“En lo que respecta a esta administración, todos los migrantes ilegales son criminales”. -Karoline Leavitt, Vocera de la Casa Blanca

Independientemente de las convicciones del presidente Donald Trump respecto de la migración, llaman la atención las palabras que elige para hablar de los migrantes.

En los diez años que lleva en política, Trump ha calificado reiteradamente a los migrantes indocumentados latinoamericanos de invasores, criminales, asesinos, violadores, narcotraficantes, terroristas.

En campaña repitió que “Casos aislados y trágicos demuestran que los migrantes están matando a estadounidenses en masa”, y en un debate electoral dijo que “inmigrantes haitianos matan mascotas de estadounidenses y se las comen.”

Se trata de estigmatizarlos como delincuentes con asomo de salvajismo y de barbarie para que se los vea a la luz de ese estereotipo.

Y por si no bastara, Trump aporta otro de sus descubrimientos: “Tienen malos genes”. Luego entonces, es irremediable. Son lo que son por genética.

Se redondea así el estereotipo negativo: imponerle no solo una imagen general, sino también inmutable, a cada uno de los integrantes de un grupo o sociedad. Y puesto que es genético, los que llegan y se quedan “envenenan la sangre del país”.

Así pues, con la maldad genéticamente heredada y con la que aprenden en sus países “traen a Estados Unidos, crimen, drogas y agentes patógenos”. Por eso se justifica decir en los mítines: “No nos infestarán”, porque esto ocurre cuando agentes patógenos invaden un ser vivo y se multiplican en él como parásitos.

Y para quienes se interesan por los derechos humanos de los migrantes, Trump tiene otra revelación: “algunos indocumentados no son personas”.

Por eso hay que echarlos, por eso en octubre dijo que propondría la pena de muerte para los migrantes que maten a ciudadanos estadounidenses y a agentes de las fuerzas del orden. Lo peor de esta declaración no es si está o no en sus planes este intento de igualar delito con sanción, sino el mensaje implícito: los migrantes asesinan.

El lenguaje de Trump no solo criminaliza a los migrantes, también los demoniza. Y con ello siembra el miedo, aviva el odio, instiga la ira.

Pero también tiene mensajes tranquilizadores para sus votantes: “Los criminales ya no podrán esconderse en colegios, iglesias y hospitales”, es decir, los migrantes son tan malos como cobardes, pero hasta esos lugares, antes prohibidos para la revisión migratoria, los iremos a buscar.

Después de crear al monstruo que amenaza a Estados Unidos, el presidente dijo en su discurso inaugural, el lunes 20 de enero: “la invasión terminará antes de que acabe la jornada del lunes”. O la amenaza no era tan grande o Trump tiene una capacidad sobrehumana para combatirla.

Mientras tanto, el Ku Klux Klan llama a “rastrear, vigilar y denunciar a todos los inmigrantes”, y el FBI ya detectó nuevos grupos que se declaran “dispuestos a luchar para salvar a Estados Unidos de la invasión de inmigrantes”.

Son las consecuencias de un lenguaje estigmatizador, sin soporte en evidencia, que pretende generar odio en contra de los migrantes indocumentados, hoy causantes de todos los males en Estados Unidos.

Especialista en derechos humanos.

@mfarahg

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