En un contexto en que ni rusos ni ucranianos pueden ganar, en el corto plazo, el regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha sido visto como factor para terminar la guerra. Tanto por el escepticismo que genera su débil compromiso para con Ucrania, como su supuesta cercanía con Vladimir Putin y sus presumidas dotes de negociador.
Sin embargo, se antoja poco probable que pueda configurarse un resultado que satisfaga a las partes. Quizá se acabe llegando a una pausa involuntaria por agotamiento antes que a una paz consensuada. La razón es clara: cualquier acuerdo previsible es inaceptable para una y otra. Rusia no estará nunca dispuesta a conceder territorio alguno, ni en la región de Dombás y menos en la península de Crimea. Podría pensarse que Ucrania aceptase ceder territorios a cambio de ser admitida como parte de la OTAN, pero esto sería inaceptable para Putin que tendría lo que buscaba evitar: una democracia liberal en la frontera y con halo protector. Otra solución extrema sería que se deje de apoyar a Volodimir Zelensky de tal suerte que Kiev regrese a la órbita de Moscú, pero esta opción sería altamente costosa e inaceptable para Occidente.
Merece la pena reflexionar sobre las razones que llevaron al inicio del conflicto. A diferencia de lo que muchos piensan, la invasión rusa no fue resultado de una posición de superioridad, ni de una supuesta debilidad de la democracia liberal que Rusia hubiese aprovechado. Por el contrario, una explicación más atractiva es que Vladimir Putin temía, teme, la expansión del virus de la democracia liberal en su propio territorio y piensa que necesita un colchón inoculador entre la Europa democrática y los Urales. Esta columna lo argumentó así en 2022:
“En el caso de Putin, su preocupación estriba en la evaluación estratégica de que, si la occidentalización (el establecimiento de una democracia liberal con una economía descentralizada) de los países de Europa Central alcanza a Ucrania, inevitablemente llegará también a Rusia. Es decir, la justificación de seguridad nacional para la invasión revela, en realidad, la relativa debilidad interna con respecto al menospreciado modelo occidental. Refleja una estrategia defensiva imprescindible no tanto desde una posición de fuerza que permitiere vislumbrar su éxito, sino desde una de debilidad estructural que busca evitar que Ucrania se europeizare y después lo hiciere el resto de la región. El hecho de que equipare su ‘triunfo’ en Ucrania a la derrota del sistema occidental, revela este afán defensivo. Lo mismo puede decirse de la ofensiva de destrucción y desacreditación de instituciones democráticas, con bastante éxito coyuntural, por cierto.”
La guerra en Ucrania debe ser vista en el contexto del colapso de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). El presidente de Rusia considera este colapso una tragedia. Y no está solo, sino que refleja una extendida opinión en su propio país. Evidentemente el colapso de la URSS fue traumático y 34 años no han sido suficientes para cicatrizar las profundas heridas ni de 70 años de comunismo, ni de su abrupto abandono.
De acuerdo con la doctrina marxista, el Imperio Ruso no era candidato para que allí floreciera la dictadura del proletariado. Esta debía darse en una sociedad industrializada en la que se agudizaran las contradicciones de clase, no en una sociedad rural, extendida, atrasada como la rusa a inicios del siglo XX. Para superar esta “deficiencia” Lenin y los bolcheviques argumentaron que bastaba una vanguardia ilustrada para guiar al pueblo hacia el socialismo y la sociedad perfecta, sin desigualdades.
El comunismo se impuso en Rusia a sangre y fuego con el encarcelamiento y asesinato de millones de ciudadanos, pero también perduró gracias a la conquista cultural que apelaba a valores históricos rusos y a la sustitución de una religión por otra. Puede parecer ingenuo, pero había, hay todavía, en Rusia una adoración por Lenin, Stalin y otros líderes comunistas a pesar de las matanzas, encarcelamientos, Gulags, hambrunas. La mayoría de los comunistas soviéticos lo eran por convicción, a pesar de todo. Estaban convencidos de ser parte de la Historia; el colapso de 1991 les arrancó esa convicción, por ello Putin lo califica como una tragedia.
La gran escritora nacida en Ucrania, Svetlana Aleksiévich, premio Nobel de Literatura 2015, dedicó su vida a recoger testimonios en toda la URSS sobre experiencias personales en la Segunda Guerra Mundial, en Afganistán, Chernóbil y, en “El fin del Homo sovieticus” , en la Rusia postcomunista.
Este libro presenta testimonios ciudadanos de una sociedad desgarrada por el colapso del comunismo, de una forma de vida habitual, por la llegada de la libertad y la desigualdad y la transparencia de la corrupción. La decepción producto de la nostalgia y la decepción resultado del lento y desigual progreso.
El comunismo supo aprovechar las condiciones históricas de la sociedad rusa para moldearla a su conveniencia y arraigarse culturalmente. La propaganda y el sistema educativo lograron la impresión de valores que siguen presentes y que fueron inmunes a las repetidas tragedias sufridas. El orgullo de saberse soviéticos por encima del sufrimiento personal y familiar.
La guerra en Ucrania es continuación del desgarramiento que empezó con la perestroika y el glasnost. Resolverla tomará más del minuto que promete Trump, aunque terminará teniendo el efecto contrario al deseado al acelerar el cambio cultural en el territorio invadido y, quizá con un rezago, en el del invasor.
Algunas citas del “Fin del Homo sovieticus” ilustran el desgarramiento y las contradicciones provocadas:
“En setenta y pocos años, el laboratorio del marxismo-leninismo creó un singular tipo de hombre: el Homo sovieticus… Tengo la impresión de conocer bien a ese tipo de hombre. Hemos pasado muchos años viviendo juntos, codo a codo. Ese hombre soy yo. Ese hombre son mis conocidos, mis amigos, mis padres… tenemos un léxico propio, nuestra concepción del bien y del mal, de los héroes y los mártires.”
“Personas incapaces de sustraerse a la historia con mayúsculas… Personas incapaces de abrazar el individualismo de hoy… algo que nunca ha conocido Rusia, como tampoco es algo que aparezca en la literatura rusa.”
“Nunca fuimos conscientes de la esclavitud en que vivíamos”.
“Mi padre solía recordar que su fe en el comunismo surgió a raíz del vuelo de Yuri Gagarin… Y en esa fe nos educaron él y mamá. Yo fui octubrista”.
“Después de la perestroika, todos ansiábamos la desclasificación de los archivos… conocimos la historia que nos había sido hurtada…”:
“Hay que colgar (y digo colgar para que el pueblo lo vea) a no menos del mil kulaks inveterados, a los ricos” [Lenin, 1918]
A la acusación, en 1919, de que Moscú está muriendo de hambre, Trotski respondió: “Eso no es pasar hambre. Cuando Tito sitió Jerusalén, las madres judías se comían a sus propios hijos. Cuando yo consiga que las madres de Moscú comiencen a devorar a sus hijos usted podrá venir a decirme: ‘Aquí pasamos hambre’.”
“La libertad resultó ser la rehabilitación de los sueños pequeñoburgueses que solíamos despreciar en Rusia.”
“Para los padres la libertad es la ausencia de miedo… Para los hijos, en cambio, la libertad es el amor, y la libertad interior es un valor absoluto.”
“El culto a Stalin ha vuelto… Ideas pasadas vuelven con fuerza a la palestra pública: la del gran Imperio ruso, la de la ‘mano de hierro’.”
“Nuestros cuentos tratan de golpes de suerte… De personas que esperan que se produzca un milagro y les llene el estómago sin el menor esfuerzo… nos gusta ser espectadores.”
“¡Era la apoteosis del humor! ‘Comunista es el que ha leído a Marx; anticomunista es aquel que lo ha comprendido’.”
“Odio a Gorbachov, porque me robó la patria.”
“Lo que quiero es que regresemos a la URSS.”
“En la Unión Soviética las cosas eran grises, ascéticas, parecían instrumental militar. De repente, las bibliotecas y los teatros se vaciaron. Habían sido sustituidos por mercadillos y los centros comerciales.”
“Juzgar a Stalin implicaba juzgar también a nuestra familia, a nuestros conocidos.”
“¡Vivieron años enteros con el miedo a ser detenidos en cualquier momento!”
“A mi papá lo denunció el vecino… por una tontería”.
“¿Has conocido a una persona que se comportara con honestidad en tiempo de Stalin?”
“Escoger entre una historia grandiosa o una vida banal… Llevamos el comunismo y la condición imperial inscritos en la médula.”
“La gente empezó a sentir miedo y por eso comenzó a llenar las iglesias. Yo no necesité de las iglesias mientras tuve fe en el comunismo.”
“¡El partido y el pueblo son uno!”
“En la calle me cruzo con jóvenes que llevan camisetas con la hoz y el martillo, o con el rostro de Lenin. ¿Sabrán esos jóvenes qué es el comunismo?”
De todo esto tratan la guerra en Ucrania y la lucha por la democracia liberal, aquí también.
*Cita bibliográfica: Aleksiévich, Svetlana, “El fin del Homo sovieticus, 2013, traducción del ruso de Jorge Ferrer, Barcelona 2015, Acantilado.
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