Giovanna tiene una voz suave y determinante, una mirada profunda y una congruencia a prueba de cualquier embate. La conocí apoyando a familias en situación de extrema vulnerabilidad y dando la cara por ofrecerles una oportunidad de vida. Su propia historia de dolor no la detiene. Supe después que ella misma atravesaba por un momento difícil esa noche que la vi completamente desenvuelta y conteniendo un nudo en la garganta para ser vocera de paz. Nunca me hubiera imaginado por lo que ella había atravesado directamente. Tenía diez años cuando su madre decidió venderla. No fue solo trata: fue el despojo absoluto de la infancia, el maltrato en la casa que debía protegerla, el abuso sexual de la expareja de su madre y la presencia constante de José, el tratante prófugo. A esa edad en que los niños deberían jugar y estudiar, Giovanna sobrevivía a una red criminal levantada por quienes debieron amarla.

Consiguió escapar a los dieciocho. Intentó reconstruir su vida, pero en 2021 el pasado la persiguió otra vez en forma de llamadas telefónicas. Era su madre. “Me decía que si no le daba una cantidad de dinero le iba a decir a mi esposo que yo era una puta y que me prostituía”. Giovanna no dudó: denunció. Desde hace dos años, su madre enfrenta prisión preventiva en espera de sentencia.

El caso se encuentra en juicio, y el proceso ha sido tan violento como la historia que lo originó. Giovanna me contó: “En la última audiencia entré en pánico porque el juez me negó pruebas”. Uno de los testigos de su madre, un expareja que conoció a José, negó la existencia del tratante. “Mis abogados le dijeron al juez que se preparan pruebas de refutación porque tenemos pruebas claras y evidentes de cómo el testigo sí conoce a la persona con la que mi mamá conocía este crimen. Pero el juez nos rechazó las pruebas”.

Conversé con Giovanna y con sus abogados del despacho Rovirosa–Ordóñez–Carmona, quienes insisten en que lo ocurrido en el juzgado constituye una doble revictimización. La pregunta es inevitable: ¿de qué lado está la justicia cuando una sobreviviente es silenciada otra vez?

Esta semana entró en funciones una nueva Suprema Corte de Justicia con la promesa de erradicar la impunidad y cambiar el paradigma judicial. Pero el rostro de Giovanna recuerda que no bastan los símbolos. Lo que está en juego no es la solemnidad de un bastón de mando, sino la vida de una mujer que carga con la violencia desde niña.

Mientras tanto, un juez fue capaz de decirle a la madre de Giovanna: “ni a su propio enemigo quisiera tener en la cárcel”, invitándola a confiar. Esa frase es la radiografía de un sistema: jueces que se compadecen de la victimaria y revictimizan a la hija.

Giovanna pidió un cambio de juez. Todo indica que fue escuchada. Sin embargo, la próxima audiencia podría significar que su madre, artífice de la trata, recupere la libertad. Esa madre que, con amigos y cómplices, convirtió el hogar en un mercado de violencia.

En medio de este laberinto, Giovanna se sostiene en su congruencia. No pide privilegios, pide lo mínimo: “Primero que me pongan un juez imparcial, que acepte mis pruebas para esclarecer el crimen que padecí. Segundo, tener una sentencia transparente y que se ajuste a lo que dicen las leyes mexicanas. No hay una compensación directa para remediar lo que me pasó en la infancia, pero por lo menos de las instituciones eso es lo que pediría”.

México es uno de los países con más altos índices de abuso sexual infantil y trata de personas. Cada caso debería indignar a la sociedad entera, pero el de Giovanna debería ser también un parteaguas para el nuevo tiempo judicial que se anuncia. La próxima audiencia revisará las medidas cautelares de su madre. El equipo legal de Giovanna advierte que estas medidas deben ser proporcionales a la gravedad del delito y a las circunstancias del proceso, y confía en que la prisión preventiva justificada se mantenga.

El testimonio de Giovanna no busca lástima. Su voz encarna valentía, congruencia y resiliencia. En ella se concentra la dignidad que las instituciones le deben a las niñas que han sobrevivido al horror.

Si el país quiere inaugurar una nueva época judicial, lo mínimo es que Giovanna —y tantas como ella— accedan a justicia sin revictimización. Lo mínimo es que se le devuelva no lo perdido, porque eso nadie puede devolverlo, sino lo prometido: un juicio imparcial, una sentencia justa y la certeza de que su resiliencia no quedará a la deriva en los pasillos de los tribunales.

@MaiteAzuela

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