La decisión del presidente Trump de que el fentanilo sea designado como arma de destrucción masiva (WMD) tiene para México significados en varias esferas, principalmente la política y estratégica. Sin embargo, las implicaciones profundas trastocan también lo militar y diplomático, ya que la medida amplía sustancialmente el margen de maniobra y con ello la autoridad hemisférica estadounidense.
La Orden Ejecutiva del magnate no incluye ninguna acción, sino que turna el tema a las áreas encargadas de velar por la seguridad nacional.
Para el gobierno de Sheinbaum esta designación no cambia automáticamente la ley, pero sí endurece el entorno de tensión en la relación bilateral. Se asocia al gobierno de México no sólo con su alianza intolerable con las organizaciones criminales sino con amenazas masivas a poblaciones civiles y daña aún más la imagen del país en foros multilaterales. El mensaje es también para el ecosistema político en el que México se mueve. El fentanilo redefine el tablero del “hard power” externo con posibles sanciones, presiones diplomáticas y condicionamientos implícitos.
En el discurso de la seguridad estadounidense las armas de destrucción masiva han sido usadas históricamente para legitimar acciones preventivas o extraterritoriales. Implicando el riesgo de argumentos a favor de operaciones encubiertas, mayor vigilancia financiera y tecnológica y discursos sobre la “responsabilidad del Estado” más agresivos. En (geo)política no hay coincidencias.
El mensaje hace unos días de la congresista republicana Salazar en el marco de la audiencia del subcomité de Asuntos Exteriores de la Cámara para el Hemisferio Occidental, no deja lugar a dudas sobre la construcción de la narrativa en torno a países que toleren las dictaduras venezolana y cubana.
El señalamiento expreso hacia la presidenta Sheinbaum sobre la postura de su gobierno marca el tono de la inevitable escalada diplomática militar. La simulada neutralidad de México es leída como una ambigüedad y el llamado a un diálogo es interpretado como tolerancia hacia esos regímenes dictatoriales.
El escándalo del “regalo” mexicano de petróleo a Cuba y las acciones navales estadounidenses en el Caribe contra buques que lo transportan y que financian presuntamente a organizaciones terroristas, son muestras de la activación del “hard power” que ya incluye la modalidad del fentanilo como arma de destrucción masiva.
El mecanismo es indirecto, pero altamente efectivo; el fentanilo y su financiamiento se vincula al crimen transnacional, el costo de la “autonomía” del gobierno mexicano aumenta al mantener relaciones con Cuba y Venezuela y la narrativa desplaza la diplomacia.
El discurso de la congresista Salazar enmarca esa hoja de ruta.
El fentanilo se securitiza y la relación de Sheinbaum con los gobiernos de Maduro y Díaz Canel se interpreta no en clave regional sino estratégica. El tema del narcotráfico y terrorismo se mezcla con alineamientos políticos.
Y en el contexto actual de tensiones en la región aderezadas con estrategias geopolíticas y un nuevo marco publicado en el NSS 2025 de Trump para la seguridad hemisférica, cuando el “hard power” entra, no necesita prohibir el “soft power”.
Basta con volverlo demasiado costoso para ejercer.
Y ese es el punto de inflexión para Claudia Sheinbaum y el corifeo transformador.
¡Felices Fiestas!
@GomezZalce

