Es difícil encontrar un primer año de gobierno más desafiante que este 2025. Con excepción de los tiempos aciagos que marcaron el Siglo XIX, los retos que debe enfrentar la presidenta Sheinbaum son únicos: la ofensiva del gobierno de Donald Trump; la cada vez más violenta reacción de los cárteles del crimen organizado; la inevitable caída del crecimiento económico con todas sus consecuencias (en los ingresos, en la inflación y en la presión social derivada); las disputas entre sus partidarios; y, en medio de todo eso, la instalación de un nuevo régimen inventado en el sexenio anterior.

Bastaría la combinación de la violencia criminal con el estancamiento económico y la falta de medios para mitigar la ofensiva estadunidense para cortar la respiración. Pero Claudia Sheinbaum debe lidiar con esos tres retos y, además, apaciguar a sus huestes heredadas y cumplir la tarea encomendada por su mentor para concentrar en definitiva todo el poder político. Debe hacer todo a la vez: enfrentar a los criminales, lidiar con la migración, promover el crecimiento económico, redistribuir lo poco que haya, negociar con los Estados Unidos, afirmar su liderazgo y demostrar que el país puede funcionar mejor sin contrapesos ni disidencia política.

Quizás podría compararse con el primer año de Plutarco Elías Calles, tras el magnicidio de Obregón, por la necesidad de consolidar (e inventar) el nuevo régimen revolucionario. Pero Calles no tenía que rendirle cuentas a nadie, porque al tomar el gobierno todos los caudillos que lo precedieron habían muerto y tampoco tuvo que lidiar con un partido heredado. Lo tuvo difícil, pero las condiciones eran muy diferentes.

Miguel de la Madrid también tuvo un primer año complejo, porque los gobiernos de Echeverría y de López Portillo dejaron la administración pública en ruinas y plagada de excesos y corrupción. La gente identificó a esos dos gobiernos como “la docena trágica” que, además, terminó con la inopinada nacionalización bancaria de 1982. De la Madrid navegó todo el sexenio entre tormentas y nubarrones, agravados por el terremoto de 1985 y terminó encarnando la profecía de Daniel Cosío Villegas, quien advirtió que el PRI de aquellos años solo podría derrotarse por una ruptura interna. Y eso pasó en 1988, cuando el presidente apostó por el modelo neoliberal para designar a quien le sucedería en ese cargo. Sin embargo, en 1983 todavía gobernaba el país aquel aparato todopoderoso.

El primer año de Ernesto Zedillo también fue muy desafiante, no solo por la serie de acontecimientos que marcaron el año 1994, con el alzamiento del EZLN, el magnicidio de Luis Donaldo Colosio y la violencia política que sacudió al partido hegemónico, sino por el llamado “error de diciembre” que puso a la economía mexicana en crisis y el gobierno decidió usar el dinero público para evitar la quiebra de la banca privada. Ese primer año marcaría, en buena medida, la agenda política que desembocó en la alternancia electoral del año 2000. Pero Zedillo tuvo el tino de apostar por la pluralidad y se hizo del respaldo de una clase política comprometida con la transición democrática del país.

Creo que Claudia Sheinbaum está gobernando en circunstancias mucho más desafiantes, porque al deterioro económico se le ha sumado la violencia cada vez más extendida y la cerrazón necia de los Estados Unidos. Pero lo más delicado es que su capacidad de maniobra está restringida por la agenda que le fue impuesta por el líder indiscutible y acotada por el celo ideológico de sus correligionarios, que siguen enfiestados con el poder que ganaron el año pasado y repitiendo que todo se arreglará cuando ya no haya nadie opuesto a su credo.

Dice el refrán que la cuerda se rompe por lo más delgado. Hay que volver a leer a Cosío Villegas.

Investigador de la Universidad de Guadalajara

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