Monterrey siempre se ha considerado como una ciudad de industria, carácter y progreso. Pero en los últimos años, sin darse cuenta, esa misma narrativa empezó a convertirse en una advertencia: lo que antes—y aún hoy— es motivo de orgullo por su productividad y la llegada constante de nuevas inversiones, hoy está dejando un rastro silencioso de contaminación que ya no distingue entre colonias ni códigos postales.

La publicación reciente de The Guardian y Quinto Elemento Lab da evidencia nueva y actualizada que es preocupante: cada año se liberan en la zona metropolitana alrededor de 1,978 kilos de plomo, 136 kilos de cadmio y 30 kilos de arsénico, además de grandes cantidades de partículas finas (PM2.5). Siderúrgicas, recicladoras de baterías, cementeras, vidrieras y la refinería de Cadereyta son algunas de las principales fuentes.

Estos datos ya habían sido señalados parcialmente por Quinto Elemento Lab y retomados por medios nacionales. Hoy, con la actualización, queda claro que más empresas están involucradas y que la magnitud del problema es mayor. La mala noticia es que, si no actuamos en consecuencia, el problema seguirá empeorando. Por eso es necesario entender lo que esto significa para la salud de la población —y especialmente para los niños de la Zona Metropolitana de Monterrey.

La contaminación no se queda “allá”

En general puede estar la idea de que la contaminación afecta sobre todo a las zonas industriales o a los municipios “del otro lado”. Pero los contaminantes atmosféricos no obedecen límites municipales ni barreras invisibles. Se mueven con el aire: fluyen, se dispersan y alcanzan zonas aparentemente alejadas. Incluso llegan a áreas residenciales como San Pedro Garza García, donde viven directivos, inversionistas o socios de algunas de las mismas empresas que generan parte de esas emisiones.

Y aunque recientemente se anunció la instalación de nuevos sensores para medir PM2.5 en el municipio —una medida positiva y necesaria— es importante señalar que estos equipos solo miden partículas finas. No detectan plomo, cadmio o arsénico. Por lo tanto, no basta con medir PM: es indispensable complementar con biomonitoreo más amplio, como pruebas de metales pesados en sangre u orina, así como análisis de polvo, suelo y agua en casas y escuelas. Solo así se puede conocer con precisión el grado real de exposición y el riesgo para la salud.

Los niños y las embarazadas: los primeros en pagar el precio

En mis trabajos anteriores he insistido en algo esencial: los niños no son adultos pequeños. Su cerebro está en formación, su sistema nervioso es más vulnerable, su metabolismo todavía no sabe defenderse del todo.

Y lo mismo ocurre con las mujeres embarazadas: el plomo atraviesa la placenta con facilidad, altera el desarrollo del feto y aumenta riesgos como parto prematuro, bajo peso y alteraciones en el neurodesarrollo. Adicionalmente, también puede afectar la salud materna y aumentar el riesgo de desarrollar hipertensión y preeclampsia.

El plomo es particularmente traicionero: no se ve, no huele, no sabe. Y sin embargo es capaz de dejar huellas que duran toda la vida. Afecta la memoria, la atención, el rendimiento escolar y hasta la conducta. La OMS lo ha dicho durante décadas: no existe un nivel seguro de plomo en sangre.

Y las partículas PM2.5 no se quedan atrás: aumentan el riesgo de infartos, eventos cerebrovasculares, enfermedades renales y respiratorias. En la zona metropolitana, la contaminación contribuye a miles de muertes prematuras cada año. Ese es el costo real de no actuar.

Monterrey: víctima de su propio éxito

El nearshoring ha traído inversiones, empleos y crecimiento. Pero también ha intensificado procesos industriales altamente contaminantes: reciclaje de baterías, fundición, producción de cemento y acero, y la importación de residuos peligrosos.

Desafortunadamente, cuando una región se convierte en el “taller industrial” de un país sin regulaciones estrictas, termina produciendo riqueza económica y, al mismo tiempo, pobreza en salud pública.

La historia reciente de Monterrey confirma esto. Las emisiones aumentan, los datos oficiales son inconsistentes, el Registro de Emisiones y Transferencia de Contaminantes (RETC) tiene lagunas, y las protestas ciudadanas crecen. Mientras tanto, la población respira aire de mala calidad todos los días.

Me parece que la comunicación es vital y necesaria, aunque a muchas empresas y autoridades no les guste reconocerlo. Negar los datos o minimizar el problema solo retrasa las soluciones y aumenta el riesgo para la población. La evidencia existe, los riesgos son reales y las recomendaciones técnicas están bien establecidas. Lo que falta es voluntad para aplicarlas.

Lo que sí podemos hacer — y debemos hacer ya

Hay soluciones claras, probadas y respaldadas por organismos como la OMS, la EPA y UNICEF. No tenemos que inventar nada.

1. Comunicación efectiva

  • Reconocer públicamente el problema de contaminación actual. 
  • Dar recomendaciones claras para disminuir la exposición mientras se implementan las medidas de fondo. 

2. Biomonitoreo infantil y de poblaciones vulnerables

  • Medición de plomo y otros metales pesados en sangre. 
  • Programas en escuelas, guarderías y centros de salud. 
  • Identificación de “puntos calientes” de exposición. 

3. Evaluación de escuelas y hogares

  • Análisis de polvo doméstico, agua, aire y suelo. 
  • Detección temprana de riesgos ocultos. 
  • Intervenciones simples como filtros de aire y limpieza húmeda. 

4. Regulación y transparencia

  • Reportes completos y verificables por parte de las empresas. 
  • Publicación accesible de datos ambientales. 
  • Sanciones claras al rebasar límites establecidos. 

5. Estrategia metropolitana coordinada

La contaminación no es municipal: es metropolitana. Las soluciones también deben serlo.

San Pedro puede ser el liderazgo que Monterrey necesita

San Pedro Garza García tiene algo que otros municipios no: recursos, atención mediática y ciudadanía organizada. En lugar de asumir que la contaminación es un problema de otras zonas, puede convertirse en el municipio que impulse un cambio real mediante:

  • evaluaciones independientes en escuelas de todos los niveles 
  • apoyo al biomonitoreo infantil 
  • presión a empresas y autoridades 
  • incentivos para reducir emisiones 
  • un modelo de protección a infancias que pueda replicarse en toda la zona metropolitana 

La crisis ambiental de Monterrey no es solo un tema técnico. Es un tema humano. Es un tema de futuro. Y también es un llamado a las empresas involucradas, muchas de ellas cotizadas en bolsa, que deben rendir cuentas no solo a sus inversionistas, sino a la población y a sus clientes.

Postdoctor en Salud Ambiental por la Universidad de Harvard

Consultor en Epidemiología Ambiental y Salud Pública, .

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