Nada desconcierta y desorienta más a los seres humanos como los hechos inesperados, imprevistos y que de súbito cambian las condiciones de su vida. Sucede así con los desastres naturales como terremotos, erupciones, huracanes y ciclones, epidemias, incendios y otros fenómenos naturales, que de un momento a otro pueden devastar infraestructuras, fracturar gobiernos y acabar con la vida y/o el futuro de millones de personas.
Hace unos días en forma totalmente inesperada se suspendió el suministro de energía eléctrica en España, Portugal y parte de Francia. No hay memoria de un evento similar. A la fecha no ha sido posible identificar las causas. ¿Una falla intrínseca de los sistemas? ¿Un error humano? ¿Un fenómeno natural no identificado? ¿Un ataque deliberado?
Durante 12 horas la vida y actividades de millones de personas quedaron semiparalizadas. Nadie sabía la causa ni cuándo se reestablecería el sistema. Las comunicaciones en su totalidad se vieron afectadas. Los sistemas de seguridad se desconectaron. Los bienes perecederos entraron en proceso de descomposición. Cada uno resolvió lo mejor que pudo su situación en función de su circunstancia. Para todos los que vivieron la experiencia, fue violenta, difícil, estresante y, en algunos casos, traumática.
¿Estamos los seres humanos preparados para enfrentar este tipo de situaciones? Afortunadamente a las 12 horas el suministro se reestableció y la situación volvió poco a poco a la normalidad. ¿Qué hubiera sucedido si esta situación se prolonga por 72 horas? Seguramente el caos generalizado con consecuencias sociales, económicas y políticas impredecibles. ¿Quién es el culpable y quién el responsable de resolver el problema y atender sus secuelas?
Cuando se trata de fenómenos naturales difícilmente se puede culpar de su origen a los gobiernos o a quienes le dan seguimiento, salvo por los planes preventivos y de reacción. Cuando se trata de sistemas creados por el hombre la ecuación es distinta. Todos los sistemas de generación y distribución de energía eléctrica han sido creados por el hombre. La automatización de los procesos productivos, de los sistemas de información, de los sistemas de seguridad, de producción y distribución de alimentos y medicinas dependen para su funcionamiento del suministro de energía, lo mismo que escuelas y hospitales.
Los sistemas de generación y distribución de energía son obras colectivas en cuya construcción y administración participan múltiples actores públicos, privados y sociales. Su eficacia es una responsabilidad compartida y sus beneficios de amplio alcance. Se le considera infraestructura critica debido a que, sin energía eléctrica, hoy en día ningún sistema funciona.
Quien atenta hoy en día en contra de infraestructura y fuentes de suministro de energía está incurriendo en un crimen contra la humanidad. Es el caso de la Rusia de Putin en Ucrania o del Israel de Netanyahu, en Gaza, cuya precaria infraestructura ha sido prácticamente destruida y que llevara varas décadas reconstruir a una población destinada a vivir por muchos años en la precariedad. Pero también quien interviene sistemas funcionales de generación y distribución y los hace más ineficientes incurre en una grave responsabilidad, como ha sucedido en México en los últimos años en donde se registra un claro retroceso en la generación de energías limpias. Quienes se empecinan en desequilibrar lo mercados para sacar la mayor tajada, como lo hace actualmente le mandatario estadounidense, también incurren en grave responsabilidad.
¿Quién define entonces la agenda de riesgos de amenazas en contra de la humanidad? ¿Quién la promueve y quien asegura su cumplimento? ¿Las víctimas del apagón europeo? ¿Los habitantes de Ucrania y de Gaza?
El apagón europeo nos deja varias lecciones. Primero, la falibilidad de sistemas que pensábamos suficientemente robustos y consolidados. Segundo, la pluralidad de circunstancias y actores que pueden definir el estado y futuro de estos sistemas. Tercero, la ausencia de repuestas como ciudadanos para reaccionar frente a estos escenarios. Una excelente oportunidad para reflexionar sobre nuestras propias agendas de riesgo sin esperar a que el destino nos alcance.