El tema de la semana ha sido la marcha del 15N. Que si fue un éxito, que si la convocó fulano o zutano, que si asistió la Generación Z o no, que si fueron pocas o muchas personas, etcétera. Lo cierto es que le incomodó al régimen y que hay varios agravios colectivos que la justifican: inseguridad, autoritarismo, injusticia, impunidad, corrupción y un largo etcétera. La pregunta que queda todavía en el aire es: ¿qué hacer para canalizar toda esa energía en una opción política? ¿Cómo pasar de la expresión de descontento a la acción? Los partidos políticos parecen no ser opción. Parecería que tenemos mucha ciudadanía para partidos políticos tan pequeños. Puede ser. Pero me temo que los partidos importan, tienen razón de ser, y más aún, son insustituibles. Cualquier solución política para el porvenir pasará por éstos. El hecho de que estén en una aparente “crisis” por diversas causas, no les resta importancia como pilares fundamentales del sistema democrático. Son los principales vehículos que tenemos para solucionar esos problemas que nos aquejan. Veamos.

Los partidos políticos surgen en el siglo XIX y siempre se pensaron como un componente esencial de la democracia misma. Si como dicen Lea Ypi y Jonathan White, el ethos democrático es el autogobierno colectivo, o en palabras de Mill: “de un gobierno del pueblo, por el pueblo, igualmente representado”, entonces los partidos políticos cuentan con varias características que ningún otro vehículo de participación política tiene.

En primer lugar, los partidos políticos contienen un elemento normativo, es decir, requieren de la articulación de principios y valores que guíen la acción política. La simple construcción de éstos dota a su militancia de una interpretación común de los problemas políticos y la aglutina en torno a una identidad colectiva. Lo crucial es que los principios que se construyan tengan una vocación de universalidad, esto es, que busquen dotar de sentido a la totalidad del mundo político para hacerlo inteligible a sus militantes. Sólo así éstos podrán comunicarse en un mismo lenguaje y defender con coherencia y consistencia sus posiciones políticas. Éstas serán un punto de partida para el inicio de un ejercicio deliberativo que busque un equilibrio entre las distintas visiones —de los demás partidos— que conforman el sistema.

Lo segundo es que tienen un fuerte componente motivacional. Al compartir ideales, los partidos políticos son organizaciones que llaman a la acción colectiva para la consecución de los mismos. Aquí lo importante es que el partido despliegue los espacios necesarios para que la militancia participe en la construcción de la constelación ideológica que proyectarán y que la asuman como propia. El partido debe generar tal grado de compromiso de su militancia, que ellos no se asuman como simples ciudadanos, sino que cuando participan en la esfera partidista sepan que son sujetos políticos capaces de influir en la esfera pública y transformarla. Y aquí entra la tercera característica de los partidos que considero fundamental: su capacidad ejecutiva.

La acción partidista no busca quedarse en el terreno de las ideas, sino que busca el poder político para cambiar la realidad. Tan es así que las instituciones democráticas responden a la arquitectura partidista: los procesos electorales que determinan la composición del poder Ejecutivo y del Legislativo tiene como base una contienda entre partidos. Los que ganan forman gobierno, los que pierden, oposición. Los congresos se estructuran con base en grupos parlamentarios que emanan de los partidos y múltiples decisiones democráticas pasan por el prisma partidario. Esto permite que los ciudadanos vean la relación directa entre su militancia y las acciones de política pública que transforman sus circunstancias cívicas. Además, son instituciones que deben contar con estructuras electorales bien armadas que sobrevivan las coyunturas específicas. Los movimientos sociales surgen de un agravio concreto y momentáneo y tienen, casi siempre, vida efímera porque les falta ese componente estructural e institucional que tienen, precisamente, los partidos.

Por eso me preocupan las diversas interpretaciones de la marcha en las que se desdeña a cualquier cosa que huela a partido político. Porque la semilla de la antipolítica germina en el desgaste de los partidos y así divide el mundo en dos: los buenos y los malos, los ciudadanos y los políticos. Estos últimos respondiendo a intereses perversos, siempre perversos, de los partidos. Pero nada en la vida es tan simple. Hay pliegues, matices. Se nos olvida que los partidos son instrumentos insustituibles para la democracia misma y que cualquier solución para el caos público de hoy pasa necesariamente por los partidos políticos. Estos son los únicos que tienen las características que acabo de enunciar. Más vale que empecemos a reconstruirlos en vez de seguirlos dinamitando.

@MartinVivanco

White, Jonathan; Ypi, Lea, “Rethinking the modern prince: partisanship and the democratic ethos”,Political Studies, 58 (4), pp. 809-828. Las ideas que se desarrollan a continuación provienen de este texto.

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