Los hallazgos de las madres buscadoras de Jalisco en el rancho Izaguirre de Teuchitlán han sacudido al país. Esto se suma a la crisis forense que atraviesa México: según el Sistema Integral de Información de Derechos Humanos, hay más de 72 mil restos humanos sin identificar. Esta cifra nos obliga a reconocer la magnitud del dolor y la necesidad de atender adecuadamente la cuestión.
La corroboración de que en el inmueble de Teuchitlán eran privados de la libertad jóvenes con fines de reclutamiento forzado, a quienes en caso de resistencia se torturaba y asesinaba brutalmente, nos confronta con el avance de la deshumanización por la violencia. Por ello, la discusión no debería ser cómo nombrar esta realidad de horror, sino cómo revertirla.
Por otro lado, el cúmulo de irregularidades documentadas en la actuación de la Fiscalía de Jalisco y la posterior reacción ambigua de la Fiscalía General de la República, evidencia las graves falencias de nuestro sistema de justicia. Como muestra este caso, estas inconsistencias se relacionan más con el ámbito de la investigación criminal que con su juzgamiento, pese a lo que se nos ha dicho en el marco de la llamada reforma judicial. Las medidas anunciadas para reforzar la atención a la crisis de desapariciones serán insuficientes si no se hacen cargo del debilitado estado de las fiscalías. El indignante espectáculo que fue la apertura del rancho a medios y colectivos nos debería alertar de ello.
Sin embargo, a pesar de la desesperanza que ha calado en el ánimo de muchas y muchos, hay signos de luz que aparecen en los espacios menos visibilizados de nuestra sociedad. Es necesario recordar el heroísmo de las madres buscadoras, que encarnan hoy la reserva moral del país, así como el acompañamiento que a ellas les brinda el periodismo independiente y algunas instancias de la sociedad civil.
En varias de sus intervenciones, el antropólogo Claudio Lomnitz se ha preguntado sobre el significado del tejido social rasgado en nuestra sociedad. El académico e investigador describe cómo se ha normalizado la violencia, se han desplazado los acuerdos sociales tradicionales, y se ha instaurado una permanente crisis de convivencia política, que se traduce de modo frecuente en impunidad y violencia institucional. La respuesta a estos conflictos reside en una recuperación del aparato estatal, así como en la solidaridad y en los vínculos de apoyo que han emergido gracias a las iniciativas de colectivos más pequeños. Es en esta conjunción que se gesta la regeneración del tejido social que tanto necesita México.
La crisis de desapariciones que enfrenta el país es insoslayable, y todas y todos debemos contribuir a que sea revertida. Las universidades jesuitas no hemos sido indiferentes a este dolor. En nuestro informe “Alternativas hacia la paz con reconciliación: propuestas desde el sistema universitario jesuita”, nos referimos ampliamente al contexto estructural de violencias que enfrenta el país y, en lo particular, al entorno de macrocriminalidad. También ahondamos en el análisis de los patrones de revictimización que generan las fiscalías y revisamos ampliamente la crisis de desapariciones. En ambos casos, dedicamos atención especial a la ausencia de una política nacional de atención a víctimas. De este modo, sumamos al diagnóstico crítico del presente propuestas concretas que pueden contribuir al cambio.
El dolor que experimentan miles de familias que en México buscan a sus seres queridos no puede resultarnos indiferente. Atender prioritariamente este clamor debería ser una causa que trascienda las filiaciones partidistas y la polarización del presente.
Hace unos días conmemoramos el 45 aniversario del martirio de Monseñor Óscar Arnulfo Romero, el obispo salvadoreño que por su testimonio de fe–justicia ha sido ya declarado santo. En su homilía por los desaparecidos de El Salvador, en 1977, dijo: “[…] la presencia de una madre que llora a un desaparecido, es una presencia–denuncia; es una presencia que clama al cielo; es una presencia que clama a gritos la presencia de su hijo desaparecido [...] tendrán que venir los días de la justicia […] esos desaparecidos aparecerán. Ese dolor de estas madres se convertirá en Pascua”.
La presencia-denuncia de las madres buscadoras es hoy decisiva en la vida pública nacional. Para que vengan los días de justicia de los que hablaba San Romero de América, para que el dolor de las madres no sea en vano, necesitamos una empatía constante que se transforme en exigencia firme ante las indolencias del Estado y el terror criminal. Solamente así alcanzaremos cambios que sean realmente de fondo y no superficiales. Desde la IBERO Ciudad de México trabajamos y hacemos votos para que la sacudida que ha significado el horror de Teuchitlán contribuya a ello.
Rector de la Universidad Iberoamericana - Ciudad de México