En un tiempo donde a las mujeres se les permitía existir solo en los márgenes del espacio privado, Mary Shelley eligió ocupar el centro. Nacida en 1797 y fallecida en 1851, esta escritora británica no solo narró historias: revolucionó, imaginó, transformó. Es conocida mundialmente como la autora de Frankenstein, pero su legado trasciende lo literario para convertirse en un manifiesto feminista escrito con tinta indeleble y muy digno de recordar en la víspera del 25N y los 16 Días de Activismo.

Hija de Mary Wollstonecraft, pionera en la defensa de la igualdad sustantiva muchísimo antes de que el concepto existiera, Mary recibió una certeza como legado: la inferioridad de las mujeres no es natural, sino fabricada mediante la privación sistemática del conocimiento. Aunque su madre falleció apenas 11 días después de su nacimiento, le heredó un arsenal de ideas revolucionarias que Mary fue plasmando a lo largo de los años, sentada junto a la tumba de su madre. En ese cementerio londinense encontraba el único territorio seguro para leer y crear, porque la sociedad veía amenaza en cada mujer con pensamientos propios.

Su formación fue extraordinaria para su género y época: hablaba varios idiomas, se sumergía en textos científicos y filosóficos, exploraba anatomía y pensamiento político. Frankenstein no surgió por accidente ni inspiración súbita: fue la culminación de una mente cultivada durante años. Con apenas 18 años, mientras compartía estancia con poetas célebres en Suiza, concibió algo que ellos jamás lograron: un nuevo género literario. La ciencia ficción nació de su imaginación a través del monstruo ahora reinterpretado para la pantalla grande por Guillermo del Toro. En su novela, planteó interrogantes sobre los alcances del conocimiento humano y la responsabilidad ética, mientras entre líneas hacía una crítica feroz al dominio masculino sobre los procesos creativos y vitales.

Sin embargo, cuando su obra maestra vio la luz en 1818, su nombre no apareció en la portada. Las convenciones del siglo XIX dictaban que las mujeres podían escribir únicamente sobre romance o moralidad doméstica. Los territorios del pensamiento profundo, la especulación científica y las grandes cuestiones existenciales estaban reservados exclusivamente para plumas masculinas. Cualquier mujer que osara aventurarse en esos campos era tachada de transgresora y moralmente cuestionable.

Mary experimentó el precio de la audacia. Apenas una adolescente, escapó junto a Percy Shelley, poeta casado que había dejado atrás una familia. La sociedad la señaló con dedo acusador, la expulsó de los círculos “respetables” y la marcó como persona non grata por “conducta escandalosa”. Percy, en contraste, recibía elogios por su temperamento artístico y su rechazo a las ataduras convencionales. Atravesaron tragedias devastadoras: la muerte de varios bebés, precariedad financiera, soledad emocional. De todos sus hijos, solo uno llegó a la adultez. Percy la estimulaba intelectualmente, pero simultáneamente la mantenía atrapada en dinámicas de dependencia y traición recurrente.

Aun así, Mary no se desmoronó. Tras enviudar en 1822, se transformó en agente de su propio destino dentro de un sistema diseñado para impedirlo. Gestionó el archivo literario de Percy, estableció contratos editoriales, generó sus propios ingresos. Se convirtió en una rareza histórica: una escritora profesional en una era donde las mujeres debían subsistir económicamente gracias a figuras masculinas. Siguió produciendo textos que anticipaban catástrofes globales y examinaban la melancolía del aislamiento humano con profundidad psicológica asombrosa.

Mary Shelley representa la apertura de un camino hacia la autoafirmación femenina a través de las palabras en un contexto histórico que conspiraba activamente contra ello. Probó que las mujeres poseen la capacidad de construir universos enteros, de formular preguntas que desestabilizan verdades establecidas. Su existencia fue una batalla permanente contra estructuras que intentaban reducirla a roles subordinados. ¿Te suena? Claro, porque todavía pasa y es por eso que vale la pena revisitar su legado a la luz de este Día Naranja y el activismo al cual estamos convocadas permanentemente, hasta que cada una pueda, realmente, ser lo que quiera ser plenamente y no a pedacitos ganados o perdidos, como Frankensteins de la agenda de género.

@MaElenaEsparza

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