La paz no se decreta, se construye. Pero para construirla hay que entender qué la derrumbó. En México, la violencia no nació del vacío, sino del colapso de las instituciones que debían contenerla. La impunidad dejó de ser una disfunción y se volvió parte del sistema. Por eso, la paz no llegará con operativos militares ni programas generales, llegará si somos capaces de reconstruir el Estado y restituir la confianza.

La paz no es un estado de calma, sino un proceso de justicia. Se edifica sobre tres cimientos inseparables: instituciones que funcionen, comunidades que confíen y una ética pública que devuelva dignidad a la vida.

1. La reconstrucción institucional. La paz empieza donde el Estado cumple la ley. No habrá paz mientras las policías sigan siendo al mismo tiempo una amenaza y un blanco de amenazas; los ministerios públicos extorsionen, los jueces teman o se vendan y los reclusorios sirvan para generar más violencia. Se necesitan policías preparados, bien pagados y supervisados; fiscales capaces de integrar carpetas sólidas; jueces profesionales y autónomos. Se requieren cárceles donde la readaptación sea real y al salir, la reinserción sea posible.

Los municipios deben recuperar capacidad fiscal y técnica. Es indispensable una reforma al impuesto predial que les permita contar con personal técnico capaz de administrar los recursos públicos y con liderazgo político para gobernar su territorio. Sin fortalecimiento municipal, cualquier plan federal es un simulacro.

Por ello, el país debe recuperar la rendición de cuentas. No puede haber paz si la corrupción es rentable y la mentira oficial sustituye a la verdad. Cada peso destinado a seguridad, justicia y programas sociales debe ser público y cada decisión medible.

La paz institucional exige un Estado capaz de hablar con la verdad, reconocer sus fracasos, investigar sus redes de protección y someterse al escrutinio ciudadano.

2. La reconstrucción comunitaria. La paz se construye desde abajo. No con discursos, sino con vínculos. Un plan comunitario debe proponerse modificar conductas violentas y propiciar la reconciliación. La prevención no es multiplicar ferias culturales o actos simbólicos; es usar la pedagogía y la acción social para realizar procesos restaurativos en escuelas, eventos deportivos o artísticos y espacios públicos. Es lograr que las personas aprendan a gestionar emociones, a resolver conflictos y a convivir sin violencia.

Se debe atender a niños y jóvenes en riesgo o reclutados por el crimen; proteger a las mujeres para que participen y vivan seguras; y ofrecer un programa serio de salud emocional y atención a adicciones en comunidades que han vivido violencia extrema. Romper los circuitos de violencia y convertirlos en circuitos de paz debe ser la prioridad. Cada joven reclutado es el retrato de un Estado ausente.

Y un punto medular es atender a las víctimas. Sin verdad no hay reparación; sin reparación, no hay reconciliación.

3. La reconstrucción moral. La paz también es una decisión colectiva. Un país que normaliza la corrupción y la indiferencia renuncia a la paz tanto como quien empuña un arma. Necesitamos recuperar el sentido del servicio público, gobernar no es poseer, sino cuidar.

El Estado debe decir la verdad, reconocer a las víctimas y aceptar que no habrá reconciliación sin memoria. No se trata de revivir el pasado, sino de evitar repetirlo. La paz moral empieza cuando la vida de los otros deja de parecernos ajena.

La paz no será producto de un plan, sino de una decisión nacional: reconstruir el Estado desde la verdad, la justicia y la dignidad. Se construye cuando una institución protege, cuando una comunidad confía, cuando cada ciudadano deja de tener miedo. Esa es la paz que México todavía puede merecer.

Presidenta de Causa en Común

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