¿Estarán los mexicanos tan divididos como cuando Estados Unidos invadió México el siglo antepasado? Todo parece indicar que sí, aunque afortunadamente no se ve claro, de momento, una invasión a la vista. Ya no se escucha la ingenua pretensión de ver a los mexicanos unidos, de “coincidir en lo fundamental”, de alcanzar la unidad nacional,
Sin saber cómo ni cuándo, sin saber si fue primero el huevo o la gallina, el gobierno de Claudia Sheinbaum o los sectores que están en su contra, han roto cualquier vía de conversación. Ella le dice cosas poco amables a la fracción del pueblo que no la quiere y el sector aludido responde, como nunca, llegando al insulto, a la falta absoluta de respeto a la investidura presidencial, al extremo de exigir la imposible revocación del mandato.
No parece que haya remedio porque es evidente que las partes no están en posición de hacerlo. Este es el juego de la intransigencia, en el que tal parece no hay vía de avenencia. Por el contrario, es previsible que el clima se enturbie mucho más. Nada explica mejor lo enrevesado del ambiente que la decisión de la Presidenta de no asistir a la inauguración del campeonato mundial de futbol.
La experiencia histórica así se lo aconsejaba. En las olimpiadas del 68, como en el mundial de 70, Díaz Ordaz recibió una merecida rechifla popular. Otra inmerecida, le tocó a de la Madrid en el mundial de 86. AMLO que presumía su influencia beisbolística sufrió un descalabro popular en la inauguración del Estadio Harp. De presentarse la Presidenta en el Azteca generaría un escándalo que daría la vuelta al mundo. Peor todavía si Mr. Trump decidiera —en alguna de sus locuritas— estar presente, en tanto los países organizadores son los mismos del TMEC.
Por cierto, a Mr. Trump le tocó un sonoro abucheo en un reciente juego de futbol americano entre los Commanders de Washington y los Lions de Detroit. Desde Carter en 1978, no había asistido ningún presidente a un partido de futbol.
Por ello es explicable que la presidenta Sheinbaum evada el riesgo, ante el mundo, de un abucheo masivo amparado en el anonimato,. Ahora que la decisión de que sea una niña quien la represente tiene sus aristas. No estoy para dar consejos que nadie me ha pedido, pero en política todo es político.
El gobierno tendrá que cuidar que la niña escogida no vaya a generar un desaguisado como el reciente de la Miss Universe. Lo mejor sería un sorteo entre niñas de todo el país con los mejores promedios, o las mejores futbolistas, para evitar que de ser la seleccionada originaria de la CDMX se privilegie el centralismo. Decidir si las niñas de escuelas particulares participarán y considerar si a la niña seleccionada la debe acompañar otro niño (igualdad de género que tanto se predica) o sus padres. Imaginemos a la pequeña afortunada en el lugar de honor de la jefa de Estado anfitrión que no acudió, rodeada de los tiburones de la FIFA, con las cámaras de las cadenas mundiales afocándola.
Entiendo que es una ingenuidad aspirar a la reconciliación política, o a la celebración de un pacto de civilidad entre los actores enfrentados, pero México merecería al menos la posibilidad de una conversación. Al final del diálogo, como lo planteó Hans-Georg Gadamer, los interlocutores que lo concluyen y se “separan han dejado de ser los mismos, están más cerca uno del otro, aun con todas las discrepancias que tal diálogo pudiera provocar”.
El papel del diálogo es escuchar, preguntar, dejar que las ideas fluyan sin prejuicios negativos y permiten ser más críticos de las ideas previas. Mejor eso que seguir con las mentadas de madre en la plaza pública o en los estadios de futbol.

