Las elecciones presidenciales 2024 en Estados Unidos pasarán a la historia por lo suigéneris del proceso -gane quien gane-, donde el viejo Biden -terco y tierno-, buscaba reelegirse a sus 81 años, con todos sus achaques y olvidos sobre su encorvada espalda; el pillo Trump (78), con un pie en la cárcel y otro afuera, busca retomar el poder y jurar entre rejas y traje a rayas; y, seguramente, la chamaca Harris (60) reza para que los astros se alineen y sea declarada candidata demócrata en agosto próximo.
Seguramente, ni los padres fundadores de la otrora gran nación imaginaron una situación así de compleja, que pone a prueba no sólo el sistema político casi perfecto que inventaron, “donde hasta un idiota podría gobernar” -diría uno de ellos-, sino la resiliencia de un país polarizado social y políticamente.
Empecemos con el viejo Biden, quien había sabido cumplir sus promesas de campaña, comenzando con el millón de vacunas aplicadas en la sociedad contra el COVID en los primeros 100 días de su gobierno en 2020, superando todo el desastre dejado por su antecesor Trump, quien nunca creyó en la pandemia, que mató a más de 1.2 millones de personas. Siguiendo con sus programas y proyectos millonarios de rehabilitación de infraestructura en todo el país, que empujó a la economía entera, amenazada por la recesión, también dejada así por Trump. Finalmente, el viejo Biden devolvió la fe y confianza en el sistema y detuvo la marcha de los grupos de ultraderecha, donde cientos de personas purgan condenas por el ataque al Capitolio.
Quizá sus debilidades se encuentren en su política exterior, donde el apoyo a Ucrania e Israel, en mi opinión, no sólo han sido equivocadas, sino contraproducentes, pues han generado un clima de inestabilidad regional y mundial, nada propicio para el crecimiento económico y comercial. También ha probado que el poder e influencia de Estados Unidos han disminuido, pues ni siquiera ha sido capaz de controlar a su otrora aliado incondicional como lo era Israel.
Desde luego, el viejo Biden tenía todo el derecho y el reconocimiento de sus logros para buscar la reelección, aunque su primer enemigo era su salud física y mental que ya no dan para más. Su figura y discurso ya no eran los de un ganador, como le gusta a la mayoría de los estadounidenses, quedando plenamente en evidencia desde el primer debate. Su edad le paso la cuenta y tuvo que pagarla. Se retiró de la contienda con cierto honor, pasando la antorcha a las nuevas generaciones.
En cuanto al pillo Trump, éste ha resistido el embate de la justicia, ya que, por un lado, fue declarado culpable de 34 cargos en el caso de la actriz porno Stormy Daniels, en Nueva York, donde espera sentencia, y, por otro, se ha librado -por ahora- de la acusación en Florida por el traslado indebido y posesión de documentos confidenciales que hurtó de la Casa Blanca, gracias a la decisión de una jueza que él mismo nombró. Aún le esperan los otros dos casos criminales: uno en Atlanta, Georgia y otro en Washington D.C.
No obstante -y aunque rechazo toda forma de violencia-, me queda la duda de si su reciente atentado es parte de todo un plan, digno de una mente macabra como la de él. Primero, no hay casualidades en política y el atentado enfrenta muchas, pues, se presentó justo un día antes de su proclamación como candidato por la convención republicana; segundo, no se entiende cómo la bala tocó solamente un pedazo de oreja, sin ninguna consecuencia mayor; tercero, en lugar de mantenerse en el suelo, sigue de pie y alza el brazo con el puño cerrado en señal de triunfo; cuarto, en su primera declaración luego del ataque, pide se le retiren todos los cargos de los otros casos pendientes; quinto, el supuesto francotirador es abatido, sin oportunidad de conocer los motivos. Un atentado muy oportuno.
No hace falta decir lo grave que sería para los estadounidenses el regreso de un pillo a la presidencia, donde se profundizaría la polarización social y política interna. Igualmente, Trump representa también una amenaza para el mundo entero, con su visión eminentemente de guerra y destrucción, que hará más difícil la convivencia internacional. Ya no se diga las repercusiones para México.
En cuanto a la posibilidad de que Kamala sea la candidata demócrata, creo que sería positivo para todos, comenzando por el partido y la sociedad, donde se pide a gritos una renovación total de liderazgos, y qué mejor que la candidatura de una mujer -acorde con los tiempos-, preparada, carismática y con experiencia, que estoy seguro derrotaría a Trump.
Se trataría de una candidatura de género que, de entrada, podría abrazar el apoyo de todas las mujeres que han sido vejadas por este sujeto, hasta formar todo un movimiento en su contra. Luego, se subrayaría el pasado criminal de Trump y el riesgo que representa para la sociedad y el mundo entero. Finalmente, su campaña, ya cimentada en el género y en el pasado turbio de Trump, destacaría el hecho de ser la primera mujer presidenta de los Estados Unidos, sin entrar en el tema de color, pues eso asusta especialmente a los votantes republicanos e indecisos.
Si bien Kamala no ha brillado mucho en estos últimos años como vicepresidenta, ello se debe, por un lado, a que Biden no se preocupó por formar a su sucesor o sucesora o bien, porque el papel de vice es el más cruel que le pudo tocar, pues existe, pero no existe; es, pero no es; y sólo importa cuando hay una tragedia o escándalo de por medio. Yo recuerdo a Kamala todavía en Washington D.C., durante la campaña del 2020, siendo popular entre los demócratas y la sociedad, pues, más allá de sus orígenes raciales, no es una política que polarice, como pudiera ser la propia Michell Obama o la misma Hillary allá en 2016. Sin duda, la mejor candidata para los tiempos que vive el país y el mundo.
A escasos días de su destape, Kamala ha mejorado los números de Biden, donde le ha sido endosado el apoyo del 75% de los demócratas; captado una millonada de financiamiento; y devuelto la esperanza y credibilidad a los grupos de color y, seguramente, lo hará pronto entre los latinos. Kamala es la propuesta nueva e innovadora, que pasaría a la historia como la primera presidenta de los Estados Unidos, para beneficio de todas y todos los estadounidenses que gustan de lo novedoso.
El reto de los demócratas es hacer de Kamala todo un movimiento social, más allá del partido. De esa forma, Trump y sus partidarios quedarían solos, en el departamento de antigüedades del “National Mall”.
Politólogo y exdiplomático