La certificación era un proceso mediante el cual Estados Unidos evaluaba y calificaba a países en su cooperación contra el narcotráfico. Estaba basada en la Ley de Autorización de Relaciones Exteriores de 1986 y en la Ley de Asistencia Exterior de 1961.
El proceso consistía en que cada año el presidente presentaba al Congreso una lista de países considerados como mayores productores o de ruta de tránsito de estupefacientes y se les evaluaba para determinar si estaban colaborando con los esfuerzos antidrogas. Había tres tipos de certificación: a) Certificado si el país cooperaba activamente, b) No certificado si el país no hacía lo suficiente y c) Excepción por Interés Nacional si Estados Unidos mantenía la ayuda por un interés estratégico.
Las consecuencias para los países que fallaban eran ponerles freno a préstamos del FMI o del BM, retener cualquier tipo de ayuda económica, sanciones comerciales y diplomáticas. En los años 90, México tuvo riesgo de ser descertificado, pero generalmente la recibía “por interés nacional” debido a la importancia de la relación bilateral.
En 2002 George W. Bush presentó una iniciativa a la Cámara de Representantes y con el voto del republicano de Florida, Lincoln Diaz-Balart –agradecido por el giro del gobierno de Vicente Fox a su política exterior con respecto a Cuba, hay que recordar el episodio del “comes y te vas”— se aprobó la eliminación definitiva del proceso unilateral de Washington.
Hoy el contexto en la ríspida relación entre Trump y Sheinbaum gira alrededor del narcotráfico y su “alianza intolerable” con el gobierno mexicano.
La amenaza de los aranceles es la herramienta de negociación agresiva y de presión política y económica que por un lado impulsa el proteccionismo de la Casa Blanca en un mundo geopolíticamente volátil donde los intereses están cambiando el balance global, y por el otro poner orden en el desorden mexicano que constituye un riesgo y una amenaza latente para la seguridad nacional estadounidense.
Trump con su modelo de “certificación” desestabiliza el gobierno de Sheinbaum.
Exhibió que le ayudó con el problema de los aranceles –claramente violatorios del T-MEC–, que es una “mujer maravillosa”, que está “trabajando duro” contra la inmigración y el tráfico de fentanilo, pero destacó que México hará más, guardándose esa carta para no perder momentum hasta el 2 de abril. La señal es y ha sido bastante contundente.
El magnate hace guiños a la presidenta y el secretario de Estado califica a su administración como un narcogobierno.
El doble juego de la Casa Blanca es un movimiento táctico de negociación diseñado para obligar a Sheinbaum a colaborar en la lista de los narco-políticos que están en la mira de Washington.
No son suficientes los decomisos de los (inexistentes) laboratorios, las toneladas de droga decomisadas, la detención de miles de objetivos prioritarios gracias a la cooperación en inteligencia bilateral y la “entrega” de 29 delincuentes.
La pinza trumpista se va cerrando mientras los mercados no reaccionan favorablemente y se fastidian con la dinámica estadounidense.
La certeza de una incertidumbre mensual no funciona; inestabilidad para las empresas, volatilidad en los mercados financieros, impacto en el comercio y la inflación, desincentivo a la inversión extranjera.
La Presidenta está llegando a un punto de inflexión.
No medir que Donald Trump irá por los objetivos de una u otra manera es no entender la lección en un momento clave para México.
@GomezZalce