Con todo respeto, el carisma no se hereda. Aunque la ideología, las palabras y las decisiones de Claudia Sheinbaum sean la continuación acrítica y dichosa de lo que hizo, pensó, escribió y dijo el presidente López Obrador, sus personalidades son distintas. En algún punto del camino, la presidenta tendrá que hallar su propio estilo, aunque sea para decir y hacer lo mismo, honrando su promesa de consolidar el legado del “mejor presidente de México”.
La sensación que me dejó el informe de los 100 días es que faltó López Obrador. Pensé que asistiría para respaldar a su heredera y darle algo de calor al evento frío que atestiguamos. Habría bastado el anuncio de su presencia para imprimirle otro espíritu y él podría haberse dado el lujo de guardar silencio. Si hubiese ido, la atención política se habría concentrado en su persona. En cambio, su ausencia en un mitin calcado del sexenio previo hasta en los más mínimos detalles no hizo sino subrayar quién tiene la legitimidad política del gobierno mexicano. Habrá perdido el mando, pero las ideas, los cursos de acción y la oferta de futuro tienen un autor único e indiscutible.
Sin AMLO, lo que vimos en las pantallas de televisión fue un mitin al estilo del viejo PRI, con banderines que acreditaban la asistencia de los contingentes más o menos grandes y ruidosos, de cada uno de los “sectores” convocados y de las entidades que participaron en la organización del encuentro para mostrar su “músculo” político. Además, con el propósito de que la plancha del Zócalo no se viera desairada, a alguien se le ocurrió poner sillas y en el sonido ambiental, cada vez que Claudia Sheinbaum tomaba un respiro se escuchaba la voz aguda de una mujer que gritaba con tanta fuerza como nostalgia: “Es un honor estar con…”. Al menos, opino, los genios de la comunicación deberían inventar una porra diferente para el sexenio nuevo.
El discurso de la presidenta no ofreció tampoco nada nuevo. Acaso el anuncio del “Plan México” que parece orquestado con los empresarios consentidos del nuevo régimen, para darle aliento al crecimiento y la estabilidad económica amenazadas por un nuevo ciclo recesivo y, sobre todo, por las decisiones que, eventualmente, tome el presidente Trump. Pero aún en este caso, tampoco se dijo nada para llamar a casa: que las y los migrantes son héroes y heroínas, que envían 65 mil millones de dólares de remesas a México, pero derraman 325 mil millones más en Estados Unidos, que nuestro país es soberano e independiente y que habrá cooperación y colaboración, pero no subordinación. Ni siquiera la mención a los presidentes Lincoln y Roosevelt (y su respaldo a nuestros Juárez y a Cárdenas, respectivamente) fue cosa nueva.
Tampoco el argumento manido según el cual todo está bien y solo opina lo contrario quien pertenece al pasado autoritario, clasista, machista, neoliberal y conservador, que “quiere volver a la decadencia del pasado”. Igual que su guía política y moral, la presidenta considera que estamos siendo gobernados por gente excepcional. Por eso, la estrategia de seguridad (dice ella) está dando excelentes resultados, no se tolera ningún acto de corrupción, la economía goza de indicadores estupendos, los grandes proyectos de infraestructura siguen adelante, no faltará el agua, habrá producción de alimentos suficientes, escuelas dignas y nuevas universidades, centros de salud renovados y farmacias con medicamentos gratuitos y “programas sociales” que repartirán 835 mil millones de pesos entre 30 millones de personas. Vivimos tiempos extraordinarios. Con todo, incluso ese caudal de buenas nuevas sonaba menos falso en la voz de AMLO.
Creo que la presidencia debe rectificar: si decide hacer mítines masivos, que invite siempre al mejor presidente de la historia. Le saldrán mejor.
Investigador de la Universidad de Guadalajara