Una mañana de 1954 el afamado escritor francés François Mauriac otorgó una entrevista a Elie Wiesel para el Diario Tel Aviv. La conversación se tornó rápidamente en algo demasiado personal y el entrevistado resultó ser el entrevistador y editor del autor de Noche, uno de los testimonios más desgarradores de un sobreviviente del holocausto. En ese tiempo, poco se sabía de los campos de exterminio y de la colaboración sistemática de varias autoridades y ciudadanos con el nazismo. Para Mauriac las memorias de la ocupación se reducían a relatos de terceros sobre vagones de ganado repletos de niños franco-judíos que, a la vista de todos, salían de la estación de trenes de Austerlitz con rumbo desconocido. Años más tarde, Wiesel sería galardonado con el premio nobel de la paz, sería un escritor prolífico, profesor, activista y una voz fundamental en contra de los abusos de poder.
El relato de Noche comienza con un personaje llamado Moisés el alguacil, una especie de sabio, querido por todos, que sin poseer mayores riquezas tenía el don de hacer un poco de todo sin molestar a nadie. Un día, Moisés el alguacil deja de ser visto para reaparecer, meses más tarde, convertido en otra persona. Con el terror en la mirada, gritaba a quien quería escucharlo que había una masacre en puerta como la que había él presenciado en los bosques de la frontera de Hungría. Entre la negación y la indiferencia, nadie quiso creerle. Moisés el alguacil fue tomado por un loco. Al fin y al cabo, la guerra terminaría pronto. La realidad sería otra muy distinta.
Hace unas semanas se realizó un foro convocado por organizaciones sociales y colectivos ciudadanos en el marco de los trabajos preparativos del día internacional de las víctimas de desapariciones forzadas que, a partir de una resolución de la Organización de las Naciones Unidas, se conmemora cada 30 de agosto desde hace trece años.
El Grupo de Investigaciones en Antropología Social y Forense, Artículo 19 y distintas plataformas de paz, el Observatorio Etnográfico de las Violencias, así como el Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades de la UNAM discutieron sobre la necesidad de que las autoridades entrantes enfrenten con una estrategia distinta la crisis de desaparecidos que se vive en el país. Dentro de las propuestas destacan: el diseño de un plan nacional de búsqueda, la designación de un titular en la Comisión Nacional de Búsqueda, el diálogo con los colectivos de desaparecidos y una política forense con un plan nacional de exhumaciones que fortalezca la búsqueda en vida y propicie un plan de prevención sobre las desapariciones.
La tragedia heredada por una estrategia fallida de seguridad inició en sexenios anteriores, sin embargo, a la fecha se registran más de 52 mil cuerpos sin identificar bajo el resguardo del Estado y más de 116 mil personas desaparecidas. Jalisco, Tamaulipas, Estado de México y Veracruz son las entidades federativas con mayor número de desaparecidos y son también las entidades en donde el desdén de las autoridades hacia las víctimas se acompaña de irregularidades en el registro y publicación de casos.
Como si vivir la trágica desaparición de un ser querido no fuera suficiente, desde el 2010 se han asesinado a más de veinte personas buscadoras. Esto propició que en febrero de este año, madres y familiares de desaparecidos acudieran a una audiencia en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para exigir garantías de seguridad hacia las personas que buscan. Aunque las autoridades mexicanas fueron convocadas, ningún funcionario asistió de manera presencial. Tras un amplio periodo de consulta que concluyó la semana pasada, la CIDH prepara un informe temático al respecto. El gobierno entrante puede optar por cambiar de estrategia o seguir en la negación como los vecinos del pueblo de Sighet. Hasta que la tragedia también los alcance a ellos.
Investigadora de la UdeG