Si la utopía nos sirve para caminar hacia ella, como lo indica Eduardo Galeano, entonces la distopía debe servirnos para caminar en dirección contraria. En 1984, la novela distópica de George Orwell, el Ministerio de la Verdad era el encargado de controlar la realidad. "El Partido decía que negarías toda evidencia ante tus ojos y oídos. Esta era su final y más esencial orden". Cualquier evidencia que desmintiera o afectara al Partido era alterada o eliminada. Esto solo era posible gracias a quienes "cuackaban"—graznaban como patos lo que el Partido consideraba verdad- porque no caían en la tentación de pensar por sí mismos para cuestionar, lo que además se lograba con la complicidad de una sociedad adormilada.
Hace algunos meses, desde el Senado, se envió un mensaje contundente a la ciudadanía: "¿En qué México viven? Eso ya no pasa aquí". Sin embargo, los hallazgos en Teuchitlán han demostrado lo contrario, evidencia inequívoca e infalible puso en jaque este discurso. En el México real -uno distinto al que viven en el Senado, por lo visto- la violación a los derechos humanos sigue ocurriendo. Pero frente al dolor y el duelo, nuestro propio "Ministerio de la Verdad" ha optado por una estrategia más cruel que la indiferencia: la negación de la realidad para controlar la narrativa.
Siguiendo un patrón bien ensayado, algunos medios replicaron la versión oficial: "todo parece indicar que no hay tales hornos crematorios". Desde el Senado, se desestimó la evidencia con preguntas como "¿Quién dice que esos zapatos son de personas desaparecidas?". Y cuando negar la realidad no basta, para exonerar responsabilidades se desvía la atención culpando a la oposición: "es un golpeteo de la derecha", "la víctima de estos sucesos es el expresidente".
Orwell describió un Ministerio de la Verdad que incluso fabricaba imágenes y montajes para manipular la percepción pública. Hoy, circula un video en el que un grupo criminal culpa a los colectivos de manipular la información para generar furor. Más allá de su veracidad, y sin prejuzgarla, resalta la coincidencia del discurso con la versión oficial. Esto plantea una pregunta inquietante: si los colectivos han expuesto al crimen organizado y al Estado, ¿es porque ambos son ya una misma entidad?
Nuestro propio Ministerio de la Verdad también se ha encargado de desacreditar voces críticas en redes sociales, tachándolas de "bots" de la oposición. Con rapidez, identificaron cuentas digitales, no les fue difícil localizarlos, ojalá de esa suerte corrieran los desaparecidos, pero no muestran la misma eficacia. A ellos no les conviene encontrarlos, porque sus voces hablarían más fuerte que cualquier dato manipulado.
El mismo Ministerio Mexicano de la Verdad presume la reducción de homicidios y celebra cifras que benefician al discurso oficial. Ello se logra fácilmente cuando controlas los datos y niegas la desaparición de personas quienes no pueden desmentir el número, porque cuando las desapariciones no se cuentan, los números dejan de reflejar la realidad objetiva para darle paso a la realidad oficialista.
No es la primera vez que, ante la gravedad de las circunstancias, el gobierno y sus aliados manipulan la información. Nos piden que ignoremos la evidencia y repitamos: "eso ya no pasa aquí", "es la derecha", "las madres buscadoras son financiadas por la oposición", "sus hijos andaban en malos pasos". Nos exigen graznar en coro, sin cuestionar.
Pero se olvidaron de que hay traidoras del discurso y que hay voceras de quienes no sabemos dónde están. "El Estado no busca porque se encontraría a sí mismo", dice Cecilia Flores, una de las madres buscadoras más críticas. En respuesta y para sorpresa de nadie, el sistema orquestó campañas de desprestigio contra quienes exponen la violencia que se niegan a reconocer y combatir. Todo para no encontrar la verdad, no encontrarse a sí mismos como “cuackeros” porque aceptarla implicaría verse al espejo y reconocerse como mentes vacías e insensibles que, ante la atrocidad, decidieron ser cómplices.
Pero necesitamos traidores al discurso oficial, aquellos que se atreven a lo que pocos: a no graznar. Necesitamos quienes, ante la orden de decir que dos más dos es cinco, recuerden la inquebrantable verdad de que es cuatro. Quienes no guardan lealtad ante los que deben ser expuestos, quienes encuentran y denuncian la evidencia en lugar de ignorarla.
Orwell, a través de su personaje Winston el 1985, afirmaba que la esperanza para cambiar el sistema recaía en los oprimidos. En este 2025 en el contexto del México Orwelliano, donde la realidad ha superado la ficción distópica, vale la pena decirlo "Si hay esperanza alguna, está en las madres buscadoras".
Me uno al movimiento porque Orwell tenía que funcionar como advertencia y no como inspiración: Make Orwell fiction again.
Abogada especializada en Derechos Humanos por la UNAM y Maestra en políticas públicas por la Universidad de Oxford. @DeLucioMariana