Quizás lo primero al abordar estos temas es trabajar con humildad. Es difícil que, en medio del torbellino, podamos realmente elaborar con seriedad las tendencias históricas que apenas percibimos se asoman. Cuando no hay la suficiente perspectiva, podría lo mismo tratarse de espejismos, o eventos que hoy nos parecen transformativos, siendo que, en realidad, en solo años, todo retorna al curso en el que hace poco estábamos. Lo digo de manera especial porque las estructuras no se mueven a partir de las decisiones de un solo hombre, incluso si éste es Trump. En todo caso, lo que hay es una serie de factores de fondo, los cuales parecen acelerarse o afloran a raíz de medidas concretas que un gobierno o una serie de gobiernos implementan. Para entenderlo mejor, es necesario evaluar de dónde venimos en el sistema internacional y tratar de distinguir algunos cambios en las dinámicas de fondo.
Del sistema bipolar a la unipolaridad y luego, la multipolaridad
1. Tras el final de la Guerra Fría, el mundo pasó de la bipolaridad que marcó el entorno global a un breve espacio de tiempo en el que prevaleció la unipolaridad. Durante la Guerra Fría, prácticamente todos los temas políticos internacionales, los conflictos, incluso guerras civiles locales, se insertaron en esta lógica en la que se tenía que optar por estar a lado del bando capitalista-liberal, o del bando comunista-socialista: pero terminada la Guerra Fría, ya en los años 90, parecía que el colapso del comunismo, el fin de la Unión Soviética y todo el bloque que le respaldaba, había engendrado un mundo liderado por Estados Unidos y sus aliados.
2. Este mundo unipolar de los 90s era un mundo marcado por el liberalismo (en su versión neoliberal). En lo político, esto estaba representado por un “único sistema válido”: la democracia y su contexto respaldado por los derechos humanos. En lo económico, esto significaba el libre comercio, el libre cambio, y la prevalencia del sistema capitalista-transnacional-globalizado. En lo internacional esto significaba el fortalecimiento de las instituciones multilaterales, el derecho internacional, el refuerzo o establecimiento de bloques comerciales y políticos entre países.
3. El 11 de septiembre del 2001, todo cambió. Los ataques terroristas al World Trade Center (emblema económico de aquel mundo unipolar que señalo) en NY, al Pentágono y el fallido a la Casa Blanca (el signo del poder unipolar que señalamos), no solo representaron golpes simbólicos, sino un giro en la política internacional y en la vida diaria de millones de personas. Washington y sus aliados se embarcaron en la guerra global en contra del terrorismo. Sobrevinieron las intervenciones estadounidenses en Afganistán y en Irak, la lucha internacional en contra de Al Qaeda primero y posteriormente ISIS, una de sus escisiones. Desde los foros internacionales hasta los viajes turísticos, desde las decisiones de las empresas hasta la redacción de los documentos de seguridad nacional, tuvimos dos décadas marcados por este entorno.
4. En cuanto a conflictos en el mundo, era notable que, en su mayor parte, se trataba de pugnas violentas que incluían a uno o más actores no-estatales violentos. Si bien no desaparecían, las guerras entre estados nacionales dejaban de marcar el mapa de la conflictividad global. Por tanto, la multipolaridad no podía entenderse ya incluyendo solo a los países y sus gobiernos. El análisis de dicha multipolaridad tenía que incluir a un número de actores no-estatales que en muchos casos competían en peso, poder y capacidad coercitiva con los estados. Piense en el ISIS que conquista la tercera parte de Irak, o en los cárteles transnacionales que operan en Latinoamérica, solo por citar ejemplos.
5. El 2017 es quizás el año del cambio, aunque esto en realidad venía gestándose desde tiempo atrás. Estados Unidos, en sus estrategias de seguridad nacional reconoce que no es ya el terrorismo su mayor amenaza, sino la “Competencia entre las grandes potencias” (lo que en realidad se refiere más a la lucha y confrontación entre estas). Rusia y, en especial China, habían pasado de socios a rivales estratégicos y había que enfrentar el reto.
6. Las áreas de confrontación entre las potencias son muchas. Algunas de ellas incluyen la ciberguerra, las guerras informativas, la competencia por espacios de influencia económica y geopolítica o la carrera armamentista. En el caso de Rusia, esta conflictiva pudo apreciarse con claridad en sitios como Georgia en 2008, en la guerra siria entre 2011 y 2015, pero especialmente en Ucrania ya desde el 2014. El caso de China ha mostrado incluso mayor complejidad.
7. Desde Obama, pero especialmente en tiempos de Trump, la rivalidad de EU y sus aliados con China ha tenido sus mayores manifestaciones en cuestiones como la guerra comercial entre ambas potencias, la guerra tecnológica, la expansión china en sus mares colindantes y el esfuerzo de Washington y sus aliados por contener esa expansión, o bien, la competencia entre ambas potencias por ganar alianzas, espacios de influencia económica o política en todo el planeta, por supuesto que América Latina incluida. Sin embargo, el tema más sensible de todos es probablemente Taiwán. Estados Unidos mantiene desde hace décadas una política de reconocimiento de una sola China con capital en Beijing, pero que además incluye una ambigüedad estratégica y el mantenimiento de relaciones no oficiales con Taiwán. A medida que la confrontación entre Beijing y Washington vino escalando, EU ha empleado a Taiwán como una especie de palanca para rivalizar y también para negociar, situación que ha tenido a este tema en punto de ebullición. Las probabilidades de un conflicto inmediato siguen siendo bajas, pero mientras más se activa la dinámica conflictiva, estas probabilidades han venido creciendo.
8. El tema de Ucrania se remonta a varias décadas atrás y puede resumirse como el espacio geográfico que representa, en los ojos de Putin y un amplio sector político y militar que le respalda, la mayor amenaza a la seguridad rusa a raíz de la expansión y asertividad de la alianza militar rival, la OTAN. Si bien la alianza atlántica ha afirmado que su crecimiento en la órbita rusa no representa amenaza alguna, Moscú lo ha leído, desde mucho tiempo atrás, completamente de otra manera. La intervención rusa en Georgia en 2008, posteriormente en Siria (indirectamente desde 2011 y directamente desde 2015), y más específicamente en Crimea y en el este ucraniano desde 2014, pretendieron, desde la perspectiva del Kremlin, mandar las señales que indicaban hasta donde estaba dispuesto a llegar Putin si percibía que sus intereses serían amenazados. No obstante, una combinación de factores y eventos internacionales e internos, tanto en Ucrania como en Rusia, pusieron la mesa para que el presidente ruso tomase la gran decisión. Esto resultó en la mayor guerra entre Estados-Nación desde tiempos de la Segunda Guerra Mundial, evento que ha tenido múltiples efectos económicos y políticos internacionales.
9. Así que, a las brutales consecuencias por la pandemia del COVID 19, ahora había que añadir los efectos por la rivalidad entre las superpotencias, concretamente por la guerra en Ucrania cuyo desenlace sigue siendo desconocido. Esto ha impactado en aquellos temas de los que antes hablábamos, por ejemplo, el aumento de presupuestos y despliegues militares, una aceleración de la carrera armamentista y la enorme desconfianza en las instituciones y el derecho internacional para resolver conflictos.
Más a fondo: un sistema multipolar en el que el polo mayor se encuentra en declive relativo: EU en pleno repliegue global
“La capacidad de Estados Unidos de manejar sus finanzas está directamente ligada a su capacidad de permanecer como el poder militar predominante a nivel global…Así es como los imperios caen. Todo empieza con una explosión de deuda. Termina con una inexorable reducción de los recursos disponibles para el ejército, la fuerza naval y la fuerza aérea”. Esto escribió el historiador Niall Ferguson en 2009. Dieciséis años más tarde, cuando ese país tiene una deuda mucho mayor, cuando la superpotencia se enfrenta ante la posibilidad de incumplir con los compromisos que esa deuda genera, y cuando lo que se discute continuamente es la autorización para permitir que esa deuda siga creciendo, el análisis de las implicaciones que todo ello tiene en temas de poder y geopolítica, resulta más oportuno que nunca.
En nuestra última consulta del rastreador en vivo de la Fundación Peter G. Peterson, la deuda pública de EU era de 36.22 billones—lo que representa aproximadamente el 126% de su PIB actualizado a este año. Más de una tercera parte de ese monto se adeuda a los gobiernos de ciertos países. Japón sobrepasó a China como el mayor acreedor de la deuda estadounidense hace unos años. Pero es importante considerar que, a pesar de haber estado reduciendo el monto de deuda que posee, China—justo el mayor rival de la superpotencia—sigue siendo el segundo mayor acreedor de dicha deuda.
Como explica Ferguson, y mucho antes de él, autores como Paul Kennedy, los problemas de las grandes potencias, inician cuando sus deudas comienzan a tornarse impagables. Porque lo que pasa con un superpoder como lo es Estados Unidos en nuestra era, es que no solo se trata de una deuda existente, sino que ésta crece a diario, pues el país opera con un gigantesco déficit. Como resultado, continuamente necesita elevar su techo de endeudamiento.
Hay quienes piensan que ese tipo de deudas son administrables, y mientras se cubran los intereses y se manejen con cuidado, no hay mayor problema, pues después de todo, estamos hablando de Estados Unidos, la mayor economía del mundo, la que proyecta mayor estabilidad y confianza (solo considere el atractivo que siguen generando los bonos del tesoro estadounidense como “refugio seguro” para el dinero).
Sin embargo, tanto el déficit como una deuda de ese tamaño, generan consecuencias en la toma de decisiones, especialmente cuando de una superpotencia se trata. Un poder global como lo es EU, tiene incontables compromisos más allá de sus fronteras, la necesidad de desplegar tropas en decenas de sitios en el planeta, la carga de mantener presencia marítima en puntos estratégicos, de contar con bases aéreas, de mantener al día todo su equipo militar y competir eficazmente en las carreras armamentistas, de sostener a las tropas desplegadas, llevar a cabo ejercicios militares, respaldar alianzas y proyectarse como el país que no solo cuenta con la mayor fuerza del planeta, sino que está dispuesto a utilizarla. Todo lo anterior, manteniéndose, además, siempre a la vanguardia tecnológica mediante investigación y desarrollo de tecnología de punta. Esa serie de factores, sumados, tienen un costo económico brutal. Y sí, por supuesto que Estados Unidos es el país que más invierte en lo militar.
El problema es que cuando el dinero escasea, las decisiones acerca de cómo se deben asignar los recursos necesitan tomarse de acuerdo a las prioridades. Hay rubros o regiones que sí ameritan la inversión o el gasto. Otros, en cambio, tienen que verse sacrificados. Además, cuando el país decide destinar esos recursos escasos, digamos, a una aventura militar en el exterior, entonces también requiere de sacrificar algunos rubros en política económica interna. Simplemente no alcanza para todo. O bien, está ahí la alternativa de seguir creciendo la deuda, y con ella, los intereses que hay que cubrir cada mes. Esto genera discusiones y tensiones que debilitan a esa superpotencia aún más, pero imponen preguntas ineludibles. Por ejemplo, si se decide atacar a Irán en caso de que ese país armara su bomba atómica (tal y como se le ha amenazado) y ello arrastra a Washington a una guerra de mayor plazo, ¿cómo exactamente se pagará esa guerra? O bien, si la decisión de Biden hubiese sido permanecer en Afganistán, ello naturalmente hubiese implicado re incrementar la presencia de tropas estadounidenses en ese país desde 2,500 hasta quizás unas 10 o 15 mil más. La pregunta es, ¿cómo exactamente esa decisión se pagaría? ¿Qué rubros tendrían que sacrificarse del presupuesto? O bien, ¿es pertinente seguir incrementando la deuda con otros países? ¿Es pertinente seguir aumentando el monto de intereses que hay que pagar cada mes?
Al final del camino, las decisiones se han ido tomando de acuerdo con la visión de cada administración, pero teniendo siempre encima el peso de esa creciente deuda. Obama, por ejemplo, diseñó su doctrina, basada en una reducción de tropas y delimitación de los conflictos en los que EU participa, confiando a aliados locales la protección de los intereses de Washington mediante su equipamiento y entrenamiento. Trump en 2017 optó por una visión más transaccional. Alejarse de conflictos internacionales cuando fuese posible, concentrarse en objetivos limitados y prioritarios, pero eso sí, exigir a aliados compartir los costos o pagar de alguna forma la presencia y el compromiso estadounidense, exhibiendo la disposición a abandonar a esos aliados en caso de incumplir. Esto último dañó la imagen de confiabilidad de Washington como un socio responsable, y generó una sensación de vacío que sus rivales aprovecharon. Biden reubicó sus energías y sus prioridades hacia sus dos monumentales rivales: China y Rusia. Asumiendo que Estados Unidos no podía estar en todas partes al mismo tiempo, ese presidente quería elegir sus batallas. La cuestión es que los temas de Ucrania. Rusia, la OTAN y Medio Oriente, le reventaron en la cara sin que hubiese podido dirigir adecuadamente las prioridades que él evaluaba.
Trump 2025 ante todos esos factores
Si los factores que arriba señalo tienen un peso que rebasa a las decisiones de cualquier individuo como Obama, Biden o Trump, entonces lo que estamos viendo en el mundo, es una serie de intentos por administrar de la manera más eficaz posible esta serie de corrientes de fondo.
El caso de Trump podría parecer ambiguo:
a) Por un lado, ese presidente hace eco de un 70% de la población estadounidense que, según encuestas, no favorece las intervenciones internacionales de su país en sitios como Medio Oriente. Trump conecta eficazmente con un sentimiento generalizado que dice que los problemas y enemigos de EU no están afuera, sino adentro del país o en sus fronteras y, por tanto, se requiere priorizar lo que a EU más importa. America First: No estar peleando luchas lejanas, ajenas y costosas, sino que EU, su agenda y metas palpables y tangibles deben prevalecer antes que cualquier otra cosa.
b) Al mismo tiempo, Trump busca seguir adelante con la política de repliegues. Esto implica definir en qué sitios prefiere que la superpotencia no opere (y, por ejemplo, desea cargar a Europa el peso de Ucrania y la conflictiva con Rusia, o incluso cuando prefiere replegar las tropas de Siria o afirma que en su plan para Gaza no habrá tropas estadounidenses en el territorio).
c) Para todo ello, necesita que sus negociaciones funcionen, pero más allá de su estilo personal, sus decisiones y acciones mantienen el continuo de repliegues (y, por tanto, vacíos percibidos)
d) Ahora bien, por el otro lado, y de manera paralela, Trump efectúa despliegues del poder de EU en contra de aliados y adversarios por igual, con el fin de negociar “la paz a través de la fuerza”, con ello un mundo más estable en el que EU pueda seguir obteniendo réditos que sí sean claros e inmediatos ante lo que él y el sector que representa estiman como los verdaderos intereses del país.
En otras palabras, en Trump parecen coexistir esta larga tendencia de replegarse y actuar de formas más quirúrgicas a partir de prioridades selectas, y por tanto, contribuir a la percepción de que la superpotencia que marcó la historia del último siglo está ahora generando vacíos por doquier, con una especie de rebote paralelo, mediante el que sí se actúa con base en la fuerza (por ejemplo contra los houthies de Yemen, a través de aranceles en todo el planeta, o incluso las amenazas de “reclamar” el control de Groenlandia o el Canal de Panamá). Esto último podría ser evaluado como los intentos de la superpotencia por contrarrestar esos vacíos percibidos.
Esta es, en suma, la forma como Trump elige administrar los muchos factores que arriba señalo. Pero eso no significa que esos factores no estén operando corrientes que rebasan a ese presidente. Material por supuesto para mucha reflexión y del que no puedo seguir ahondando en un texto periodístico en el que ya me he extendido. Pero lo seguiremos comentando.
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