problemas de nuestra era. Hoy, solo se necesita convencer al electorado de que se es un candidato externo al sistema, o un candidato “ciudadano”—usando la palabra “ciudadano” para distinguirse, separarse de los “políticos”—libre de los vicios y los males que caracterizan a nuestros típicos gobernantes de todas las corrientes, para automáticamente generar bonos de credibilidad, los cuales combinados con propuestas de transparencia, eficacia económica, social, legislativa y/o de seguridad, producen un importante potencial de éxito.
Así que, más que etiquetar o categorizar, normalmente mirando con desdén a las amplias capas de las poblaciones que han optado por elegir opciones alternativas, a veces extremas, tanto de derecha como de izquierda, vale la pena intentar escuchar y reflexionar más a fondo acerca de la frustración social, el miedo, la desconfianza en nuestras instituciones y mecanismos tradicionales, acerca de la incapacidad de nuestros sistemas políticos y económicos para ofrecer respuestas ante ciudadanos que hoy se sienten vulnerables y abandonados. Y quizás desde ahí, desde un mayor nivel de humildad, tratar de pensar, en soluciones más integrales y profundas.
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