La semana pasada pasamos de un nuevo ultimátum de Trump a Putin a una nueva escalada retórica y simbólica entre las dos superpotencias. El viernes, Trump escribió en su red social que había “ordenado reubicar dos submarinos nucleares” en respuesta a amenazas en línea del expresidente ruso Medvedev. Según Trump, los submarinos fueron enviados “a las regiones apropiadas, por si acaso estas declaraciones insensatas e incendiarias son algo más que solo palabras”. Detrás de este episodio, sin embargo, hay varios factores que conviene analizar: primero, la creciente frustración de Trump, no solo con Putin, sino también por su propia promesa incumplida; segundo, el aparentemente inalterado cálculo de Putin frente a las amenazas y ultimátums de Trump; tercero, el impacto que todo esto tiene sobre la guerra en Ucrania; y, por último, la evaluación de los riesgos reales de una escalada mayor entre Rusia y EU. Van algunas notas al respecto.
1. Partamos de la frustración de Trump. El presidente había prometido resolver el conflicto armado entre Rusia y Ucrania de forma rápida. Esta promesa está en el centro de su razonamiento. Desde su perspectiva, se trata de una guerra que pudo haberse evitado. El problema, según él, es que Biden y otros líderes no entendieron a Putin, no supieron comunicarse ni negociar con él, y solo se dedicaron a provocarlo. Trump, en cambio, mostraría —rápidamente— que era posible actuar de otra manera: gestionar un acuerdo realista y sacar a Washington y Moscú de la ruta de colisión. En más de una ocasión criticó a Biden (y luego también a Zelensky) por estar arriesgando una tercera guerra mundial.
2. Por eso, cuando inicia su mandato ofreciendo incontables concesiones a Putin —como garantizar que Ucrania no ingresaría a la OTAN o que Rusia podría conservar el territorio ucraniano que actualmente controla, incluido el reconocimiento oficial de Washington sobre la soberanía rusa en Crimea—, y lo hace sin exigir nada a cambio antes siquiera de empezar las negociaciones, su expectativa era que Putin, al menos, aceptaría un cese al fuego temporal y se encaminaría hacia una resolución definitiva del conflicto.
3. Con el paso de los meses, eso no ocurrió. Putin interpretó la situación como altamente favorable para avanzar en sus metas mayores, se negó incluso a considerar un cese al fuego temporal y mantuvo intactas sus demandas. Esto fue frustrando cada vez más a Trump, no solo por encontrarse con un Putin inflexible, sino porque empezaba a incumplir una de sus promesas clave y a parecerse demasiado a Biden en su aparente incapacidad para negociar eficazmente con Moscú.
4. Fue entonces cuando Trump optó por aplicar estrategias que suele utilizar con buena parte de los actores internacionales: ultimátums, amenazas de imponer aranceles y sanciones —en este caso, aranceles y sanciones secundarias, es decir, dirigidas a países que comercian con Rusia, como China, India o Turquía, entre muchos otros.
5. Pero tratándose de una guerra, es fundamental analizar la dimensión cognitiva. Es decir, ¿en qué medida las amenazas o acciones de un actor afectan el cálculo de quien las recibe? En otras palabras, hablamos de algo que va mucho más allá de lo material y entra en el terreno psicológico. Lo importante no es tanto determinar si esas sanciones secundarias dañarán o no a la economía rusa (hay, por cierto, opiniones distintas al respecto, aunque la mayoría coincide en que el impacto sería limitado), sino entender en qué medida esas acciones pueden influir en la toma de decisiones de Putin al punto de llevarlo a flexibilizar sus posturas de negociación y, eventualmente, a cesar las hostilidades.
6. Eso es, precisamente, lo que parece más difícil. Putin considera que el tiempo juega a su favor. Aunque el ejército ruso ha sufrido reveses importantes en estos tres años y medio de guerra, al final mantiene el control de aproximadamente el 20% del territorio ucraniano y continúa logrando avances incrementales —muy lentos, sí, pero avances al fin. Además, en su lógica, los bombardeos constantes seguirán minando la moral ucraniana hasta provocar, eventualmente —aunque eso tome meses o incluso años—, el colapso de Ucrania o el desgaste definitivo del apoyo occidental.
7. Paralelamente, figuras como Medvedev —quien fuera primer ministro, luego presidente ruso y actualmente consejero de seguridad— saben bien cómo provocar a Trump. En sus mensajes alude a dos temas clave: primero, que Trump está llevando al mundo peligrosamente cerca de una guerra entre superpotencias; y segundo, que está siguiendo los pasos de “Sleepy Joe”, el apodo que el propio Trump usó para descalificar a Biden. En otras palabras, Medvedev le dice a Trump que no solo está incumpliendo sus promesas, sino que está haciendo exactamente aquello que tanto criticó durante su campaña.
8. Conociendo a Trump, esto naturalmente lo exaspera, y reacciona como suele hacerlo: subiendo la apuesta. En este caso, ordenó la reubicación de submarinos nucleares “por si acaso”.
9. Lo central aquí, sin embargo, no es interpretar estos eventos como pasos hacia una escalada mayor entre superpotencias. Las probabilidades de una guerra nuclear siguen siendo sumamente bajas. Lo que realmente queda en evidencia es:
a. La ineficacia de las tácticas habituales de Trump para persuadir a Putin de modificar su curso.
b. La creciente frustración de Trump, que se expresa a través del aumento en el tono y la intensidad de sus amenazas.
c. La firmeza con la que Moscú responde a esas amenazas cada vez más agresivas.
10. En otras palabras, Trump ya se ha topado de lleno con una realidad que no responde como él la había interpretado en un inicio. Lo que sigue es observar cómo se traduce todo esto:
a. Es probable que varias de esas sanciones y aranceles secundarios se materialicen. Difícilmente lograrán doblegar a Putin, pero sí profundizarán la distancia entre ambos presidentes.
b. Habrá que ver luego si Trump acompaña estas medidas con un mayor respaldo a Ucrania en términos de armamento. Recordemos que el armamento que hoy Washington suministra a Kiev fue autorizado por el Congreso y firmado por el presidente estadounidense hace ya varios meses. Lo que falta ver es si Trump decide mantener ese apoyo o incluso incrementarlo, y en su caso, qué efectos podría tener eso en el terreno, donde la guerra sigue activa día tras día y donde la ofensiva rusa de verano continúa avanzando, aunque de forma lenta, pero avanzando.
c. Finalmente, habrá que observar si estos hechos derivan en una mayor coordinación con los aliados europeos de EU. Todo indica que Europa, por ahora, ha logrado cerrar ciertas brechas con Trump en materia comercial. Parte de su lógica ha sido precisamente esa: asegurar una mayor cooperación de esta administración en el respaldo a Ucrania y en el esfuerzo por contener a Moscú. Esta pieza será clave para entender el rumbo que podría tomar la guerra en los próximos meses.
Hay muchos otros factores que debemos reincorporar al análisis. Uno crucial es la dimensión interna en Ucrania: la determinación de esa sociedad para seguir combatiendo y evitar concesiones significativas a Rusia, pero también la creciente división que empieza a manifestarse dentro del país. Por ahora, solo reafirmar que la escalada retórica de la semana pasada, junto con la reubicación de submarinos nucleares, tiene mayor potencial de impactar en lo que ocurre hoy en Ucrania y en las negociaciones en curso, que en el terreno de una posible escalada nuclear. Insisto: por ahora.
Instagram: @mauriciomesch
TW: @maurimm