Estamos en la víspera del inicio de la 51ª Reunión del G7. Tendrá como escenario la localidad de Kananaskis, en Alberta, Canadá. El encuentro, cuyos trabajos ocuparán los días 15 al 17 próximos; se desarrollará en el bellísimo entorno físico de aquella provincia canadiense, que contrastará con la horrible coyuntura internacional cargada de incertidumbres y ominosos riesgos.
El G7 es un agrupamiento informal, fundado en 1975, como espacio de diálogo para sintonizar la visión de los líderes de las entonces economías más poderosas del planeta: Estados Unidos, Canadá, Francia, Alemania, Italia, Reino Unido y Japón.
Con el tiempo, el selecto club involucró a nuevos participantes. A la Unión Europea con asiento permanente y a otros con la categoría de invitados: Australia, Brasil, India, México, Arabia Saudita, Corea del Sur, Sudáfrica, recientemente se convocó a Ucrania.
El mecanismo no forma parte del sistema de organismos e instituciones multilaterales sustentados en tratados o instrumentos jurídicos pactados entre Estados soberanos, como son la ONU, la OEA. Sin embargo, dado el peso geopolítico y económico de sus socios, tanto la selección de los temas que abordan, como la perspectiva que se dibuja en las opiniones de los participantes, lo acreditan como un foro con efectos directos en la política y economía global.
Además del valor intrínseco de participar en ese diálogo de alto nivel, genera oportunidades para conversaciones bilaterales entre jefes de Estado y de gobierno. Esto, sin titubear, impelería a cualquier presidenta, presidente, primera ministra o premier, apersonarse en dicho encuentro; claro está, siempre que su realismo político no esté atrofiado por complejos ideológicos, ignorancia culpable o inseguridad psicológica.
La edición 2025 de esta cumbre está enmarcada por un contexto internacional turbio y litigioso por la recomposición de los equilibrios geopolíticos.
El G7 surgió en el marco del sistema bipolar de posguerra, sin duda, los 7 países que lo crearon ganaron la guerra fría y afirmaron su liderazgo moral – libertad y democracia- durante la fase unipolar que siguió al derrumbe del Muro de Berlín y la desaparición de la URSS.
Hoy, las luces de aquella victoria libertaria se han apagado. Los abusos y excesos del neoliberalismo deslegitimaron su discurso. Las democracias no soportaron el peso de las desigualdades socioeconómicas; muchas ya sucumbieron, otras, están sitiadas por las nuevas propuestas autocráticas nacional-populistas.
El consenso doctrinal-valorativo básico que era el hilo conductor en las deliberaciones del G7 y sus invitados está roto. Incluso, los intereses económicos llevan a sus participantes a convertir en enemigos a quienes hace muy poco eran sus aliados.
La renuncia, o imposibilidad, de EU a continuar en la posición que desempeñó en los últimos decenios en el sistema político internacional, unido a la debilidad europea y a la consolidación de China como potencia, en lo económico, con primacía tecnológica y ascendiente geopolítico universal, son realidades que otorgan a la reunión de Kananaskis una significación fuera de lo rutinario.
No alcanzará el rango de los históricos episodios de Westfalia, el Congreso de Viena, o de las conferencias Yalta o Potsdam, pero bien podría ser una ocasión para comenzar a imaginar los primeros trazos de un nuevo sistema político internacional, menos caótico y más justo.
Analista político @lf_bravomena
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