No estamos ante bagatelas: buques gigantescos llegando a los puertos mexicanos con millones de litros de combustible, refinados en lugares clandestinos, circulando en pipas por las carreteras y vendidos por una vasta cadena de negocios. Grupos criminales que operan a la luz del día, cometiendo secuestros, cobros de piso, asesinatos, extorsiones, trasiego de personas. Quienes han dirigido a La Barredora y la industria del huachicol fiscal no son carteristas, ni pandillas de chamacos, sino redes que han involucrado a cientos de personas (¿miles?) coludidas en operaciones que generan ingresos multimillonarios.

Por eso aplaudo que la presidenta Sheinbaum haya optado por abrir esa Caja de Pandora donde lo primero que aparece es la complicidad, o la ignorancia, o la negligencia, o la hipocresía de quienes fueron secretarios de Gobernación y de Marina en el sexenio anterior. Se ha dicho que no sabían y que, cuando supieron, lo dijeron. Pero esa versión es aún más cobarde que la del silencio: ¿no iban todos los días a las seis de la mañana a hablar directamente con el presidente López Obrador? ¿Nunca informaron de esos hechos al gabinete de seguridad del que formaron parte?

Las decisiones que adopte la presidenta para conducir estos casos de corrupción marcarán a su sexenio, pues la combinación de los desafíos cruzados en la trama es tan grave como peligrosa. En ella están metidos varios miembros de alto rango de la Defensa y la Marina, personajes principales de la clase política actual y, también, las presiones del gobierno de Donald Trump y la violencia selectiva de las organizaciones criminales. Añado a esa ecuación la hostilidad política y la polarización que ha echado raíces profundas en nuestra vida pública, azuzada desde la jefatura del Estado. Basta sumar dos dígitos para entender que estamos ante un caso típico de elección entre lo malo y lo peor.

Supongo que habrá quienes prefieran zanjar estos escándalos culpando a un puñado de individuos y exonerando a otros, para hacer “control de daños” entre militares, marinos y clase política. Los peces gordos y los chivos expiatorios de siempre para cubrir las apariencias y reventar los puentes que unen a los personajes principales con el presidente López Obrador. Pero nadie debería menospreciar que quienes destaparon esta trama (Barredora y Huachicol) son mandos del Ejército y de la Marina, lo que revela que esas instituciones no son monolíticas, ni están exentas de conflictos, ni son inmaculadas.

Quienes denunciaron ¿lo hicieron porque estaban hartos de convalidar ilícitos, porque fueron excluidos de las decisiones, porque alguien quiso involucrarlos contra su voluntad o porque se han propuesto modificar las relaciones de poder entre los grupos que dirigen a las fuerzas armadas? Sabemos muy poco de lo que sucede en sus pasillos interiores. Los acuerdos, las grillas o los desencuentros entre los dueños del monopolio de la coacción legítima siguen siendo el mayor enigma del sistema político de México.

Con todo, esta trama es un ejemplo de manual para repetir que la corrupción no es cosa de individuos malos que engañan a los buenos, sino que involucra siempre a una red que se apropia de lo que nos pertenece a todos. La corrupción es la captura del Estado y se expresa en el reparto de puestos y presupuestos. No se manifiesta solamente en el dinero, sino en el usufructo del poder político. Por eso, mientras no se anule esa captura descarada, la corrupción seguirá brotando como la mala hierba.

Si va en serio y no solo quiere salir del paso, la presidenta tendría que atajar las causas de la corrupción que el PRI convirtió en el aceite del sistema, que adoptó el PAN y que AMLO dejó intactas mientras ondeaba pañuelitos blancos.

¿Seguirán igual en estos años?

Investigador de la Universidad de Guadalajara

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