Este año, el Foro de Seguridad Internacional de Halifax buscó posicionar la democracia en la agenda y destacar sus vínculos con la seguridad. Según sus organizadores, ese eje atraviesa hoy los conflictos armados y políticos entre estados. Ucrania siguió ocupando un lugar central, igual que Medio Oriente. China, en cambio, estuvo algo más ausente. En la sala se respiraba un ambiente enrarecido por el momento que viven las relaciones entre Estados Unidos y Canadá, el país anfitrión, y por primera vez en este espacio, la ausencia del Pentágono. El foro reúne a 300 militares y exmilitares, funcionarias/os en activo y retirados, ministras/os, académicas/os, periodistas y activistas que trabajan temas de seguridad global. Este año, como en ediciones recientes, asistió una robusta delegación ucraniana encabezada por un grupo destacado de congresistas de la Rada. Se sumaron varios ministros de defensa y del exterior, el ex primer ministro israelí Ehud Barak, una comisión bipartidista del Congreso de EU, dirigentes de la OTAN, y diversas/os ministras/os y líderes de unos 80 países, todos con decisiones sobre sus mesas que vemos a diario en las primeras planas. En estos apuntes resumo algunas de las conversaciones.
1. La agenda importa. Observar cómo ha evolucionado la agenda durante los 12 años en que he participado es, en sí, revelador. En ese tiempo, la conversación global se ha movido del terrorismo de Al Qaeda e ISIS, a la rivalidad entre superpotencias —con especial énfasis en China—, al COVID, y luego a la guerra en Ucrania que dominó del 2022 al 2024. Esta vez hubo un objetivo claro: sin restar atención a Ucrania (y parcialmente a Medio Oriente), el foro buscó colocar a la democracia como eje transversal de todo lo que sucede en el mundo. Hubo debates sobre desinformación, información errónea, el papel de la inteligencia artificial y los vínculos entre democracia, paz y seguridad. Llamó la atención, sin embargo, el menor foco en China y el Indo-Pacífico respecto de años previos.
2. El ambiente también importa. El foro estuvo marcado por el tenso momento que atraviesan las relaciones Canadá–Estados Unidos. Notoriamente, esta vez faltó la amplia delegación del Pentágono: no asistieron los líderes de los comandos militares ni hubo pláticas sobre sus visiones estratégicas y tecnológicas, en parte por la prohibición del actual secretario de defensa de que militares en activo participaran. Se percibía frustración entre los canadienses, quienes recordaron una y otra vez que ambos países han sido aliados estratégicos históricos. Aun así, aparecieron dos contrapesos: primero, el Senado de EU envió la delegación más grande en la historia del foro, con varias figuras republicanas, para subrayar que, pese a las tensiones “en la familia”, la relación bilateral sigue siendo sólida. Segundo, muchos funcionarios canadienses buscaron navegar la situación con extrema prudencia diplomática, evitando provocar olas o llamar la atención de Trump por cualquier comentario hecho aquí.
3. El nombre de Trump, como ya es costumbre, estaba en todos lados, tanto en discusiones on the record como off the record. Su omnipresencia es un fenómeno imposible de ignorar: basta mencionarlo para que un panel completo cambie de rumbo, ya se hable de Ucrania, Medio Oriente, democracia o desinformación. Destaca el polo de atracción que su figura genera. Y si a lo largo de los años hemos visto que, pese a todas las críticas, todo el mundo sigue pidiendo cosas y buscando atención de Washington. Hoy, con Trump a la cabeza, esto resulta aún más evidente.
4. Rusia–Ucrania. La discusión sobre Rusia y Ucrania estuvo marcada por la coyuntura: el plan de 28 puntos de Trump para la paz, revelado apenas un día antes del inicio del foro. Ese plan se puso de inmediato sobre la mesa y permitió asomarnos al fondo del problema. Lo resumo así:
a. La delegación ucraniana reflejaba, en parte, lo que ocurre dentro de su propia sociedad (ver encuestas del Instituto de Sociología de Kiev). De un lado, la gran mayoría se opone a cualquier concesión territorial y sigue convencida de que, con el equipo adecuado, su ejército no solo puede detener a Rusia, sino incluso ganar la guerra. Del otro, esta vez percibí un desgaste mayor: hay pesimismo y la sensación de que oponerse a Trump no será sencillo. Ya no se trata solo del suministro de armas o de la falta de soldados; el déficit con el que opera el país y la urgencia de fondos son críticos. Y aunque se habló de los costos económicos para Rusia, al compararlos con los de Ucrania, el desbalance es aún más claro. Todo esto, sumado a la presión de Trump, podría forzar a Kiev a un acuerdo desfavorable.
b. Los participantes europeos y canadienses —desde los mandos militares de la UE y la OTAN hasta ministros de defensa de Canadá, Letonia, Estonia o Países Bajos— expresaron su rotunda oposición a un plan que, hasta donde se conoce, resulta muy desfavorable para Kiev. Pero tampoco quedó claro qué capacidad real tienen para influir en Trump. Es cierto que Europa redirige hoy sus presupuestos y su preparación para hacerse cargo de la seguridad del continente, pero esa energía llega demasiado tarde para Ucrania.
c. También fue notable el consenso entre senadores estadounidenses de ambos partidos. Todos, incluso los republicanos que hablaron, fueron explícitos en su rechazo al plan de Witkoff y Trump. Pero no ofrecieron demasiadas alternativas para influir en él; se limitaron a señalar que son procesos de negociación en curso y que harán lo posible por asegurar mejores condiciones para Ucrania.
d. En resumen: pese a la fuerte oposición al plan de Trump y a la determinación que aún muestran los ucranianos, las condiciones materiales de la guerra, la situación económica y política interna y la presión de Washington, podrían empujar esta vez a Kiev a aceptar términos que no desea. Dicho eso, tampoco debe descartarse que esta combinación de factores termine ofreciendo a Zelensky una posible estrategia de salida, en un contexto de creciente desaprobación interna, escándalos de corrupción y una oferta de resistencia visiblemente mermada. Habrá que verlo.
5. Israel, Medio Oriente, la brecha. La presencia del exprimer ministro israelí, junto con analistas y activistas de Israel y figuras de la sociedad civil árabe —preocupadas no solo por Palestina, sino también por Siria, Líbano o Yemen— deja varias ideas:
a. La conflictiva en Medio Oriente vive una pausa extremadamente frágil, no un final. Y no se limita a Gaza: incluye múltiples frentes activos.
b. La estabilización de Gaza enfrenta enormes retos ya discutidos acá, en especial la necesidad de involucrar a actores centrales de la región (como Jordania, Egipto y la Autoridad Palestina) tanto en las fuerzas de estabilización como en el desarme de Hamás.
c. En el foro quedó claro, como lo hemos explicado antes, que Netanyahu no es Israel. A diferencia de ese primer ministro, Ehud Barak explicó que el establecimiento del Estado Palestino es necesario y debe trabajarse para ello. Barak dijo que, aunque por lo reciente de la guerra, la solución de dos estados no parece viable en el corto plazo, la realidad es que se requiere liderazgo ya que, en su visión, solo esa fórmula puede garantizar la paz y la seguridad de la región. Por otro lado, existe una fuerte demanda al interior de su país de que Netanyahu rinda cuentas a partir de investigaciones internas, no solo por los casos de corrupción o por la debacle del 7 de octubre del 23, sino también por posibles crímenes de guerra. Lo que no dijo Barak es que, dado el asedio que vive el poder judicial en ese país, esta rendición de cuentas interna, podría no materializarse, quedando solo las instancias internacionales para ello. Tendremos que dar seguimiento al tema.
d. La brecha entre la percepción interna israelí y la percepción internacional sigue siendo enorme. Para buena parte del mundo, Israel es el victimario. En Israel, en cambio, entre el trauma del 7 de octubre y sus consideraciones de seguridad, se siente que se libra una guerra en siete u ocho frentes y bajo amenazas existenciales permanentes. Lo notable en Halifax fue escuchar esa distancia en vivo, en diálogos con participantes israelíes y con voces árabes, pero también con asistentes de muchos otros países.
6. Las amenazas al orden global basado en reglas e instituciones, y la creciente militarización, volvieron a ser tema central. No me detengo demasiado en esto porque lo he trabajado ampliamente en este espacio. Pero observo una contradicción, quizá inevitable, en la conducta de muchos países presentes. Por un lado, se insiste en revivir las instituciones multilaterales y el respeto al derecho internacional; por el otro, asumiendo un mundo más anárquico, alimentan el círculo: más despliegues, más carreras armamentistas, más énfasis en disuasión y alianzas militares como ruta para garantizar seguridad. Ese mismo impulso termina debilitando el orden institucional, abandonando los pocos tratados de control de armas que quedan y reduciendo la capacidad de resolver disputas pacíficamente. En estas discusiones, no parecen emerger ideas realmente creativas para romper el círculo que señalo.
7. Democracia como eje transversal. Se habló de la democracia como pilar de seguridad internacional: la estabilidad global depende de democracias fuertes, resilientes y capaces de defender valores ante amenazas internas y externas. Pero, acorde con el ambiente del foro, es imposible discutir esto sin considerar al elefante en el cuarto: Estados Unidos y su presidente. No es secreto que el país que durante décadas se asumió como líder global en la defensa de la democracia enfrenta hoy sus mayores retos en ese terreno. Esto se expresó abiertamente, aunque por momentos daba la impresión de que desde el Senado estadounidense y otros actores se buscaba enviar un mensaje de solidez ante su propia crisis. Por ello, al leer lo que sigue, conviene notar que había un destinatario mayor en esta agenda. No era Putin, Kim o Xi —aunque se habló de ellos—, sino Washington, frente a lo que muchos perciben como un ejercicio de poder sin pesos ni contrapesos.
a. Desde esta visión, el conflicto en Ucrania es entendido en un foro muy vinculado a la OTAN como la línea de frente de la credibilidad y capacidad de acción de las democracias ante Rusia y otras coaliciones autoritarias. De ahí la importancia de un apoyo internacional decidido para sostener el orden democrático global.
b. Las democracias, se dijo, sobreviven y se fortalecen mediante coordinación estrecha, confianza mutua y reglas compartidas. Esto aplica para la OTAN y los vínculos entre sus miembros (Washington incluido), la relación EU–Canadá y la cooperación con socios regionales en Medio Oriente. No obstante, desde una audiencia crítica e informada, hubo cuestionamientos fuertes sobre la dependencia de Washington en una gama amplia de países no democráticos, por ejemplo, justo cuando se acaba de nombrar a Arabia Saudita como Aliado Mayor No Miembro de la OTAN.
c. Se discutieron las amenazas híbridas y tecnológicas que enfrentan las democracias —desinformación, IA, drones y ciberataques—, pero también otras ligadas a crisis internas: polarización, erosión de normas, pérdida de confianza y tensiones culturales. De ahí la urgencia de innovación, educación, regulación y colaboración público–privada, así como de nuevas estrategias para recuperar la confianza en instituciones.
d. Destaco una reunión privada sobre desinformación, redes sociales, viralización e inteligencia artificial. Se habló del “digital crack”, o la adicción que generan algoritmos que exacerban diferencias sin espacios reales de diálogo. Las democracias deben pasar de la “cognitive defense” a la “cognitive offense”: crear tecnología propia y reconstruir ámbitos de conversación.
e. Pero cuando tratamos fenómenos que no son solo de “cognición” sino esencialmente de emoción, el trabajo educativo racional no basta. Es indispensable desarrollar otras inteligencias, en particular la inteligencia emocional.
8. Una cátedra de la jueza Rosie Abella: democracia como reconocimiento y acomodo de diferencias
a. Resalto, por último, la sesión con la magistrada de la Suprema Corte canadiense, Rosie Abella. Es un ejemplo de cómo la defensa de la democracia nace de experiencias personales profundas: identidad, persecución, resiliencia. Construye toda su intervención desde su biografía: hija de sobrevivientes del Holocausto, nacida en Alemania en 1946 y llegada a Canadá como inmigrante. Su historia familiar —pérdida, reconstrucción, gratitud hacia el país que los acogió— fundamenta su visión del derecho y de la democracia. Explica que decidió ser abogada a los 4 años, que enfrentó prejuicios y obstáculos por ser mujer y que su vida es, en sí misma, “una historia de Canadá, una historia de Halifax”. Su mensaje central: proteger derechos es proteger quiénes somos y quiénes aspiramos ser.
b. Abella advierte que Canadá —como el mundo— enfrenta odio, polarización, intolerancia y enojo. Señala la incapacidad de escucharnos y la sustitución de la crítica legítima por hostilidad identitaria. Más grave aún, subraya que el declive de la confianza y la degradación institucional están generando una pérdida del consenso moral, condición que vuelve posibles tragedias sociales y políticas que deberían ser impensables.
c. Sin pesos y contrapesos no hay democracia: igualdad, derechos y responsabilidad judicial. La jueza insiste en que el concepto de democracia se erosiona cuando se reduce al voto mayoritario. Destaca el rol esencial de pesos y contrapesos, cortes independientes, medios libres y cuerpos autónomos para sostener la legalidad y proteger derechos. Conecta esto con la historia del nazismo: nueve autores de las leyes antisemitas eran abogados, un recordatorio devastador de cómo los sistemas legales pueden usarse para destruir.
d. Su trabajo en la World Commission on Equality y su informe de 1984 le permiten formular una definición moderna de igualdad: no es tratar a todos igual, sino reconocer y acomodar las diferencias para respetar la dignidad de cada persona.
e. Pero, al final, Abella inspira. Nos dice que no se puede ver el mundo desde su historia —hija de sobrevivientes, inmigrante, mujer y abogada en un sistema que le cerraba puertas, magistrada que intentó mejorar vidas— y no mantener, pese a todo, esperanza.
Ya me extendí demasiado. Nos falta hablar de la escasa presencia de México y América Latina en estas discusiones, o de cómo nuestros temas (como Venezuela) suelen abordarse sólo desde la óptica del riesgo o la amenaza. Pero lo dejaremos para otra entrega.
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