Los continuos y sorprendentes acontecimientos que vivimos en la cultura, la tecnología, en la economía y la política, tanto en el ámbito nacional como el internacional, nos lleva a describir este marco temporal de nuestra existencia como tiempo de caos.

No anda desencaminada esta apreciación. En efecto, hay caos mundial y caos en México; ambos sistémicamente relacionados. El primero nos impacta en las estructuras internas y dentro de nuestras fronteras vivimos un desbarajuste histórico.

El huracán Trump, las escenas de destrucción y muerte que impera en las lejanas guerras de Ucrania, Medio Oriente, Irán y varios países africanos, se traslapan con las postales mexicanas, que exhiben la consumación del proceso demolitorio de la república democrática y el desguace de lo que alguna vez quiso ser una economía moderna, vinculada al espacio geopolítico trinacional de América del Norte.

Aquí, las ruinas humeantes de instituciones públicas garantes de la libertad de los ciudadanos, junto a los horrores cotidianos de la dominación narcocriminal en todo lo largo y ancho del territorio, conforman un paisaje dominado por la bruma de la incertidumbre y la amenaza de ingobernabilidad tiránica.

Un caos en toda regla; un vacío, una fractura. Conforme a los dos significados de la RAE: “Estado amorfo e indefinido que se supone anterior a la constitución del cosmos” y “Confusión, desorden”. Ambas aluden a la ausencia de una disposición articulada de las cosas, pero en tiempo diferente. En la primera, ex ante, se refiere a la situación imperante antes de la conformación de un orden. En la segunda, ex post, a su desaparición.

A la coyuntura histórico-política en la que estamos inmersos cabría aplicarle la segunda acepción. Sin embargo, como bien lo apunta el internacionalista argentino Jorge Argüello, que se inclina por la primera, “Quizá lo que hoy vemos como caos no sea más que el reordenamiento en marcha de un mundo que ya no responde a las reglas conocidas”.

Sugiere: “traer una metáfora tomada de la propia tierra. Cuando los geólogos estudian los sismos, saben que lo sacude la superficie no es más que el efecto de movimientos subterráneos. ¿Y si las sacudidas actuales de la política internacional fueran también producto de tensiones acumuladas, de placas tectónicas invisibles que están empujando hacia una nueva configuración del sistema global?

Cita a Saramago: “El caos es un orden por descifrar”. Ambos, Argüello y el Premio Nobel portugués, invitan a “no resignarse al caos, sino aprender a leerlo. Pensar críticamente, anticipar escenarios, entender los movimientos profundos que están en marcha. Porque en esa capacidad de interpretación puede residir la posibilidad de moldear —aunque sea en parte— el orden que vendrá”. (“El caos es un orden por descifrar”; clarin.com; 22/06/2025; Fundación Embajada Abierta, Buenos Aires; Arg.)

Los mexicanos hemos presenciado desde diversas posiciones y sensibilidades el estrepitoso derrumbe de todo lo que se construyó en las últimas décadas. Unos, prepotentes, lo gozan ruidosamente con soberbia; otros, impotentes, lo lamentan con retórica efectista sin ruta estratégica. Valdría, para unos y otros, detenerse a decodificar las claves de este caos para salir de la ciénaga en la que estamos chapoteando.

Analista político @lf_bravomena

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