En la conversación que tuvo la semana pasada con David Aponte y Maite Azuela —en una emisión del programa “Con los de casa”—, Gerardo Fernández Noroña hizo afirmaciones que vale la pena escuchar. Dijo que el éxito de la 4T dependerá de la unidad que mantengan quienes integran el movimiento; es decir, de la lealtad de sus liderazgos hacia el proyecto hegemónico que está en curso. Y dijo también: “Yo creo que no nos van a sacar en décadas del gobierno del país, a menos que nos equivoquemos de manera brutal”.
Es bien sabido que el diputado Noroña, como se le conoce, no tiene pelos en la lengua. Y también se sabe que está tan profundamente comprometido con “el compañero presidente”, como él le llama a López Obrador, que llegó a confundir su respaldo a Morena con su militancia en el PT, asumiendo que podría investirse como el coordinador de la mayoría en el Senado a partir del próximo mes de octubre. Si se hubiese atendido su aspiración, la coalición de la 4T habría reconocido que en realidad son un solo partido, lo que habría comprometido su mayoría calificada en la Cámara de Diputados. Tuvo que salir el “compañero presidente” a recordarle que ese reparto de bienes políticos se pactó entre los militantes de Morena, pero no con el PT ni con el partido verde. De modo que el futuro senador coordinará a los suyos y nada más.
Sin embargo, dice la verdad: ese grupo podrá consolidarse como partido hegemónico si se mantienen unidos y no se equivocan ni se traicionan en el trayecto. Empero, cumplir esas condiciones no será cosa fácil. De entrada, exigirá que nadie se salga del guión que escribió López Obrador para concentrar el poder en la Presidencia de la República, sin el contrapeso de los órganos autónomos del Estado y con los poderes Legislativo y Judicial —y la gran mayoría de los gobiernos locales— controlados por la mayoría electoral. Se ha dicho hasta la náusea que para completar el así llamado Plan C, la coalición hegemónica necesitará cooptar al menos a tres senadores de oposición y se ha especulado sobre los nombres de quienes parecen más débiles. Pero se ha dicho poco sobre los costos políticos que tendrán que pagarse para mantener unida a la coalición.
Que no haya titubeos ni traiciones significa que todas y todos deben actuar al unísono, incluyendo a la futura presidenta de México, que llegará a gobernar con las manos atadas y obligada a hacer cumplir hasta el últmo detalle del pliego de mortaja de su antecesor, cediendo en lo que sea necesario para honrar su tarea. Por lo pronto, ya lo hizo con más de la mitad de su gabinete, cuyos integrantes forman parte del equipo formado por López Obrador y quienes, seguramente, seguirán siendo leales al líder que dice que no quiere serlo, ni mucho menos cacique.
De otra parte, la nueva titular del Ejecutivo no dispondrá de los mismos medios que tuvo su mentor. Para no equivocarse, como pide Noroña, tendrá que lidiar con los problemas que hereda sin contar con los mismos recursos: habrá más demandas y menos dinero; habrá más presiones políticas y menos carisma; habrá nuevos grupos organizados para hacer valer sus reclamos y menos capacidad para confrontarlos; y además, es cada vez más probable que a partir de noviembre próximo Donald Trump vuelva al poder en los Estados Unidos, con todo lo que eso significaría para la economía, el control de la migración y la ofensiva contra los cárteles criminales.
Si logran controlar a los órganos electorales y al Poder Judicial como desean, el futuro que anuncia Fernández Noroña sería más probable. Pero aún así, la fiesta durará poco: López Obrador gobernó con palabras, pero Claudia Sheinbaum tendrá que hacerlo con hechos y resultados. La elocuencia es un recurso valioso, pero no alcanza para otros seis años.
Investigador de la Universidad de Guadalajara